LA PROFUNDIDAD DE SU MISERICORDIA - Misión Vida para las Naciones

Av. 8 de octubre 2335

Montevideo

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MENSAJES DEL CIELO

LA PROFUNDIDAD DE SU MISERICORDIA

Hoy quiero hablar acerca de la profundidad de la misericordia de Dios por causa de los hechos maravillosos y portentosos que estoy viendo y viviendo a diario. ¡No dejo de maravillarme de la obra que Dios hace en las personas! Asistí toda mi vida a la iglesia, donde se enseñaba la Biblia y hablábamos de los milagros de Jesús pero no veía esos milagros en la iglesia actual y desde muy niño me preguntaba: ¿Por qué no hay milagros ahora? ¿Por qué la gente hoy en día no se sana? Los mayores me contestaban: Lo que sucede es que en la época de Jesús no habían médicos, ahora los hay y la ciencia ha avanzado, entonces ya no hacen falta tantos milagros. Cuando me preguntaban por qué no habían milagros yo repetía como un loro lo que me habían enseñado pero me quedaba sabor a poco y me preguntaba: ¿Por qué otros podían ver la mano poderosa de Dios y nosotros tenemos que ver la mano del médico y conformarnos con que la ciencia ha evolucionado? El asunto es que se rechazaba la idea de que los creyentes podíamos hacer milagros, sin embargo leyendo la Biblia pude apreciar que ésta no dice que los milagros son para una época en especial. Los que creen en mí, dijo Jesús, harán las obras que yo hago y aún mayores. ¡Yo estoy asombrado porque mi anhelo ha sido satisfecho por el Señor! Porque finalmente entré en un avivamiento, en un mover espiritual que me llevó a ver que en otras iglesias había otros que sí creían en milagros.

En la iglesia a la que asistía no se oraba mucho por milagros, por ahí cuando se estaba muriendo alguien y estábamos desesperados orábamos: “¡Oh Señor que no se muera!, pero si se muere que sea tu voluntad”. ¡O sea que ni siquiera nos animábamos a orar con fe creyendo que se iba a sanar! Recuerdo en aquel entonces que mi novia, Marta, la que ahora es mi esposa, tenía várices pero en mi iglesia no se oraba por esto; resulta que nosotros teníamos una librería cristiana, y un día llegó un pastor que nos invitó a ir a una campaña donde había un evangelista que oraba por sanidad. ¡Yo no creía mucho en esas campañas de sanidad! Marta me dijo que quería ir y tanto insistió que la acompañé; cuando el predicador terminó de dar el mensaje llamó a la gente que estaba enferma para que pasara adelante. ¡Marta se levantó como un resorte y se fue hacia delante! Yo asombrado me dije: ¿Qué le pasa? Era bastante incrédulo, pero ella pasó y oraron por la sanidad de sus várices. Yo me amargaba ya que no podía salir con ella porque le dolían las piernas, y me lamentaba: ¡Señor, me enamoré de una vieja! Ella tenía veintitrés o veinticuatro años y no podía caminar mucho ni siquiera estar parada, pero desde el día en que oraron por ella hasta hoy nunca más se quejó de las várices.

Fuimos entrando en una visión de que Dios es más grande,  más poderoso y más misericordioso de lo que pensábamos. Si nos enterábamos que algún hermano había cometido determinado pecado ya le hacíamos la extremaunción y ese hermanito no podía levantar más la cabeza; nosotros éramos muy religiosos. Cuando hoy veo a algunos que pecan, y vuelven a pecar, que inciden otra vez en el pecado y vienen luego arrepentidos llorando, yo digo: ¡Señor, sólo tú sabes hasta dónde llega tu misericordia! Pero en aquel entonces estábamos fritos; cuando alguien pecaba decíamos: ¡Este no se levanta más! Sin embargo, vimos que Dios es mucho más misericordioso de lo que creíamos, más poderoso y compasivo de lo que creíamos. Éramos tan buenos y tan santos que nos alarmábamos cuando entraba a la iglesia algún pecador o una mujer de mala fama por decir así. Ya, alguna mujer le decía a su hija: ¡Con ésta no te juntes! Entonces, una persona pecadora sentía que no había cabida para ella en la iglesia. Gracias a Dios, hoy en la iglesia, la gente entra y no andamos mirando cuántos pecados han cometido, no importa, lo abrazamos y le decimos que Dios lo quiere perdonar.

LA MISERICORDIA DE DIOS

Quiero que examinemos juntos la gran misericordia de Dios. En el libro “Historias que sanan” he visto que las personas que cuentan sus testimonios tienen un prontuario muy pesado. Éstas, son el tipo de personas que no deberían entrar a una iglesia, ellas seguramente habrán pensado también que éste sería el único lugar al que no podrían entrar, como dijo Carlos Cal en su testimonio: “¡Qué Dios me va a tocar a mi!” Cuenta que un día estaba adorando y sintió la presencia de Dios pero él no sabía qué era, sentía unas olas de amor y comenzó a llorar, los que estaban con él le señalaron que era Dios quien lo estaba tocando pero él pensó: ¡Qué Dios me va a tocar a mi!, porque él sabía cuán pecador era.

Con esto quiero animar y ayudar en su fe a aquellos a quienes les está costando creer que sus culpas son quitadas y que sus pecados son perdonados. Escucho con más asiduidad a gente que dice: “Yo creo que Dios es bueno y que me perdona, pero yo no me puedo perdonar”. Yo he estado meditando en esto: ¡Qué triste tener un Dios que viene del cielo a morir en la cruz del calvario para perdonarte los pecados y tú no lo aceptas! ¡Tienes un Dios tan grande y misericordioso que quiere tomar tu culpa y tú no se la quieres entregar! Pretendes seguir sintiéndote culpable y no te quieres perdonar. Me duele la situación de esa gente porque no han entendido el amor de Dios y en realidad no han creído en Jesucristo, aunque señalan: “Yo creo en Jesús, creo que él me ha perdonado pero yo no me perdono”. Cuando tú no te perdonas resulta que la culpa queda sobre ti, no se la lleva Cristo. ¡Si tú no te perdonas te sientes culpable! El hecho es que cuando tú no te puedes perdonar a ti mismo te has convertido en un incrédulo en contra de la sangre de Cristo que cubre, que limpia y libera de toda culpa.

Hablando de libertad, yo he enseñado que el mundo no entiende de este tema, la verdadera libertad del individuo viene cuando Cristo perdona los pecados. ¡Tú tienes culpa y ésta proviene de tu pecado! Dice la Biblia que el que hace pecado es esclavo del pecado, está atado a éste, entonces, la libertad no viene porque puedas elegir o decidir qué hacer. No porque tengas el derecho de hacer lo que se te da la gana es que tú tienes libertad, solamente tiene libertad aquel que ha sido perdonado de sus pecados, porque cuando Cristo perdona, quita la culpa y libera al individuo de los poderes del pecado. Una persona resentida está atada al resentimiento y éste le marca pautas de vida, entonces esa persona no es libre para poder decidir correctamente porque hace cosas afectada por el resentimiento; pero cuando viene Cristo y perdona el pecado, echa fuera el resentimiento y la persona queda libre. ¡La verdadera libertad viene con el perdón del pecado y cuando Cristo se lleva tus culpas!

Hablo con muchas personas que en su debilidad, en su falta de fe, en su falta de perseverancia en los caminos de Dios, por causa de tomar livianamente el consejo de la palabra de Dios y de los pastores que Dios les ha dado, se enfrían, se debilitan, entran en deseos engañosos, se alejan, cometen pecados, vuelven a enviciarse, dejan de asistir a la iglesia, su situación familiar empeora, se divorcian o se casan con alguien que está por fuera de la comunión de la iglesia pero al poco tiempo pierden el matrimonio que armaron y van rodando. Vuelven a Dios pero se sienten más inmerecedores de su perdón y dicen: ¿Ahora con qué cara vuelvo? ¡Me van a mirar mal, Dios no me va a perdonar, en la iglesia me van a tener marcado! ¡Cuántas cosas se le mete a la gente en la cabeza y les cuesta más poder creer! Ahora: ¿La misericordia de Dios disminuye en ese caso? ¡No! ¡La misericordia de Dios permanece para siempre! ¿Tu eras más merecedor de perdón la primera vez que la segunda? ¿Era más fácil que Jesús te perdonara la primera vez que la segunda? ¿Cuándo le es más difícil a Jesús perdonar: la tercera, la cuarta, la quinta vez? Entonces: ¿Dónde está el problema? El problema es que el espíritu de incredulidad se va apoderando del creyente que no ha sido perseverante, se va apoderando de la mentalidad del creyente que no ha sido fiel; el acusador encuentra puertas abiertas para acusar con más facilidad al creyente y éste se ve cada vez más arrinconado por el enemigo. Pero esa es una cuestión de percepción del enemigo, éste dice: ¡Ahora sí tengo más de que acusarlo! Y el creyente piensa que es verdad porque antes no conocía pero ahora conoce. Pero, la misericordia de Dios no varía, y la capacidad que él tiene para perdonar no varía: ¡El poder del perdón de Dios no está limitado por el tamaño del pecado! Por eso cuando el Señor dice que borra todas nuestras rebeliones y quita todos nuestros pecados no hace ninguna mención en particular, ya con que sea pecado es suficiente y no pregunta si es grande o pequeño. ¡Dios perdona los pecados!

 EL AMOR DE DIOS POR SU PUEBLO

Dios tenía un problema con su pueblo y lo relata en el capitulo 11 del libro de Oseas; esta misma lucha es la que tiene con su gente hoy en día. Leemos en Oseas 11:1 al 3: 1Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. 2Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. 3Yo con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no conoció que yo le cuidaba”.

Efraín estaba pecando, Dios los tomaba de los brazos y no se daba cuenta que era Él quien lo cuidaba. Recuerdo cuando Danilo Montero nos contó que se enojó con Dios y con la iglesia y dijo: “¡Me voy al mundo!” Se fue a los boliches y allá quería pecar pero cuenta que él estaba consciente que Dios estaba ahí y decía: “¡No me deja pecar tranquilo!” Y agregaba: “Señor, por favor aléjate y déjame pecar en paz”, pero la presencia de Dios estaba allí, así que Danilo pecaba pero se sentía horrible porque sabía que Dios mismo estaba ahí mientras él lo estaba haciendo. ¡Se sentía horrible e indigno! Le costó llegar a aceptar que Dios lo estaba cuidando a pesar de que estaba pecando.

No se cuánta certeza tienes tú de que eres un hijo, una hija del Dios viviente, pero una de las razones por las que puedes decir “soy un hijo de Dios”, es que cuando pecas te sientes horrible; antes lo hacías a gusto pero ya no lo puedes hacer más, eres un pobre infeliz. ¡Antes pecabas a gusto pero ahora es un disgusto que no sabes cómo sacártelo de encima! Ahora estás esclavo como antes pero no puedes disfrutar como antes porque eres un hijo de Dios y hay un Padre, hay un abogado que está sentado a la diestra del Padre intercediendo por ti.

Dios dice en Oseas 11: 4 y 5: 4Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida. 5No volverá a tierra de Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron convertir”. ¡Los voy a poner bajo el poder de los asirios!, dijo Dios. En cuanto a Efraín, se refiere a las diez tribus del norte que fueron dispersadas y hasta el día de hoy no se sabe de ellas pero quien sí quedó es la tribu de Judá de donde viene el término “judío”. ¡Las otras diez desaparecieron! Dios los castigó, los puso bajo la autoridad de los asirios y allí se volvieron idólatras, luego se dispersaron sobre la faz de la tierra y perdieron su identidad de israelitas.

Oseas 11:6 al 10 dice: 6Caerá espada sobre sus ciudades, y consumirá sus aldeas; las consumirá a causa de sus propios consejos. 7Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer. 8¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim? Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión. 9No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre, el Santo en medio de ti; y no entraré en la ciudad. 10En pos de Jehová caminarán; él rugirá como león; rugirá, y los hijos vendrán temblando desde el occidente”. ¡Esto que acabas de leer se está cumpliendo en estos días! Aparecen israelitas de todo occidente y se van a vivir a Israel después de 2500 años de dispersión porque no quisieron escuchar al Señor y Él los castigó, ¡pero los está haciendo volver! Está profetizado en la Biblia que se va a unir el palo de Efraín con el palo de Judá y ya no serán dos palos sino que serán uno solo en las manos de Dios y serán un solo pueblo. Así como en el sur estaba Judá y Benjamín pero a esa zona se le denominaba “Judá” en general, en el norte estaban diez tribus, pero la más importante era la de Efraín; cuando la Biblia menciona a Efraín, está haciendo referencia a las diez tribus del norte. “¿Cómo podré abandonarte Efraín?…Mi corazón se conmueve dentro de mi, se inflama toda mi compasión”.

Quiero decirte que esto no es diferente a lo que sucede con aquellos que algún día vinieron a los pies de Cristo y se enfriaron, se endurecieron y pecaron, y ahora no saben qué hacer para acercarse de nuevo a Dios, no saben cómo volver a orar como cuando estaban en buena relación con Dios; no saben cómo hacer para volver a adorar como lo hacían antes y se acuerdan del tiempo en el que servían con gozo al Señor y se deleitaban pero ahora lo ven como algo lejano. ¡Yo quiero decirte que el Señor hoy te está llamando una vez más! Cuando creemos que Dios ya no va a hacer nada por nosotros, Él te dice: “¡Yo voy a hacer todo para rescatarte y te voy a tomar en mis brazos! ¡Yo soy el que deja las noventa y nueve ovejas en el redil y sale en busca de la que se ha descarriado!” A muchos, el diablo les dice: “No vas a volver a ser el mismo”. ¡Quiero decirte que no depende del diablo que tú vuelvas a ser el mismo sino que depende de ti! ¿Crees en la misericordia de Dios? ¿Puedes creer que el corazón de Dios se inflama de compasión por ti a pesar de que te alejaste y a pesar de tu pecado? ¡Si tú crees, Dios puede! Y si no crees, hoy es el día en que tu incredulidad será rota. ¡Yo reprendo toda incredulidad en el nombre de Jesús y desato el poder de la fe en tu vida!

Hay demasiados cristianos atados, inseguros y temerosos porque se sienten indignos de servir a Dios, indignos para ser restaurados, pero: ¿Qué podrá hacer Dios con gente que se siente indigna? ¡Dios quiere dignificarte! ¡Quiere que sepas que Él perdona y limpia todo! ¡Dios le da honor al hijo pródigo! Le dio vestiduras nuevas, anillo nuevo, calzados nuevos y lo restauró a la posición que tenia antes de irse de la casa del padre. Esos cristianos, antes de ser perdonados, deben ser libres de sus ataduras de incredulidad, deben volver a ser sumisos al Señor, deben dejar de pensar independientemente y someterse a la bendita y poderosa palabra de Dios. 2ª Corintios 1:3 dice: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación…” Veo a menudo, muchos cristianos que pisotean la gracia de Jesucristo cuando veo el desconsuelo en algunos rostros, cuando les pregunto: ¿Cómo están? Y me responden: ¡Bien!, pero ese es un “bien” fingido, no manifiestan la vida abundante porque no la tienen. He visto muchos cristianos retroceder, fracasar, y al tiempo vuelven, pero andan tristes porque no se animan a retomar el camino y poner nuevamente las manos en el arado porque se sienten indignos. He observado que muchas personas fueron heridas en su niñez, en su adolescencia o en su juventud, por circunstancias generadas por el diablo y por personas usadas por él; esas heridas abrieron puertas a determinados estados de ánimo que son el caldo de cultivo para la entrada de demonios. Si tú entras en un estado de tristeza y no quieres ser consolado, ésta se enseñoreará de ti y la muerte vendrá detrás de esa tristeza. Si te resistes a ser consolado la tristeza se convertirá en depresión y si sigues resistiéndote un espíritu de muerte vendrá y te dirá: ¡No vale la pena vivir, quítate la vida y ya no sufrirás más!

Quizás has dejado entrar en tu corazón la amargura, estás contaminado y a su vez, contaminando a muchos; la Biblia nos enseña que la raíz de amargura contamina a muchas personas. Yo he visto que el diablo trabaja tratando de herirnos cuando somos chicos para que abramos puertas a la violencia, a las malas palabras o sucias, trabaja para que abramos puertas al sexo ilícito, al desenfreno sexual, entonces ahí es cuando quedamos atados a esas cosas. La persona queda nadando en un mar de incertidumbre, no conoce mucho de Dios ni su perdón, no sabe que lo que necesita es ser perdonada de sus pecados. Posiblemente comenzaste a odiar a aquellos que te hicieron daño, tal vez sean tus propios padres, familiares o amistades de tu casa, pero resulta que al estar bajo esta opresión demoníaca de amargura, de revanchismo, o lo que sea, has sido tomado por el pecado y terminaste cometiendo cosas peores que lo que hicieron tus padres o alguna otra persona. Creo que entiendes de lo que hablo, odiaste a tu papá porque hizo tal o cual cosa y en tu desenfreno por el odio terminaste siendo peor que él haciendo cosas peores. ¡Heredamos las ataduras espirituales de nuestros padres! Y si no actúa Cristo la cosa empeora de generación en generación.

No me olvido de una mujer que me dijo que se prostituía para alimentar a su hija y para darle estudio; ella hizo las cosas de tal manera que su hija no se enterara nunca de dónde salía el dinero para darle de comer y para los estudios, pero cuando su hija creció se hizo prostituta y nunca se lo dijo a su madre. Un día las dos asistieron a un encuentro en Monte Beraca, allí la madre le confesó a su hija que se había prostituido y en dónde lo había hecho, ¡y la hija le confesó a la madre que se prostituía en ese mismo lugar! Ahora, gente así viene al evangelio y después terminan ofendiéndose por alguna cosa, yo te recomiendo que no te ofendas por nada, que pongas cara de contento porque un resentimiento te aleja de Dios… ¡Vaya uno a saber a dónde te lleva! Te habías apartado del pecado, estabas feliz, servías a Dios pero ahora estás atada al pecado nuevamente, más atado que antes, dice la Biblia que cuando un demonio se va de una persona y la casa no queda llena, el demonio anda por ahí buscando un lugar en donde reposar pero si no lo encuentra dice: “Volveré a mi casa” y cuando vuelve la encuentra barrida y vacía, la halla limpia pero sin el Espíritu Santo, entonces va y busca siete demonios peores que él y vienen a morar a esa casa, entonces, el postrer estado de la persona es peor que el primero. Pregunto: ¿En ese estado Cristo no te puede perdonar más? ¡Sí te puede perdonar! ¡El poder de Dios sigue siendo el mismo! ¡Su misericordia es la misma! El deseo de Dios de salvarte sigue siendo el mismo, todavía quiere llevarte al cielo; Dios quiere que todos procedan al arrepentimiento y que nadie se vaya al infierno. ¡Él quiere tu salvación!

Alguien te dice que Dios es bueno, es misericordioso y te perdona, y tú sabes que es así  pero aún así no te puedes perdonar. ¿Es que ahora tú eres Dios? ¡Qué agrandado eres! Y mira que no perdonarte es una señal de falta de humildad. “¡No puedo creer lo que hice, no me puedo perdonar!” ¿Hasta cuándo creerás que eres bueno si eres malo? Si lo hiciste, sé humilde y di: “Fui yo”. ¡Tienes un “yo” más grande! ¿Cómo no vas a creer que tú no lo hiciste? ¡Mírate las manos! ¿Fue con ellas que pecaste? ¿O te prestaron las manitos para pecar? ¡Asume que lo hiciste! Sé humilde y ven arrepentido ante el Señor, Él te va a perdonar y te va a restaurar, el Señor te está esperando todo el tiempo, no dejará de considerarte su hijo o su hija. ¡Hasta el último día estará esperando que te arrepientas y corras a sus brazos! Las personas interpretan mal esto y dicen: ¡Ah, bueno, me voy a arrepentir después, ahora voy a pecar un tiempito más! ¡No juegues con Dios! Muchos de los que jugaron con Dios murieron más pronto de lo que pensaban. El tiempo del arrepentimiento es el que Dios te está marcando, es decir que el tiempo es hoy. ¡Hoy!

EL LÍMITE DE SU MISERICORDIA

Hay gente con la que uno ya no sabe qué hacer; a mí Dios me rompió todos los esquemas. En los centros comunitarios tenemos jóvenes drogadictos que de noche nos han robado alguna máquina, la vendieron, se drogaron y al otro día al mediodía han llegado llorando suplicando: ¡Por favor, perdóneme, yo lo robé! ¿Y dónde está? ¡Lo vendí! ¿Y dónde está el dinero? ¡Me lo fumé! ¡Recíbame, yo quiero que me ayuden! Lo miro y pregunto: ¿Qué hago Dios? ¿Qué haría el Señor? ¿Dónde le daría la primera patada? El Señor nos ha ido enseñando a todos los pastores de la iglesia a ser misericordiosos como Él es misericordioso y justo. Ahora, hay una medida que no conozco: Cuál es el límite de Dios. Yo antes tenía una medida de límite pero al conocer cuán misericordioso es Dios, corrí un poco esa medida, y cada día que voy conociendo su misericordia la corro un poco más. En nuestra iglesia hay un hermano que llegó a ser pastor cuando yo ya no daba nada por él, ¡nada! ¡Recuerdo que dije que no volviera nunca más aquí ni siquiera arrepentido! Y él venía vez tras vez, llorando, y yo le veía las lágrimas y me preguntaba si lloraba en serio o serían lágrimas de cocodrilo. ¡Quedaba totalmente descolocado! Entonces me dije: ¡A Cardozo no lo atiendo más! Viene el pastor Andrés y me dice: “Usted sabe que Cardozo…” ¡Ni me hables de él! le respondo. “Yo quiero saber si le puedo ayudar”. “¡Hacé lo que quieras con él!” Entonces ahí arranca el otro pastor y corre otras millas más con Cardozo; éste la hace de nuevo y vuelve arrepentido. ¡¿Pero éste dónde va a terminar?!, me pregunto yo, ¡y termina siendo pastor! ¡No te creas que ya está pulidito!

Del mismo modo, hay un muchacho con el que decidí que no hablaría más; antes de predicar me envía una carta que dice lo siguiente: “Apóstol: Comienzo esta carta primeramente pidiendo perdón, palabra que has escuchado muchas veces de mi. Estoy seguro que al escucharla hoy provocaría una especie de incredulidad en vos, y no es para menos ya que una y otra vez se repite la historia, fallándole a Dios, a la gente, a los pastores, a vos y a mí mismo, cosa que me duele mucho que aun con el paso de los años no he cambiado. Escribo esta carta con mucho temor y vergüenza pero con una gran sinceridad dado que en ella narro cosas que jamás he hablado contigo aun estando en Cristo y haber participado de varios encuentros. Siempre quise entender el por qué de mi corazón malo y sucio, codicioso, egoísta, avaro, mentiroso; pero también se que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo conocí a Dios, mas nunca dejé que cambiara mi corazón completo, reservando y guardando cosas para mi, cosas que hasta hoy me atormentan y oprimen, amén de llevarme a cometer atrocidades que me perjudican a mi y a los que me rodean. ¡Cómo hubiese querido entregar todo esto a Cristo ni bien lo conocí! Será orgullo, miedo, vergüenza, jamás lo confesé. Apóstol, desde muy niño yo guardé un resentimiento muy grande contra mis padres por habernos hecho vivir cosas fuertes, que para niños pequeños eran inentendibles y lamentables. A los siete años de edad comencé a ver a mi mamá llevar hombres a la casa y mantener relaciones estando yo y mis hermanos ahí. Las múltiples peleas que en muchas ocasiones terminaban en golpes entre papá y mamá me llevaban a odiarlos sumándose el rechazo hacia ellos. Luego vino la muerte de mi hermano convirtiendo la familia que ya en ese entonces era un caos en un verdadero infierno lleno de odio, gritos, peleas y noches interminables de llanto inagotables por parte de mi mamá. Pero eso en mi vida no significó tanto como lo que me tocó vivir a los doce años cuando un conocido de mis padres abusó sexualmente de mí, lo que cuento por primera vez, matando totalmente mi inocencia que ha sido irreparable hasta hoy. ¡Lo duro que fue para mí el no contarlo! El querer morirme, el odio personificado vivía en mí, la tristeza y la vergüenza se apoderaron de mí. Al poco tiempo tuve que comenzar a ver a ese hombre a diario ya que empezó a trabajar en el mismo lugar que mis padres. Ganas de matarlo, ganas de matarme, sumado a los traumas que traía de años anteriores. En ese tiempo, papá y mamá comenzaron a ir a la iglesia y por ende lo conocimos a usted. Por el respeto que tenía la gente hacia usted y el cambio repentino que podía ver en mis padres algo en mí se despertó y tuve ganas de asistir a la iglesia, pero al llegar solo jugaba y ocasionaba problemas. En pocos años entendí lo teórico del evangelio, después de muchas idas y venidas recibí algo denominado “un llamado”. Usted generaba en mí una sensación jamás antes experimentada, en usted encontré la imagen de papá que siempre busqué; son incontables las oportunidades que me ha dado, al recibir después de un fracaso, una caída. Casi todas las charlas que hemos tenido han sido generadas por mis caídas, decepciones o macanas, mas nunca me desechó. La última vez que creí revertir todo lo malo en mi vida fue al ir a la ciudad de San Juan; en ese tiempo creí que hasta podía recuperar mi familia, lograr acercarme más a Dios y alcanzar mi llamado y lugar en Dios. Pero como siempre lo desaproveché, no solamente desechándolo sino portándome muy mal, ensuciando la obra, lastimando gente, decepcionando a los pastores, cosa de la que hoy me arrepiento hasta las lágrimas y daría mi vida por revertir todo el daño que les he hecho a la obra, a usted, a los pastores, a mi familia y a Dios mismo. Hoy me encuentro solo, triste, sin ganas de vivir, sin propósito de vida a parte de estar con tarjeta roja por parte de los pastores que durante años me han ayudado. ¡Estoy hecho pedazos! Las lágrimas de mis ojos no paran, me llega a doler el pecho en muchas ocasiones. La codicia de mi corazón y la rebeldía lograron cumplir su propósito, me apartaron de Dios. La culpa que arrastro y la falta de perdón a mi mismo por haberle fallado a Dios y a la gente me turban, y me deprimen convirtiéndome en un muerto vivo que parece un viejo. Apóstol, nada me llena, no encuentro la felicidad con nada: la droga, las mujeres, el dinero ya no me llenan, el fracaso que hay en mí me hunde cada vez más. Un día de agosto, tres años atrás, acompañé a mi pareja a una clínica de abortos, luego que el ginecólogo introdujo unas pastillas dentro de su útero, nos mandó a caminar durante una hora y volver luego. En ese lapso de una hora se tenía que provocar una hemorragia con la cual se desprendería el bebé de tres meses que tenía en su vientre. Volvimos a la clínica y me sorprendió que el médico me diera la llave del lugar dándome instrucciones de qué hacer a medida que comenzaran a aparecer las contracciones. Se fue y me dejó su número de celular por si pasaba cualquier cosa. La chica comenzó a temblar en la cama y a llorar, su rostro comenzó a empalidecerse y sus manos estaban heladas, así fue durante una hora y media hasta que comenzó la hemorragia que fue lo peor de todo ya que era tal el miedo y los nervios que teníamos que deseaba morirme. La culpa que sentía era enorme. Bajo la camilla teníamos una especie de letrina la cual yo tenía que poner entre sus piernas para depositar primero la sangre y luego el bebé. ¡Apóstol, me quiero morir al contar esto! Ella comenzó a sangrar de una manera que jamás había visto, cada vez me sentía más culpable y por dentro pedía que Dios me perdonara. Lo que tenía que pasar, pasó, mas nunca se puede olvidar cuando los coágulos de sangre caían en esa letrina. Creí que todo había terminado, pero vino lo peor cuando asomaron la cabeza y las manitos. ¡Casi me desmayo! Durante tanto tiempo había escuchado acerca de los principios de Dios de no matar cosa que yo estaba haciendo convirtiéndome en un asesino de mi propio hijo. Te narro todo esto porque siento la necesidad de liberarme y porque me siento un asesino del plan de Dios matando yo mismo el llamado que él tenía para mi vida. Siento que yo mismo fui destruyendo mi vida y la de muchos. Hoy creo que no hay vuelta atrás, que me transformé en un asesino porque aborté el llamado de Dios en mi vida y para tal cosa no hay vuelta atrás. Estoy frustrado, triste, me odio por todo esto, arruiné mi vida y la de mi familia. Si existía algún plan de Dios para mi familia yo lo destruí y es espantoso estar en mis zapatos. Hoy me arrepiento de todo corazón y pido perdón pero no logro ni puedo perdonarme a mí mismo. Por eso le escribo, no esperando nada sino con el motivo de sacarme toda la basura que tengo clavada en mi corazón. No encuentro una persona más apropiada para confesar todo esto que usted mismo.”

 CONCLUSIÓN

Este tango yo lo conozco, me lo cantó tantas veces… El pastor Andrés conoce a este chico. Yo me pregunto: ¿Todavía hay misericordia en Dios para él? ¿Puede una persona que tiene un llamado de Dios llegar a ser un asesino? ¡Sí! ¿Puede llegar a destruir a su familia? ¡Sí! ¿Puede perder la credibilidad de su familia y de sus pastores? ¡Sí! Mas el Señor sigue diciendo: “Yo he venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Yo creo que hay otros como este chico que tienen que venir ante Dios. Pero, ¿tú crees que él es el único? Si necesitas perdón, si necesitas sacarte las culpas de encima entrégale tus cargas a Jesús, entrégale tu vida a Jesús. ¿Estás arrepentido o arrepentida de tus pecados? Haz una oración y dile a Dios: Señor Jesús, yo necesito que me perdones, necesito que tomes el control de mi vida, yo creo que tu misericordia es tan grande que ya no importa cuánto he pecado. No quiero mirar lo grande de mi pecado, quiero mirar la grandeza de tu compasión, de tu misericordia. ¡Ven ahora y bendíceme! Llévate mis culpas, te las entrego Señor. Hoy soy libre porque tú me haces libre de mis ataduras, de mis pecados. Me declaro bendito, perdonado y en paz con Dios por la fe en Jesucristo. Gracias Señor, yo te recibo en mi corazón. ¡Venga tu Espíritu sobre mí! ¡Lléname de ti! Abro mi corazón, en el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.

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