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LUCAS 6:37-38; 43-45: “No juzquéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará: medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir. (…) No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.”
Sabiendo Dios que somos injustos, porque somos pecadores, no quiere ponernos de jueces. Aunque muchas veces he subido y me he sentado en el estrado del juez y me he puesto a juzgar personas, he entendido por la Palabra de Dios que no es de su agrado que lo haga porque él considera que no estoy en condiciones juzgar. Dios, para evitarnos el juicio y que seamos juzgados nos dice: no juzgues y no serás juzgado. Si yo veo defectos en otras personas, o que hacen cosas malas, con mucha humildad debo tratar de ayudarles o debo orar por ellos. O con mucha humildad tratar de mostrarles cual es el camino. No sin antes ir yo a Dios, y decirle: “Señor, ¿no tendré el mismo pecado que esa persona? Esto es una ley de siembra y cosecha; tanto en sentido positivo como negativo. Todo lo bueno que siembras lo vas a cosechar y todo lo malo que siembras también lo cosecharás. El que siembra odio recogerá el fruto del odio.
Hay un mal entre nosotros que debe ser totalmente erradicado. La tonta idea de creer que seré más bueno, cuando el otro sea más bueno. Y el decidir que si él no cambia, yo no cambio. Jesús respecto a esto dice: “…No puede el buen árbol dar mal fruto…” No esperes ser un buen árbol cuando el otro se transforme en un buen árbol. Tienes que decidir ya si eres un buen árbol o eres un mal árbol. El árbol malo da malos frutos porque sale de su corazón dar mal fruto, no es que el otro le provoca ser malo. Lo que sucede es que, como yo soy malo, doy mal fruto. Nos estamos engañando a nosotros mismos creyendo que nuestra bondad va a ser el fruto de la bondad del otro. Podríamos decir que el resentimiento es un rencor chiquito. ¿Cuando llega a ser rencor? No te preocupes crece solo, como las plantas. Solo es necesario que lo retengas y a veces lo riegues un poco. Cada vez que dices: “¿Viste como me miró?” Le echas agua… “¿escuchaste lo que me dijo? Le echas agua… Y el resentimiento comienza a producir brotes. Antes de resentimiento ¿que es?… Dolor. Si tienes un rencor por pequeño que sea, tus oraciones son estorbadas y cuando necesites perdón de Dios, no lo tendrás porque Dios te juzga con la misma medida que juzgas a los demás.
Estuve leyendo la historia de una mujer que se llama Rose Praice. En el año 1939 tenía diez años de edad y vivía en Polonia. Era una nena judía, su familia respetaba todas las festividades judías. Tenía unos papás amorosos. Se sentía acogida en su casa, nunca pasó un invierno frío. Vivió siempre en un hogar donde hubo mucho cariño. Con diez años de edad, un día entran unos soldados a la clase de su escuela primaria. La maestra hace pasar a todos los chicos judíos al frente y les dice que a partir de mañana no pueden venir más a la escuela por ser judíos. Luego de no mucho tiempo, se la llevaron a un gueto y nunca más volvió a ver a sus parientes. De pronto, después de tener un hogar cálido, pasó a tener gente que la castigaba, que la llevaba a cosechar remolachas en invierno, siendo tan solo una niña. Estuvo a punto de morir varias veces de frío. ¡Vivió cosas increíbles! Le daban de comer solo un pan por día. Cierta oportunidad, la llevaron a un campo a recoger remolachas y ella no daba más de hambre, así que dijo: “me voy a comer una cuando nadie me vea, pero un soldado la vio y por esto la latigaron y colgaron de sus manos. Ella recuerda cuando las alineaban desnudas porque querían saber cuánto tiempo soportaba la gente de esa forma sobre el hielo en invierno. En una oportunidad salvó su vida, el hecho que algunos de los que habían caído congelados a sus pies le conservaran el calor.
Los primeros años de estar en ese gueto oraba y buscaba a Dios, nunca tuvo respuestas. Hasta que un día le pidió algo, y como no se lo dio, decidió que Dios no existía y que nunca más iba a orar, ni a creer en El.
Cuenta ella: “Finalmente cuando fuimos liberados, en mayo de 1945, estaba llena de rencor por todo lo que había pasado, odiaba a los alemanes con toda la pasión. Ese rencor literalmente me envenenó el cuerpo de tal manera que tuvieron que operarme veintisiete veces. Yo buscaba alguien que estuviera dispuesto a tirar una bomba en Alemania y en Polonia. Había perdido toda mi familia, casi cien familiares con excepción de mi hermana y una tía.”
Salió de ese lugar y se fue a EE.UU donde formó una familia. Sin creer en Dios, comenzó a educar su hija en escuelas hebreas por ser judía.
“Un día mi hija adolescente vino y me dijo lo peor que podría haber imaginado: “Yo creo en Jesús porque él es el Mesías de los judíos.” Casi me dio un ataque al corazón. Le dije lo que Jesucristo le había hecho a su familia y por qué ella no tenía muchos tíos. Los guardias nazis me repitieron una y otra vez que por qué había matado a Jesucristo. Ellos me odiaban tanto que me habían puesto ahí para asesinarme. Así que el hecho de que mi hija creyera en Jesucristo, era la muerte; la eché de mi casa, yo no podía tener a una enemiga viviendo conmigo. “
“Ya había perdido mi primera familia bajo Hittler y ahora estaba a punto de perder a mi segunda familia. Todo por culpa de este Jesús. Estaba lista para encontrarme con este Jesús y matarlo yo misma. Por dos mil años habíamos sigo perseguidos por culpa de este hombre que supuestamente era el Mesías. Le dije todo lo que había aprendido respecto de este tema pero nada ayudó.”
Cuenta que desesperada fue a hablar con un rabino a ver si podía ayudarle a convencer a su hija y a su esposo de que ese Jesús, el Mesías, era malo. El rabino habló todo lo que pudo con ella y al final le dijo que no le podía ayudar más. Entonces desesperada fue a un sótano y comenzó a leer el nuevo testamento.
“Cerré la puerta con llave y lo primero que leí fue el libro de Mateo. Me enseñó que Jesús era un caballero, y que él no había matado a mi gente. Por el contrario, él era un hombre muy amable. Ahí fue que empecé a pensar en lo que había creído anteriormente…”
Esta mujer llegó a ser una cristiana. Pero la prueba de fuego fue cuando la invitaron a volver a Berlín. Cuando cayó el nacismo, un grupo de cristianos alquilaron un gran coliseo; el más grande de Berlín, el cual Hittler utilizaba para sus reuniones.
“Cuando salí de Alemania juré que nunca iba a regresar a esa tierra maldita. Y él me estaba pidiendo que regresara a Alemania. ¿Cómo podría proponerme algo como esto? Por seis meses estuve batallando con la idea de ir o no ir. Le pedí al Señor que me matara, que me llevara a mi hogar con él, pero que no me mandara de regreso. Tan pronto empezaba a orar la respuesta venía: “Tienes que regresar y tienes que perdonar”.
“El domingo me llamaron para que hablara. No recuerdo que cosas dije, no sé si hablé sobre el perdón. Pero una vez que terminé mi charla, alguna gente se acercó a mí. Eran las últimas personas que yo hubiera querido ver en este mundo, eran ex-nazis. Aparentemente yo había invitado a cualquier ex-nazi para que se acercara a recibir oración y buscar perdón. No recuerdo haberlo dicho, pero aquí estaban ellos pidiendo que los perdonara. ¿Podría perdonarlos cara a cara, como ya lo había hecho desde el podio? Uno de los que vinieron al frente era un guardia de Dachau, él había estado a cargo de los castigos. Cuando se identificó todo mi cuerpo tembló de dolor; en el momento en que se arrodilló, él me rogó que lo perdonara. La gracia de Dios fue la que me permitió perdonar a los que vinieron a pedirme perdón, porque la persona de “Rose Praice” no hubiera podido perdonarles por las atrocidades que ella sufrió cuando era niña. Cuando me estaba preparando para salir de Berlín, uno de los ex-nazis, con el cual yo había estado orando por perdón, se dirigió hacia mi, y me dijo que desde que la guerra había terminado no había podido dormir bien hasta el día en el cual yo había orado por él perdonándole.
Si sientes que no puedes perdonar a alguien, yo te digo que no puedes odiar a esa persona más de lo que yo odiaba a los alemanes. Perdí mi estómago, tuve veintisiete operaciones antes de volver a Berlín. El odio tiene una morada en tu cuerpo. El amor no puede habitar en un cuerpo lleno de odio. Cuando finalmente dejé el odio salir, y el amor entrar, algo sucedió dentro de mi cuerpo, no tuve más dolor. Desde 1981 no he necesitado ninguna operación ya que el Señor me ha sacado todo aquel veneno.”
Hay personas que no saben cual es el origen de algunas enfermedades que tienen, yo les digo que el odio produce enfermedades al corazón, al aparato digestivo, hernias y toda clase de enfermedades psicosomáticas. Escuché de algunos que dicen: “Dios sabe que no puedo perdonar, y con eso justifican el permanecer en su rencor, en su dolor, y quedan atados en su resentimiento.
No te estoy juzgando, quizá ese rechazo lo tienes por lo mal que te han tratado tus padres. Pero yo te he querido acercar un ejemplo de una persona que realmente tenía motivos para odiar. Pero una vez que Cristo está dentro de tu corazón, no puedes odiar, solamente puedes perdonar y amar porque la presencia de Cristo en el corazón te transforma en un árbol bueno. No sé que cosas te han hecho, pero si sé, que si Cristo entra en tu corazón, serás una persona benigna para medir a los demás. Ven a Jesús y dile: “Señor, yo perdono. Perdóname tú a mí.”
ANEXOS: