AMA LA PALABRA DE DIOS y atesórala en tu corazón - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

AMA LA PALABRA DE DIOS y atesórala en tu corazón

INTRODUCCIÓN

La palabra de Dios es sumamente importante. Si no tienes la palabra de Dios, no tienes a Dios. Quien ama la palabra de Dios, a Dios ama. Si la palabra de Dios ocupa un lugar secundario o muy lejano en tu vida, tú no puedes decir que amas a Dios y si lo haces, eres un mentiroso. Porque, quien dice que ama a Dios lo quiere conocer; y a Dios se lo conoce básicamente a través de su palabra, porque Él se revela a través de ella, la Biblia. No puedes decir que amas a Dios si ocupas tu día en tantas cosas y no tienes tiempo para leer su palabra. ¡Dios habla a través de su palabra!

Leemos en 1ª de Samuel 3:1: “El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”. Samuel era un adolescente y ministraba a Jehová en presencia de Elí, sacerdote y profeta de Israel muy reconocido. Era un hombre bueno que conocía la palabra de Dios, pero había envejecido y se había herrumbrado la palabra de Dios. No había visión con frecuencia, ni había con frecuencia palabra de Dios; es más, escaseaba la palabra de Dios. Tú puedes tener una Biblia y leerla esporádicamente, puedes conocer varios versículos bíblicos de memoria; no obstante, tu falta de apego y de amor a la palabra de Dios hace que ésta sea aburrida o no entiendes nada cuando la lees. Puede ser que tengas conocimiento de la palabra de Dios, pero eso no significa que tienes palabra de Dios. ¡La palabra de Dios es viva y eficaz! O sea que llega a tu vida en un determinado momento y te da visión. La palabra de Dios no es lo que está escrito con tinta sobre un papel; la palabra Rhema es esa palabra que se te revela a partir del Logos que es la palabra que está escrita en la Biblia. Cuando la lees, esa palabra te alumbra y te hace dar cuenta de algo que debes hacer o no debes hacer. ¡La palabra de Dios te da dirección!

Elí sabía mucho de la palabra de Dios; sabía de ritos y cómo había que hacer en cada paso de esos ritos, como, por ejemplo, a la hora de sacrificar animales tenía claro qué hacer. Pero el que ministraba a Dios era Samuel. Él era un muchacho que amaba a Dios. La palabra de Dios comenzó nuevamente a manifestarse en el ministerio de Samuel, un muchachito que amaba al Señor. Y dice así la Biblia respecto de él: “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras” (1ª de Samuel 3:19). Tú no lees la palabra de Dios, no tienes tiempo para hacerlo; tú tienes muchas ocupaciones, pero quieres conocer la voluntad de Dios. Quieres saber qué es lo que Dios quiere de ti, pero no te importa la palabra de Dios. O dices que sí te importa, pero no tienes tiempo de leerla. Recuerda, el que ama la palabra de Dios, a Dios ama. Dicho a la inversa, el que ama a Dios, su palabra ama. No hay excusas de que no puedo leer por falta de tiempo, porque me aburre, porque no la entiendo; tienes que hacerte el tiempo y estudiarla. Si amas a Dios, tienes que amar su palabra; y amar la palabra de Dios es buscarla como a un tesoro, leerla y atesorarla en tu corazón.

El rey David amaba muchísimo la palabra de Dios, la ley de Dios, sus preceptos, lo podemos ver en cada uno de sus salmos. El Salmo más extenso de la Biblia es el Salmo 119, y es una dedicatoria al amor que el salmista tenía a la palabra o preceptos de Dios, en el que expresa entre otras cosas: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino… Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación”.

David reconocía que la palabra de Dios era muy importante. Cuando la palabra de Dios viene a tu vida y no le das trascendencia porque estás muy ocupado con los quehaceres diarios, cuando no le das oportunidad, dejas que caiga en tierra. Y hoy, yo te hablo palabra de Dios. Tal vez piensas que sólo soy un hombre y debes decidir si crees o no crees. Porque si yo te estoy predicando palabra de Dios y la desestimas por mi cara o por el concepto que tienes de mí, debo decirte que corres el riesgo de dejar caer al suelo la palabra de Dios y eso es desestimarlo a Dios.

A veces nos guiamos más por conceptos éticos y por conceptos tradicionales. Hay gente que se cree que es mejor que Dios y son más papistas que el papa. Por lo que podemos leer en la Biblia, vemos que Jesús varias veces se enojó y se enojó mal. El Señor no quiere que se confunda lo que es el pensamiento humano o la palabra humana con el pensamiento o la palabra de Dios. Para Jesús la palabra de Dios es muy importante. No podemos mezclar el consejo humano con el consejo divino. No podemos mezclar el “a mí me parece”, “a mí me gustaría”, o el “yo siento”, con la palabra de Dios, porque ésta marca la voluntad de Dios y tú no puedes confundir tu voluntad, una voluntad humana, con la voluntad de Dios que es sagrada. ¡La palabra de Dios es la voluntad de Dios!

Quiero hablarte de la preeminencia de la palabra de Dios. Preeminencia significa el lugar importante que ocupa la palabra de Dios. Por eso, el que ama la palabra de Dios a Dios ama; y el que ama a Dios ama su palabra. Y la palabra de Dios es muy importante. Muchos se han descarriado porque no le han dado importancia a la palabra de Dios. Cuando Dios habla, para la oreja. Si Dios te está hablando tómalo en serio y no permitas que nada te distraiga. ¡Abre el corazón porque algo quiere hacer el Señor contigo!

SU PALABRA NO ES LA TRADICIÓN DE LOS HOMBRES

Los escribas y los fariseos sabían de religión, conocían muy bien la palabra de Dios; sabían de ritos, sabían qué era lo que había que hacer y que no, pero estaban enceguecidos porque habían formalizado una religión de la cual el Espíritu Santo se había retirado. La palabra Rhema que he mencionado anteriormente es palabra viva; es el Espíritu Santo encendiendo, vivificando y moviendo dentro de ti la palabra de Dios. Si no te pasa así es porque la palabra de Dios no te llegó y eso debe ser porque estás distraído en tus quehaceres; afanado, ansioso y preocupado con muchas cosas. Entonces, la palabra de Dios no encuentra cabida en tu corazón. Jesús estaba en Genesaret, en la zona de Galilea y allí la gente no era tan religiosa. De ahí vinieron los discípulos de Jesús, y cuando la gente los escuchaba hablar decía que eran del vulgo y sin letras, pero quedó demostrado más tarde que el Espíritu de Dios estaba con ellos.

Los discípulos de Jesús no sabían mucho de reglamentos. Cuando algunas mujeres vienen por primera vez a nuestra iglesia nos preguntan si se puede usar pantalones. Quieren saber qué hacer para no incomodar ni a Dios ni a la iglesia. Y lo que vamos a aprender hoy es una confrontación de Jesús con la religión y con las normas religiosas.

Jesús declaró: “Yo he venido para que tengan vida” y eso es lo que nos debe ocupar, que la vida de Jesús esté en nosotros. Leemos en Marcos 7:1 al 4: “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos”.

Resulta que se habían establecido normas de purificación. La purificación, la pureza y la santidad eran muy importantes en la religión judía. Tanto es así que ellos consumen alimentos Kosher, esto es comida santificada y apartada. Ellos tienen normas para matar las vacas y para preparar los alimentos. Hasta el día de hoy existen normas de lavado de manos, de vasijas, de vasos y demás utensilios; pero, más que una cuestión de salud o de sanidad es una norma religiosa. Antes de leer la Torá se lavan las manos y la cara. No pueden tocar algunos elementos; por ejemplo, hay jarros que son para lavarse las manos que lo tienen que agarrar de cierta manera para no contaminarse. Esos son normas religiosas. Los religiosos condenaban a los discípulos de Jesús por comer pan con las manos sucias. Entonces leemos en Mateo 7:5: “Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas?” Cuando Jesús escuchó esto, explotó de bronca porque para el Señor había un abismo muy grande entre la tradición de los ancianos y la palabra de Dios. Y la palabra de Dios es muy importante.

Entonces, Jesús tomó el manual de ética y pensó de qué manera responderles para no crear discordia. En Mateo 7:6 y 7 dice la Biblia: “Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres”. ¡Les dio en la cara a los hombres del quehacer religioso que habían llegado desde Jerusalén! Estas personas llevaban unas vestiduras especiales, se santificaban, tenían una manera de especial de hacerse acompañar. Aquí se ve a Jesús muy enojado, y Él dijo en una oportunidad: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:24). “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38).

Para Jesús las palabras eran muy importantes. Si yo obedezco la palabra de Dios, amo a Dios; si yo amo la palabra de Dios le estoy honrando y hago su voluntad. En muchos países la tradición es muy importante, al punto de volverse sagrada. Muchas cosas hacemos que se vuelven hábitos y los hábitos se transforman en tradiciones. Una vez, una familia invitó a un pastor a comer y le sirvieron pescado; el pastor comió, felicitó a la cocinera ya que estaba deliciosa la comida, pero estaba intrigado y les preguntó por qué le habían servido el pescado con la cola y la cabeza cortadas. “La verdad”, dijo la mujer, “no sé por qué se hace así. Esto me lo enseñó mi mamá y yo lo hago como lo hacia ella”. Cuando le pregunta a la madre por qué ella le cortaba la cabeza y la cola al pescado para hacerlo al horno, la madre tampoco sabía por qué era así la receta, porque lo había aprendido de su mamá. Resulta que cuando le preguntaron a la abuela, les contó que tenían un horno chiquito y para que entrara el pescado le tenían que cortar la cabeza y la cola. ¡Por tres generaciones preparaban la misma receta sin entender por qué!

Jesús confrontó a los ancianos por sus doctrinas. En la Biblia están las doctrinas que deben ser abrazadas y creídas. Éstas son artículos de fe inamovibles que no pueden no creerse. Doctrina es una enseñanza que conforma un cuerpo que debe ser creído y quien no cree es condenado porque tiene que ver con la salvación. El perdón de los pecados por la sangre de Jesús es una doctrina, es una enseñanza en la Biblia que comienza en el Génesis con el primer acto de sacrificio de Abel y termina con el Apocalipsis con el Cordero inmolado de Dios desde antes de la fundación del mundo que quita el pecado del mundo. La sangre de Cristo está representada en la salida del pueblo hebreo de Egipto, cuando matan un cordero y pintan los dinteles de las casas con su sangre. Eso es una doctrina que debe ser creída, respetada y obedecida. Pero Jesús les dijo: “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres”. No lo honran cuando imponen reglas que Él no ha mandado.

Hay iglesias a las que las mujeres no pueden ir con pantalones. Esto está basado en un texto bíblico que señala que la mujer no debe vestir ropa de hombre ni el hombre debe vestir ropa de mujer, y eso es palabra de Dios. Pero las mujeres usan pantalones de mujer. Y en algunas iglesias las mujeres no entran si no visten pollera; estableciendo normas humanas que Dios no ha instituido. También dice la Biblia que el atavío de la mujer no debe ser de peinados ostentosos y si las mujeres se tiñen el pelo no las dejan entrar. No sé de donde habrá surgido la norma que usan algunas iglesias que prohíben que las mujeres se depilen. No son malas las normas humanas cuando no se traducen en reglamentos, cuando no reemplazan la palabra de Dios y no compiten con ésta.

Jesús se enojó mucho con los religiosos y los confrontó varias veces; gente que quería ser más religiosa que Dios. No estaba mal que los discípulos se lavaran las manos a la hora de comer; estaba mal que lo hayan impuesto como una norma religiosa.

Les dijo también Jesús: “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes”. Les decía también: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7: 8 y 9).

Aquí hay un gran problema. La tradición de los ancianos equivale a doctrina de hombres. Los ancianos eran personas venerables en todas las civilizaciones. Eran personas de edad avanzada que tenían conocimiento y experiencias; entonces, los gobernantes o personas que estaban en autoridad siempre recurrían a los ancianos porque ellos tenían mayor cúmulo de conocimiento. Hoy en día, en quien buscan consejo porque tiene mayor conocimiento es en la Wikipedia, en la computadora. En la época de Jesús había setenta y un ancianos que conformaban el sanedrín y como Jesús no cuadraba con las enseñanzas de los ancianos, el sanedrín decidió matarlo. ¡Es brava la lucha del alma humana contra la palabra de Dios! Y la palabra de Dios es muy importante. Una cosa es doctrina de Dios y otra es la doctrina de hombres. Si algún día me escuchas dar enseñanzas que no concuerdan con la palabra de Dios tienes derecho a no hacerme caso. Pero si te hablo palabra de Dios y no me tomas en cuenta corres el riesgo de echar por tierra la palabra de Dios; no me estás desechando a mí, estás desechando a Dios, y quien desecha la palabra de Dios a Dios desecha.

El tema no era si me lavo las manos o no me lavo las manos. El tema es, qué pasa con el lavamiento de las manos. Había cosas que los ancianos exigían como palabra de Dios y Jesús les dijo: “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres…” Les decía también: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición”. Había una gran diferencia entre los mandamientos de Dios y la tradición de los hombres. Las tradiciones invalidan la palabra de Dios. Hay iglesias que tienen reglamentos y estatutos. “En mi iglesia las cosas se hacen así porque está en el reglamento”, dice alguien. ¡Ojo! El reglamento se puede transformar en la tradición de los ancianos. Las tradiciones invalidan la palabra de Dios. Jesús mismo lo dice: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición”. También agregó: “…invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas” (Mateo 7:13). Tradición de los ancianos no equivale a palabra de Dios. El peligro no sólo es enseñar como doctrina el mandamiento del hombre, sino que ese mandamiento del hombre invalida la palabra de Dios. Tú tienes que conocer la palabra de Dios. Como declaró el salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Si quieres caminar seguro y segura; si quieres estar convencido de la voluntad de Dios para tu vida, tienes que conocer muy bien su palabra. Si conoces la palabra de Dios, conoces la voluntad de Dios y sabes cómo piensa Dios. Si desconoces la palabra de Dios, estarás enredando los conocimientos tradicionales que tienes con las doctrinas bíblicas.

Lo que Moisés dijo equivale a lo que Dios dijo. Leemos en Mateo 7: 9 en adelante: “Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a estas”.

SU PALABRA ALUMBRA NUESTRO CAMINO

Dios inspiró a sus elegidos para escribir su palabra. La Biblia fue escrita por hombres, y mucha gente no la toma en serio o no la obedece arguyendo que fue escrita por hombres y éstos se equivocan. Hubieron personas que menospreciaron a Moisés; una de ellas fue María su hermana que junto con Aarón murmuraron contra él diciendo: “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová” (Números 12:2). Al rebelarse contra Moisés le fue muy mal. Tú no puedes desechar la palabra de Dios porque la escuchas por boca de un hombre. Tú tienes que discernir si es palabra de Dios o no. En última instancia, tú eres responsable de lo que crees. No puedes echarle la culpa al pastor si crees que no habló palabra de Dios. Debes amar a Dios con todo tu corazón, así sabrás si la palabra es de Dios o no. Lo cierto es que los que caminamos con Dios lo hacemos en la revelación.

Los hombres de Dios fueron inspirados. La inspiración fue el aliento de Dios. Ellos eran hombres pecadores como tú y como yo, pero Dios los inspiró para escribir su Santa Palabra. El Señor puede dar un gran golpe con una vara torcida. Ellos fueron inspirados y nosotros necesitamos revelación para poder descubrir lo que está detrás de su palabra. Lo que está escrito no es la revelación; lo que Dios te muestra detrás de lo que está escrito es revelación.

Cuando yo me enamoré de Marta, tenía un grave problema porque ella estaba de novia con otro hombre; más feo que yo, pero era un buen cristiano. Yo me enamoré y dije: “¿Qué hago? ¿Puedo orar y pedirle a Dios que lo aleje de la vida de Marta? ¿Estaba bien que le pida a Dios que me dé a Marta cuando el pobre muchacho tuvo otra novia que lo había dejado plantado en el altar?” Entré en una crisis y le pedí a Dios que me mostrara su voluntad. Así estuve dos años orando. Marta ni enterada. Y yo le pedía a Dios que me hablara. En un momento leo un versículo bíblico en Mateo 21:22: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Entonces voy a orar, pensé; y al otro que lo parta un rayo. Pero se corrió un velo y vi que el versículo me estaba diciendo que yo tenía que orar pidiéndosela y Dios me la iba a dar. Pero luego se presentaron muchas circunstancias queriendo demoler la fe, y yo iba a Dios y le preguntaba si era su voluntad o no que orara por Marta. Aparecieron muchas cosas que batallaban contra la fe y le pedía a Dios que me hablara. Entonces abría la Biblia y me saltaba el versículo bíblico de Mateo 21:22: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. Y otra vez oraba: “Dámela Señor, dámela”. Oré y oré, y me casé con Marta.

Dios me dio una palabra Rhema. El Señor corrió el velo y me mostró el versículo para que yo creyera y me manifestó de esa manera cuál era su voluntad. Yo amaba a Dios y buscaba su voluntad. Marta, desde muy pequeña oraba para no equivocarse en cuanto al compañero que Dios tenia para su vida. ¡Y el compañero era yo! La palabra Rhema es una palabra que se vivifica. Cuando amas a Dios, cuando amas su palabra y la atesoras, esa palabra te habla. ¡Se vivifica!

Algunos, al escuchar mi testimonio, me dijeron que iban a hacer lo mismo. Entonces se pusieron a orar. “Pero a usted Dios le contestó y a mí no me contesta”, me reprochó alguien. Yo le pregunté si realmente Dios le habló o no. ¡Con copia no viene la voluntad de Dios! Porque que yo lo haya hecho no significa que tú tienes que hacer lo mismo. ¡Tú necesitas que Dios te hable a ti! Ama la palabra de Dios. Lee la palabra de Dios y atesórala. Porque la palabra de Dios es muy importante.

Cuando Marta estaba de novia con ese muchacho rubio y alto, también oraba que Dios le confirmara con una palabra. Y el Señor le dio una palabra que se encuentra en 1ª de Samuel 16:7: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.

Hay costumbres e ideas que compiten con la palabra de Dios. Y cuando tú no amas la palabra de Dios y no lo amas a Él, muchas ideas y razonamientos surgen en tu corazón, además de lo que te dicen tus familiares y amigos, pero tú no tienes paz en tu alma para poder escuchar la voz de Dios.

Volviendo a lo que dijo Jesús en cuanto a las tradiciones: “Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre”.

Los ancianos invalidan la palabra de Dios por sus tradiciones. Cuando Moisés dijo: “Honra a tu madre y a tu padre”, es Dios hablando. Esto es igual a decir: “Dios dijo: “Honra a tu madre y a tu padre”. Leemos en Mateo 15:4: “Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente”. Mateo relata la misma historia, pero no dijo, Moisés dijo. Los ancianos querían que tuvieran un gran respeto por las ofrendas entonces establecieron normas. Cuando decides que vas a ofrendar a Dios haces un voto, y una vez que haces un voto no puedes volver atrás. Tú quieres ofrendar una ovejita, entonces haces un voto llamado Corbán, y apartas esa oveja para Dios, y ya no la puedes usar para ninguna otra cosa porque queda apartada o santificada para Dios. Y Jesús les reprocha que ellos invalidan el mandamiento que dice: Honra a tu padre y a tu madre, pero ellos tenían una norma que llamaban Corbán y era un voto. Entonces, si el papá se estaba muriendo de hambre, el hijo podría vender la ovejita para cumplir con el mandamiento de Dios, ahora, por causa de la norma de los ancianos, tenía que decirle al padre que no podía ayudarlo porque lo que tenía era Corbán. ¡Ojo con las costumbres de tu casa, las que impusieron tus antepasados! A ti te tiene que mover solo la palabra de Dios o corres el riesgo de invalidarla.

CONCLUSIÓN

A veces, los que te detienen para no hacer la voluntad de Dios son tus familiares. Mi hermano Hugo Márquez estuvo disertando recientemente en la OEA. Cuando él estaba en tercer año de Ingeniería, sintió el llamado de Dios para pastorear. Entonces tomó la decisión de abandonar la carrera de ingeniería y dedicarse a la obra de Dios. ¡La que se armó en mi casa! Mi mamá dijo: “¡La única herencia que yo les dejo es el estudio! Yo no tengo plata, pero mi herencia es que ustedes estudien y tengan un título”. Entonces le dijo a mi hermano: “Primero termina la carrera y luego hace lo que se te dé la gana”.  Y él le respondió: “Ustedes me han enseñado que el bien más valioso es que yo predique el evangelio”. Aunque mi madre insistió que no lo hiciera, Hugo abandonó su carrera y se dedicó a pastorear. Hoy honro a mi hermano porque jamás hubiéramos imaginado que estaría en la OEA mencionando el nombre de Jesús. Las normas en mi casa era que primero debíamos estudiar y después hacer la voluntad de Dios. Pero si Dios te llama, deja lo que tengas que dejar y síguelo. No permitas que tus padres o tus amistades, no permitas que nada ni nadie se interponga.

¿Eres capaz de sacrificar algo importante por causa de la voluntad de Dios? Espero que hoy hayas aprendido que la palabra de Dios es muy importante. Ninguna tradición, ningún pensamiento o argumento, ningún razonamiento puede levantarse y opacar la palabra de Dios en tu vida.

Sé que hay gente que sabe que no ha hecho la voluntad de Dios porque la han considerado como algo secundario y han dejado caer por tierra la palabra de Dios. Después te lamentas que te va mal, que Dios no te ayuda, que no te contesta. Es que no has estimado la palabra de Dios como un tesoro para tu vida. Yo le hice caso a mi mamá y terminé mi carrera de arquitectura. Ya recibido le dije a Dios que quería que en mi vida se hiciera su voluntad. No hice una larga oración, pero, ¡¡¡¿para qué oré eso?!!! Dios comenzó a romper todos mis planes. Me quitó todos los trabajos y proyectos. Dios me quitó todo lo que yo amaba y comenzó a poner su voluntad en mi corazón. ¿Cuál era su voluntad? Era todo lo que yo no había querido hacer. ¡Yo no quería ser pastor! Quería ser un gran cristiano, pero sin llegar a ser pastor. Orando, le dije: “Dios, pídeme cualquier cosa menos que sea pastor”. Pero lo importante no era lo que yo pensaba sino lo que Dios pensaba. Entonces el Espíritu Santo trabajó para derrumbar todas mis ideas y proyectos. Y después de haber destruido mis preconceptos le doy gracias a Dios porque me hizo pastor. ¡Gracias a Dios que destruyó todos mis planes para que sus planes se concreten en mi vida!

Levanta Dios, hombres y mujeres que te honren. Levanta hombres y mujeres que puedan poner su vida en tu altar. Que se olviden de ellos mismos y de sus planes; que se olviden de toda traba que ponen los argumentos que se levantan contra tu voluntad y tu palabra, y que hoy tomen la decisión más importante de sus vidas de servirte. Tráelos al centro de tu voluntad Padre, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.

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