MISERICORDIA: LA ESENCIA DE DIOS - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

MISERICORDIA: LA ESENCIA DE DIOS

INTRODUCCIÓN

A nosotros nos gusta estar con personas que nos caen bien porque nos sentimos bien a gusto; por ejemplo, alguien que es alegre. Nos atrae la persona porque es culta porque aprendemos de ella y nos sirve. Eso nos da la pauta de que no estamos pensando en ellos sino en nosotros y esto es una actitud egoísta. Nuestro deber es amar a nuestro prójimo. Jesús tenía misericordia por todos. Mucha gente piensa que no es digna de ir a la iglesia o de recibir el perdón de Dios por haber hecho muchas cosas malas. Y caen en el error de creer que cuando estén bien y ya no hagan más lo malo, entonces serán dignos de presentarse delante de Dios. Alguien dirá: “Yo estoy muy sucio, hice todo mal. ¿Qué me va a mirar Dios a mí?”

Participé de un almuerzo con motivo del cierre de la negociación de una de nuestras emisoras asociadas en una ciudad del interior, en donde había una mujer y su familia a quienes tuvimos la oportunidad de compartirles el evangelio. Le pregunté a la mujer a dónde creía que iba si se moría en ese instante y me respondió muy convencida de que se iba directo al infierno. Yo la alenté a acercarse a Dios y dijo: “¿Qué me va a mirar a mí, Dios?” Aunque creía que sus pecados fueron perdonados porque tan mala no era, a su entender. Decir que Jesús no me va a mirar porque soy malo e hice cosas malas, es dar a entender que Él no es misericordioso; es no entender el amor de Dios por nosotros. Jesús no vino a buscar gente perfecta; Él vino a buscar pecadores al arrepentimiento. Su gran virtud es transformar pecadores en santos. A ti te agradan los que te caen bien; Jesús ama a los pecadores, aunque estos lo ofendan.

EL ORIGEN DE LAS ENFERMEDADES

Leemos en Lucas 13:10: “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar”. ¡Cuidado con la religión! La iglesia Misión Vida no salva, las iglesias no salvan. El único salvador es Jesús. Él es el único que tiene poder de perdonar pecados y salvarnos. El pecado produce frustración, impotencia, dolor, amargura, violencia; produce rencor y revanchismo. El pecado es una puerta abierta a cosas que no puedes superar porque quien peca es esclavo del pecado.  

Pero Jesús vino a liberar a los cautivos que están bajo el poder del pecado. Cuando digo que Jesús es misericordioso, me refiero a que te ama y te quiere ayudar. ¡Él tiene poder! Lo que quiere es que confíes en Él. Tienes que pedirle con fe y creer que te ama a pesar de lo que eres. Como relata Lucas, había una mujer que por dieciocho años estuvo encorvada y tenía espíritu de enfermedad. Dieciocho años visitando médicos, comprando remedios; dieciocho años probando esto y aquello. Te cuento que cuando tienes temor a enfermarte atraes la enfermedad; y así cualquier otra cosa. El temor es una debilidad y satanás conoce tus debilidades; él quiere todo lo contrario a Jesús porque su propósito es verte destruido y hacerte fracasar. ¿Cómo hace satanás? Observa tus debilidades y en cuanto a eso, te ataca. Si tu debilidad es el dinero, comida, etc., te va a atacar en esa área. ¡Cuidado con tus debilidades! Job declaró: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). En la Biblia vas a encontrar la orden “no temas” varias veces. El temor es desconfianza, inseguridad y duda. Y el antídoto contra el temor es la fe. Tienes que acercarte a Jesús, quien tiene misericordia de ti y tiene poder.

Tal vez eres de esas personas que no salen de una enfermedad y le sucede otra; que toma un medicamento para algún síntoma y le empeora otra cosa. Tienen espíritu de enfermedad. La mujer hacía dieciocho andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Estuvo encorvada por causa de un espíritu de enfermedad; y lo que le abrió la puerta a ese espíritu fue el pecado. Dijo Jesús que satanás había atado a la mujer por dieciocho años. La enfermedad no es una cuestión meramente física, es espiritual. Una persona se enferma por causa de la ansiedad, de la angustia, etc. Cosas que vienen por causa del pecado. Generalmente esas ansiedades, afanes, preocupaciones surgen por los temores. Piensas que con tu sueldo no llegas a fin de mes. Estás endeudado y le echas la culpa a las circunstancias y no ves que la culpa es tuya. Si vives endeudado es porque decidiste vivir así; si no quieres estar más así, no te endeudes nunca más. No saques otro préstamo para pagar el que ya tienes.  

La mujer que estaba encorvada, por alguna causa abrió puertas a la enfermedad y estaba doblegada por un espíritu de enfermedad y no se podía enderezar. Hoy en día, si estás encorvado o encorvada te mandan a hacerte estudios. Si la mujer viviera en esta época le habrían mandado a hacer una tomografía y se vería que tiene un problema en las vértebras. ¡Eso ven las máquinas! Pero Jesús vio un espíritu de enfermedad. El texto bíblico de Lucas 13 me enseñó a mí que la enfermedad tiene origen en el pecado. No es meramente un problema orgánico. Todo el mal proviene del reino de las tinieblas que opera en el mundo. Todos somos pecadores. Siempre tenemos alguna maña o determinado comportamiento. Podemos darnos cuenta de lo egoísta que somos cuando amamos solamente a quienes nos caen bien. Y el egoísmo es pecado.

Estaba predicando Jesús y vio cuando entró la mujer. Él sabe qué pecado tenemos. A veces, cuando no tengo fe para orar por alguien comienzo a indagar su vida para ver la raíz de su problema. Mas Jesús nada le preguntó a la mujer. Dice la Biblia que cuando la vio le dijo: “Mujer, eres libre de tu enfermedad”. Puso las manos sobre ella; y ella se enderezó. Pudo más la misericordia al ver la frustración y el dolor que tenía la mujer que el pecado de ella. Y como Él sabe todas las cosas, sabía que por dieciocho años estuvo padeciendo. Jesús se fija más en tu dolor que en tu pecado.  

Tu dolor es la consecuencia de tu pecado; así como la frustración, la bronca, la ira, el deseo de venganza, etc. Pero estás cansada de ser así; estás cansado, y no hay manera de salir de ese círculo. Hay hombres que se lamentan porque no saben por qué tratan tan mal a la esposa. Hacen fuerza para no volver a hacerlo, pero lo hacen de nuevo. Sé que estás cansado o cansada de ser como eres y de esconderte porque no quieres ni siquiera que se vea lo que piensas o sientes.

Una joven con la que hablé tenía un pensamiento constante de suicidio y decía que la vida no tenía sentido. Y satanás aprovechaba incitándola a que se quitara la vida. Dios ve tu dolor y tu impotencia. Él sabe que ya no quieres alcoholizarte. Dios lo sabe y tiene misericordia de ti. Te podría decir que lo que te pasa es consecuencia de tu pecado, pero le duele tu dolor. Déjalo que te ayude porque Él quiere hacerlo.

Leemos en el relato de Lucas 13: “Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”.

Pero el principal de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiese sanado en el día de reposo, dijo a la gente: “Seis días hay en que se debe trabajar; en estos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo. Entonces el Señor le respondió y dijo: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?”

¡Te dije que tuvieras cuidado con la religión! Esta te impone normas, no tiene piedad de ti; te enseña lo que tienes que hacer y lo que no. Pero la religión no sabe que eres impotente y esclavo del pecado. Lo que necesitas es la misericordia y el perdón de Dios. Yo me crie en una iglesia tradicional y creíamos que Dios es Todopoderoso, pero éramos muy escépticos en cuanto al tema de los milagros. Creíamos y decíamos que Dios nos ha dado a los médicos; y como en el tiempo de Jesús no había muchos médicos y la medicina no era avanzada como lo es hoy, entonces Jesús hacía milagros, pero hoy en día no hacían falta los milagros. Cuando orábamos por alguna dolencia o enfermedad lo hacíamos sin fe; eran oraciones huecas. Te digo que si oraste y Dios no respondió es porque hiciste una oración hueca.

MI TESTIMONIO

Hubo un tiempo en que sufrí de gastritis. Me gustaba comer pizza, pero no podía. Mi tierra San Juan es la tierra del buen vino, pero yo no podía tomar un solo sorbo porque sentía que me quemaba. Un día nos juntamos con varios amigos en mi casa y discutíamos que Jesús hizo milagros antes, pero en esta época no porque están los médicos.

La Biblia decía que Dios hacía milagros portentosos por medio de Pablo y yo me preguntaba dónde estaba la iglesia del primer siglo. ¡No veía ningún milagro en mi iglesia! De pronto uno de mis amigos nos dijo que se estaba llevando a cabo una campaña evangelista en el obelisco de Buenos Aires. El predicador era de una de esas iglesias de locos que creen en milagros. Ahora, ¿que yo levantara las manos para adorar a Jesús? ¡Una vergüenza! Yo veía a la gente cantando los coritos, aplaudiendo y saltando. En mi iglesia se entonaban los canticos sentados porque pensábamos que Dios era un Dios de orden; así que si aplaudías se armaba el desorden y ahí no estaba Dios. Y nada de exclamar aleluya o gloria a Dios. Yo miraba a las personas que estaban congregadas en el obelisco y pensaba: ¡Qué manga de locos! “Alaben a Dios”, decían desde el púlpito. ¡Yo lo alababa por dentro! De pronto, el predicador hace un llamado a las personas que tenían enfermedades para que pasaran adelante. Yo decía: “¡Qué imprudente! ¿Quién se creer que es? ¿Se cree Dios?” Entonces mi amigo me anima a pasar para que oraran por mí. Yo me negaba. ¡No estaba tan grave! Solo no podía tomar café, té, mate, vino, no podía comer una parrillada. En mi refrigerador tenía te de un yuyo especial. Mi hermano se había recibido de médico y me dio un medicamento que me mantenía sin acidez. Me dijo que el tejido afectado por la gastritis se tenía que regenerar y yo debía cuidarme de no tomar y comer cosas que me dañaran más. Justo en esa semana de la campaña, mi hermano me hizo una serie de recomendaciones para que me cuidara y me sanara. Así que, ¿qué iba a pasar yo adelante si ya tenía las pastillas que me recetó mi hermano? Pero mis amigos me empujaban a que pasara. El predicador insistía que pasara la gente con enfermedades; entonces, contra toda mi vergüenza di un paso y medio hacia adelante. Le dije a Dios: “Señor, si me vas a sanar me podés sanar acá donde estoy. Yo adelante no voy a ir”. ¡Me daba vergüenza que la gente me viera pidiéndole a Dios un milagro! El asunto es que me quedé ahí quietito.

Terminó la reunión y me volví con mis amigos. Uno me preguntó si me había sanado y yo no sabía. En ese momento no sentía nada. ¿Cómo podemos hacer para saber si estaba sano?, nos preguntábamos. La única manera era comer eso que yo no podía comer. Nos fuimos a comer una parrillada que quedaba cerca de donde se hizo la campaña. No solo comí carne sino también ají picante, ese que te hacer arder la garganta. “¿Te tomas un vinito?”, me invitó mi amigo. “No podría, pero probemos”, le dije. Yo comía esperando que se manifestara el dolor; el asunto es que comí de todo y no sentía nada, aunque iba a esperar a ver qué sucedía más tarde. Me despedí de ellos y me fui a mi casa. De camino a casa me di cuenta que no sentía nada. Cuando llegué dije: “¡No siento nada! ¡Dios me sanó!” Eran como las dos de la mañana y mi señora estaba durmiendo; y si hay algo que no le gusta a Marta es que la despierten. Pero yo estaba emocionado y la desperté: “¡Mami, mami Dios me ha sanado!” Molesta, ella me preguntó: “¿De qué?” “¡Dios me sanó de la gastritis!” le dije alabando al Señor. ¡En ese tiempo comencé a creer! Ya no veía esta clase de texto bíblico como el de la mujer encorvada con escepticismo; entendí que se hacía más evidente la misericordia de Jesús que el pecado. El Señor sanó a muchos sin indagar en sus pecados y sin exponerlos ante los demás. Recordemos que le dijo al paralítico: “Vete y no peques más para que no te suceda algo peor”. Entendí qué bueno es Jesús. Él es digno de nuestro amor y de que lo pongamos en el primer lugar en nuestras vidas. Dios el Padre le dio el título de Señor.

El principal de la sinagoga le dijo que seis días había para trabajar y hacer las obras, pero que se debía guardar el sábado porque era sagrado y no se debía hacer nada. Y Jesús le dijo: “Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” Para los religiosos el sábado no era para tener misericordia, cualquier otro día menos el sábado.

Antes de que Dios me sanara de la gastritis, Él sanó a Marta. Cundo estábamos de novios con ella, administrábamos una librería cristiana; y por ello nos relacionábamos con gente de muchas iglesias, como los pentecostales locos que gritaban: “¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!” En ese tiempo, con 19 años, Marta y yo no podíamos a salir a pasear porque por causa de sus várices sufría de dolor en las piernas. Prefería quedarse a charlar conmigo sentada con las piernas levantadas. Yo la miraba y me preguntaba: “¿Esto me espera a mí?” Una persona que pertenecía a esas iglesias que creen en los milagros la invita a una campaña a la que yo nunca iría porque ahí te encontrabas con los “locos aleluya”. Pero Marta quería ir y me pidió que la acompañara. Ella no me dijo nada, pero su intención era que el predicador le orara por su sanidad. Era una iglesia chiquita. Terminó la palabra y el predicador llamó a las personas que tenían enfermedades para que pasaran adelante y dijo: “Ven aquí, vamos a orar por tu vida y Dios te va a sanar”. Yo pensaba: “¡Qué impertinente! Una cosa es que lo haga Jesús y otra es que el predicador diga que Jesús iba a sanar. ¿Quién sos, el señor de Jesús?” Mientras yo estaba pensando mal del predicador, cuando quise ver Marta no estaba, había pasado adelante. ¡Qué vergüenza! ¿Qué había ido a hacer Marta al altar? Cuando volvió al lugar le dije: “¿Qué hiciste?” Rompió con todos nuestros preceptos y conceptos. Entonces ella me dijo: “¡El Señor me sanó!” Y sí, desde ese día mi esposa fue sana.

CONCLUSIÓN

En ese entonces experimentamos en nuestras propias vidas la misericordia de Dios. Después volvió a pasar algo en una campaña de Anacondia. Marta tenía un problema en su columna y le dolía mucho. Nuestra segunda hija era pequeña y Marta la tenía en brazos porque si la dejaba en el piso la nena lloraba. Yo estaba obnubilado en la campaña porque habían más de 15 mil personas y andaba por ahí viendo todo lo que estaba aconteciendo. Así que no estuve con Marta; ella estaba sola con las nenas. Desde ese entonces entramos en una búsqueda de Dios como nunca antes y de ese lugar que Él tenía para nosotros. Porque eso no se veía en el ambiente en que nos movíamos nosotros. Qué triste que el principal de la sinagoga se molestó al ver la misericordia y el poder de Jesús obrando en una persona. Los creyentes religiosos son los que estorban para creer. Mas el Señor te extiende su mano y te dice: “Yo conozco tu dolor. Sé de esas lágrimas que derramas por las noches. Sé que sufres ya hace mucho tiempo. Sabes que te amo, que tengo misericordia de ti. Yo no me he olvidado de ti y te quiero sanar”.  

Como pastor siento misericordia, pero a veces no sé qué hacer por esa persona. Te aseguro que Jesús sabe qué hacer, y Él tiene poder para hacer ese milagro que esperas. Lo que necesitas tal vez es el perdón de tus pecados. Como la mujer que estuvo almorzando con nosotros que no creía que Jesús la podía mirar a ella porque no era digna. Jesús llevó todas nuestras enfermedades y dolencias. Él pagó el precio por nuestros sufrimientos. ¡Quiere verte feliz! Dijo Jesús: “Vengan a mi todos los que están trabajados y cargados porque yo les voy a dar descanso”.

“Padre, oro por las vidas a las que les llega este mensaje. Tu Espíritu Santo está tocando a esos que no han experimentado aun tu perdón, que no han experimentado tu poder y no han conocido tu misericordia. Hoy tú les dices: “Yo tengo misericordia de ti. Nadie te ama como yo te amo”. Bendíceles en esta hora, Padre. Perdona los pecados Señor, desata las vidas y líbrales del espíritu de enfermedad que las tiene atadas, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.

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