PERDONA Y SÉ LIBRE - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

PERDONA Y SÉ LIBRE

INTRODUCCIÓN

Quiero hablarte acerca del perdón. El perdón es el regalo más grande que Dios le ofrece al hombre. Claro que ese presente viene con otro presente; Jesús murió en la cruz del calvario por toda la humanidad y eso hace posible que nosotros recibamos el perdón de Dios.

No siempre se tiene conciencia acerca de la importancia del perdón,pero sin éste no obtendremos vida eterna y no hay esperanza, en todo caso si no recibimos el perdón lo único que ganaremos es la condenación. Por eso yo digo que el perdón es el regalo más caro y más grande que Dios nos da y ese regalo viene por causa del gran amor que Él nos tiene.

El perdón y el amor están ligados ya que nadie puede perdonar si no ama, entonces el que ama perdona. Yo te pregunto: ¿Es difícil perdonar? Alguno dirá: “¡Es difícil perdonar lo que me han hecho!” En cambio, para una persona que está llena del amor de Dios es fácil. ¿Cuál es la diferencia entre aquellos que les resulta difícil y entre quienes les resulta fácil perdonar? El que ama perdona, y el amor no es nuestro sino de Dios.

El amor es un poder grandísimo, es aquello que hizo que Jesús descendiera del cielo, que dejara su gloria y muriera en la cruz del calvario. Para extendernos el perdón que necesitamos Dios había determinado en el Antiguo Testamento que el alma que pecare, esa morirá, por lo que hay una sentencia de condenación eterna sobre el que peca,pero como Dios nos ama tanto envió a su Hijo Unigénito para que pagara con su muerte nuestra muerte a fin de que nosotros seamos perdonados.

                SI AMAS, PERDONAS

Pecado es la trasgresión que cometemos contra Dios y ni sabemos cuántas faltas hemos cometido porque minimizamos algunas, ya que con la excusa de que todo el mundo hace determinada cosa creemos que no tiene nada de malo y la hacemos también nosotros. No tenemos conciencia de las veces que hemos ofendido a Dios pero es el amor del Padre lo que hizo posible que Jesús diera su vida y que nosotros seamos perdonados. Al ser perdonados dentro de nosotros hay una pureza y una limpieza tal que Dios nos llama santos. ¿En virtud de qué te llama santo? ¡En virtud de que por su amor te ha perdonado y te ha limpiado de todo mal! Cuando albergas pecado en tu corazón hay suciedad y Dios no puede tratar con la persona que tiene pecado. La única manera que Dios tiene de tratar con nosotros es limpiando primero nuestro pecado; cuando entendemos esto, lo creemos, lo aceptamos y adoptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Una vez que somos perdonados estamos limpios y Dios ya no ve lo que hemos hecho porque Él nos mira a través de la sangre de Jesús. Dios dijo de Él: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia”. ¿Por qué el Padre se complace en el Hijo? ¡Porque no había pecado en Jesús! Él nunca se reveló contra su Padre y no hizo su propia voluntad, aun lo que habló era lo que el Padre le daba que hablara. ¡Jesús hizo la voluntad del Padre y no pecó por eso Dios tenía complacencia en Él! Jesús complacía al Padre en todo, hizo su voluntad y no era independiente de Él sino que estaba ligado a Dios y hacía lo que el Padre quería que hiciese. ¡Eran uno con el Padre! Dios nos cubre con la sangre de Jesús y nos limpia de todo pecado; antes nos miraba y veía inmundicia pero ahora ve en nosotros a Cristo.

La Biblia señala que en la sangre está la vida; la sangre de Cristo te cubre y Dios ya no te ve a ti sino que ve a Cristo en ti y ¿qué dice?: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia”, “Esta es mi hija amada en quien tengo complacencia”. Ya no eres el gran pecador sino un hijo amado en quien el Señor se complace.

En cuanto a nosotros, para poder mirar a las personas debemos verlas a través de Cristo. Sucede que si la persona es fea ya no queremos amarla. Lo cierto es que si Cristo me ha perdonado y limpiado, si me ha cubierto con su sangre, si el Señor dice de mí que soy su hijo amado en quien Él tiene complacencia, yo tengo el mismo amor de Dios, entonces hago y hablo lo que a Él le agrada. ¡Hago las obras de Dios! Si Dios perdona, yo también. Yo he aprendido a perdonar a las personas antes de que cometan algo contra mí; he decidido perdonar antes de que me ofendan.

Cuando Cristo murió en la cruz del calvario lo hizo por el pecado de toda la humanidad, aun los que existieron antes de Él desde Adán. En el momento de su crucifixión,él ora a Dios y dice: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Lo más grandioso de todo es que Él murió por nosotros dos mil años antes de nuestro nacimiento. ¡Nuestro perdón estaba sellado en la cruz del calvario hace dos mil años! Dios sabía de las mentiras que íbamos a decir, sabía que íbamos a robar, que seríamos falsos e hipócritas y aun así Jesús decidió morir por nosotros. Tú puedes contar con el amor y el perdón de Dios, claro que primero debes creer. Algunos declaran que no son merecedores del perdón de Dios y dicen: “Dios no me va a perdonar nunca”. Eso es una cuestión tuya porque desde el punto de vista de Dios, Él te ama y está dispuesto a perdonarte.

Una adolescente, hija de encargados de uno de nuestros hogares Beraca me dijo una vez, llorando: “Yo quiero ser misionera. ¡Quiero servir a Dios!” A los pocos años se obsesionó con un muchacho y una madrugada se escapó con él. Por varios años permaneció alejada, se fue, avergonzando a sus padres, a mí y al hogar donde vivía. Cuando quiso volver se sentía sucia y no sabía cómo enfrentar la situación pero al pasar de los años finalmente le hizo frente, volvió al hogar con sus padres; cuando la vi, la abracé y me alegré de que haya vuelto. Ella piensa en las cosas que hizo cuando estaba lejos de Dios y eso le hace sentir culpa y dolor. Yo le dije que cuando la vi regresar, el amor de Dios que hay en mí produjo que la perdonara y la recibiera nuevamente, que estaba feliz de que haya vuelto a casa y ya no me importaba lo que había hecho. Yo que te amo y te perdono soy malo, pero Dios es mejor que yo. ¡El Señor perdona más y ama más que yo!

Con los años, Dios me ha enseñado a aplicar la misericordia; esto es un aspecto incomprensible del amor de Dios. Como el Señor nos perdona, así también debemos perdonar nosotros. ¿Para ti es difícil perdonar o te resulta fácil? Yo te digo que si no tienes amor es muy difícil hacerlo, en cambio si tienes amor es sencillo por lo tanto, el amor y el perdón van ligados.

Reflexionando acerca del perdón, compartí varias frases en las redes tales como: “No querer o no poder perdonar evidencia orgullo enquistado en el corazón”. ¿Cuáles son las excusas de quien no perdona? “¡No puedo perdonar!” o “¡No quiero perdonar!” “Lo que me ha hecho es muy grave”. Esa persona está violando el mandamiento más importante que hay en relación con el prójimo que dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Qué hace el que no puede perdonar? ¡Se está amando a sí mismo! Cuando decimos que nos duele lo que nos han hecho, sólo estamos pensando en nosotros y nos amamos a nosotros mismos, nuestro orgullo nos impide perdonar, porque nos han herido, y lo que tenemos es un YO muy grande. ¡A mi yo nadie lo toca! El que no perdona es que no acepta que le toquen el ego. ¿Entonces que hay adentro de quien no perdona? ¡Orgullo enquistado! ¡Se le ha formado un callo en su corazón! Por eso dice que no puede perdonar o no quiere. Señalan de la otra persona: “Es poca cosa para mí y no merece que lo perdone, y yo soy muy importante. Esa persona me hirió y a mí me dolió”.

Surge también otro aspecto y es que quien tiene resentimiento, rencor, odio u orgullo como hemos visto, la persona no lo llama por su nombre como rencor, odio o amargura contra alguien, más bien dice que tiene un dolor o una herida. Yo te digo que esa herida es angustia, resentimiento, rencor, deseo de venganza, odio o alguna otra cosa similar; y quien retiene la ofensa abre una puerta para que uno de esos pecados entre, porque el resentimiento es pecado, igual que el orgullo, el odio o la amargura contra alguien. Todo eso es pecado y el no perdonar hace que retengas ese pecado adentro. Debes revisar tu corazón porque tal vez tratas con personas con las cuales estás herida o herido y cada vez que las ves, algo se mueve dentro de ti. Tú quisieras no verla nunca más a esa persona y si se va lejos mejor, entonces mientras no la ves, estás bien pero si te la cruzas de nuevo surgen esos sentimientos conflictivos en tu corazón. En definitiva, tu orgullo, tu resentimiento y tu rencor hacia esa persona no se fue. Algunos creen que con el tiempo sanan las heridas pero no hay nada más errado que eso. ¡Es la sangre de Cristo la que limpia tu pecado! ¡No es el tiempo ni la distancia!

                EL PERDÓN TRAE LIBERTAD

¿Qué produce en tu interior el hecho de haber perdonado? ¡Produce libertad! La persona que perdona suspira profundamente y siente que un peso salió de su vida. Tener algo contra alguien es una carga, es un yugo. No perdonar te puede aislar de las personas. Una mujer que es abusada, por ese hecho se enoja con todos los hombres del mundo y dice: “¡Todos los hombres son iguales!” Se quiere vengar de todos o se cuida de ellos poniéndoles una barrera. Algunas dicen: “¡A mi ningún hombre me va a dominar!” Esas mujeres tienen rencor en su corazón. Ellas son autosuficientes y quieren resolver las cosas solas, no les hace falta ningún hombre que las tenga debajo de su pie. ¡Ella es la que tiene a los hombres debajo de sus pies! Cuando dice: “Los hombres allá y yo acá”. Eso, entre otras cosas es soledad aunque en el fondo ella necesita un hombre que la ame y que la proteja, pero siente bronca por ellos y les tiene miedo. ¿Qué produce la soledad? Produce una anomalía en la médula, lo que provoca que ésta no produzca glóbulos blancos que constituyen un sistema de defensa del cuerpo y atacan las enfermedades, las bacterias y virus. Cuando faltan glóbulos blancos en la sangre se debilita el sistema de defensa del cuerpo. Y así como la soledad, todos los sentimientos pecaminosos, malos sentimientos como el rencor, el odio, la envidia, los celos, la bronca, etc, atacan el cuerpo. Todos esos sentimientos producen en el organismo que sean segregadas sustancias que enferman lo que lleva a que la persona padezca cáncer, artrosis, artritis, presión, diabetes, problemas gastrointestinales, etc. ¡Todo eso y más es lo que producen los malos sentimientos! De ahí que el que no quiere perdonar, tiene una o más de estas enfermedades. Quien no quiere perdonar se auto enferma, debilita su organismo y genera dentro de sí sustancias que lo aniquilan. Pero cuando el amor de Dios llega a tu corazón, tu sueltas perdón; el odio, el rencor y la soledad no tienen donde morar. ¡Se tienen que ir! Y tú suspiras de alivio.

Tú dices: “No puedo perdonar. ¡Es difícil!” “No quiero perdonar” “¡Me duele lo que me han hecho!” Pero el Señor te dice: “Perdonad y seréis perdonados”. Parafraseando lo que dijo Jesús en Lucas 18:35 sería así: “Si ustedes no perdonan de todo corazón a quienes les han hecho daño, vuestro Padre celestial no los perdonará a ustedes”. ¿Por qué dice que debemos perdonar de todo corazón? Porque hay quienes perdonan de la boca para afuera. A algunos les hago repetir una oración: “Padre, vengo delante de ti. Hoy decido perdonar a esa persona que me ha hecho daño en el nombre de Jesús, amén”. ¡Qué oración más emotiva! Cuando le pregunto a la persona cómo está, me dice: “Un poquito mejor”. ¡Si verdaderamente has perdonado tu carga se va! Por lo tanto, no querer perdonar o decir que no puedes hacerlo demuestra renuencia o incapacidad para amar. ¡No quieres amar! Te resulta difícil o no quieres porque prefieres quedarte con el veneno adentro y seguirle cobrando a la persona que te dañó, y es que en definitiva le quieres cobrar todo lo que te hizo. Estás reteniendo la ofensa y pretendes que el otro pague, hasta deseas que sufra como estás sufriendo tú. ¡Tú no quieres hacer justicia por mano propia pero le pides a Dios que le mande un camión que atropelle a esa persona que te lastimó! Quedas encerrado o encerrada en ese mal deseo y en ese mal sentimiento. Claro que resulta difícil perdonar si Cristo no está en el corazón. Ahora, si hoy le abres el corazón a Jesús, su amor te llenará y tú podrás perdonar.

Es lógico que una madre perdone a su hijo por haber cometido una falta, quizás no sea así con el hijo del vecino porque no lo ama, pero a su hijo sí lo ama, entonces decimos que el que ama, perdona. Tu hijo te pudo haber causado mucho sufrimiento y vergüenza pero es tu hijo y lo amas, y como lo amas, lo perdonas; y aunque ese hijo no te pida perdón, tú le dices que lo perdonas. Quien no puede o no quiere perdonar no sólo retiene la ofensa sino que también retiene en su corazón esos pecados que le enferman y que a la larga lo condenan al infierno. El rencor, el resentimiento y el odio son tan duros que a veces te meten en un brete tan grande. Hay personas que se declaran condenadas a odiar porque dicen: “No voy a poder perdonar más lo que me hicieron”. Quien no quiere perdonar debe entender que tiene que pedirle perdón a Dios; debe humillarse delante de Dios y decirle: “Padre perdóname y líbrame de esta dureza. Te abro mi corazón, entra en él y lléname con tu presencia. Lléname de tu amor porque yo quiero amar como tú amas. Sé que cuando tú estés en mi vida será fácil perdonar”.

Yo estaba predicando acerca de esto y un muchacho me interrumpe y me dice: “Quiero saber cómo hago yo porque he odiado a mi madre toda mi vida, nunca la quise perdonar y ahora está muerta”. Aparentemente no había salida para él, su madre estaba muerta y ahora cómo le iba a decir que la perdonaba. ¿Cómo se puede odiar unos huesos secos? ¿Cómo se puede seguir odiando a un muerto? Hijos que le dicen a su padre: “Cuando te mueras voy a bailar sobre tu tumba”. Yo le hice repetir una oración al muchacho: “Padre perdóname, he sido muy duro con mi madre y no la quise perdonar. Estaba lleno de odio hacia ella pero te pido que me limpies con tu sangre Jesús…” Cuando finalizó le pregunté cómo estaba y me dijo: “¡Estoy un poco mejor!” Aún sentía un peso encima que no se le había ido; había perdonado de la boca para afuera pero no de corazón. En seguida llamé a una madre de la congregación que quisiera abrazarlo y le dije: “Ahí está tu mamá, dile que la perdonas y pídele perdón a ella”. La mujer lo abrazó, lo besó y el joven se quedó colgado a ella, pero cuando la soltó, suspiraba y decía: “¡Me siento libre! ¡Se me fue un peso de encima!”

Perdonar quizás no cambia en nada la vida de esa persona dura que no te pide perdón y cree que hizo lo que es correcto pero eso no importa, lo que importa es tu corazón. Él o ella tendrá que darle cuentas a Dios por su actitud pero tu arregla hoy tus cuentas con Dios. El Señor te dice: “Quiero que tú perdones. Yo te he perdonado a ti antes que nacieras y morí por ti aunque aún no habías nacido.  Quiero que seas como yo y si me dejas entrar en tu corazón vas a perdonar como yo perdono y amarás como yo amo”. El que no quiere o no puede perdonar, no ama y el que no ama no conoce a Dios. ¿Cómo que no conozco a Dios si vengo de chiquito a la iglesia? Sabes de Dios, dices que eres creyente, pero no lo conoces. ¡Muchos se confunden con esto! Pueden saber la Biblia de memoria pero no conocen a Dios; se saben los versículos que hablan acerca del amor y del perdón pero ellos mismos ni perdonan ni aman; creen que son cristianos pero están condenados porque no conocen a Dios. Quien no ama y no perdona vive en oscuridad y no puede ver la luz. ¡En el perdón y en el amor hay luz! Yo te pregunto: ¿Hay luz en tu vida? ¿Entiendes bien lo que entiendes? ¿Crees que piensas correctamente? Te digo que si tienes algo contra alguien, no sabes ni entiendes lo que sientes ni lo que razonas; no entiendes esos sentimientos que te tienen atado o atada, pero cuando amas y perdonas, Dios se revela a ti.

Se me acercó recientemente una mujer joven, alta, de buen parecer; ella pasó al frente porque quería perdonar y ser perdonada, cuando oré por ella se sacudía para todos lados, había una guerra en su interior. Ella caminaba ayudada por un bastón. Al finalizar el culto vino a hablar conmigo; cuando entra a mi oficina levanta su mano al cielo y me dice llorando: “Yo a usted lo he odiado tanto… ¡Años y años odiándolo! Me enojé con usted y decía: ¿Quién se cree que es este?” ¡Se envenenó contra mí y desapareció como doce años! Ella asistía a la iglesia con su hijita de seis años y en su veneno se terminó enfermando. Llorando me dijo: “Pastor, tengo cáncer en mi columna. Tuve un compañero que me violó, me golpeó y me rompió dos vértebras”. ¡Su columna está sumamente frágil! ¡Ha vivido enferma de odio! Pasaron doce años y la hija que en aquel entonces tenía seis años, ahora con dieciocho decide volver a la iglesia y la invitaba a su madre pero ésta se negaba. En una de esas, la madre le preguntó a qué iglesia iba y ella le responde: “A la de Márquez”. Desorbitada, exclama: “¡A la de Márquez! ¿No había otra iglesia a dónde ir? ¿Por qué justo a la de Márquez? ¡Anda a otra!” Pero su hija se afirmó en Cristo y decidió servir a Dios, ingresó a uno de nuestros hogares Beraca donde comenzó a crecer, y ahora se ha puesto de novia. En una reunión de pastores que tuvimos recientemente decidimos levantarla de diaconisa en la próxima actividad que tendrá lugar en Beraca para toda la familia. Cuando se lo dije a su madre, ella levantando las manos al cielo, decía: “¡Gloria a Dios por mi hija Victoria! ¡Por eso le puse ese nombre! ¡Es una bendición! ¡Gracias Señor por mi hija!” Yo abracé a la mujer y oré por ella, pedí a Dios que la sanara del cáncer y restaurara sus vértebras rotas. ¡Es precioso el amor! ¡Es precioso el perdón! 

CONCLUSIÓN 

¿Qué haces ahí enfermándote con tus broncas y resentimientos? ¿Qué haces con tus amarguras? ¡Dios quiere cambiar esa situación en tu vida hoy! Te has pasado la vida echándole la culpa a los otros de tus males y tus males no están adentro de los otros sino en ti. El que dice que ha perdonado pero tiene un dolor, está herido y no ha perdonado. Si puedes abrazar a la persona que te hirió y si le puedes sonreír mirándolo a los ojos, si recuerdas lo que te hizo pero no te duele y puedes mirarlo a la cara, entonces has perdonado y eres bendito.

La última frase que puse en las redes sociales reza lo siguiente: “Perdona de una vez y sé libre para volar como las aves”.¡Perdona de una vez y sé libre! Qué hoy puedas decir: “¡Nadie me debe nada! ¡Yo perdono todas la deudas que le gente tiene contra mí! ¡Soy libre de las deudas que tienen contra mí!”

Este mensaje no es para que sólo te quedes con una linda palabra sino para que arregles tus cuentas con Dios. Tú sabes que tienes que perdonar a alguien, que tienes que liberarte, porque no perdonar te enferma a ti y no a la otra persona. Fíjate el odio que tenía el joven por su madre, ¿qué le podía hacer a ella si estaba muerta? ¡Nada! Al primero que afecta la falta de perdón es al que no quiere perdonar. ¿Tienes alguna cuenta que arreglar con Dios? Pídele perdón y dile: “Señor, he sido muy duro, la falta de perdón me ha enfermado. Hoy tomo la decisión de perdonar y soltar a todo el que me ha hecho daño. Perdono y bendigo a los que me han herido, en el nombre de Jesús. Tú me ayudas a perdonar Señor y me fortaleces; tú me perdonas a mí, Padre, por haber sido orgulloso, por haber odiado y guardado rencor. Hoy decido no sólo perdonar sino también amar de todo corazón y en el nombre de Jesús me declaro libre, limpio y sano para la gloria de tu nombre, amén”.

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