DIOS NO PLANEÓ NUESTROS DESIERTOS - Misión Vida para las Naciones

Av. 8 de octubre 2335

Montevideo

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MENSAJES DEL CIELO

DIOS NO PLANEÓ NUESTROS DESIERTOS

Hoy les quiero mostrar una fotografía de cómo es Dios. Leamos Nehemías capítulo 9:17-18:Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste.” Nehemías cuenta la historia del pueblo de Israel, de cómo Dios por su misericordia y por su poder, sacó a su pueblo, la descendencia de Abraham, de la tierra de Egipto; describe cómo los hizo cruzar el Mar Rojo, los llevó por el desierto, les dio maná del cielo, les dio agua, no les faltó el alimento ni la ropa… les condujo con una columna de nube durante el día para que el sol no les hiciese daño y con una antorcha de fuego por la noche para que supieran por dónde ir y por dónde caminar. ¡Grande fue su poder! Su brazo poderoso siempre estuvo extendido a favor de su pueblo. Leamos el versículo 15: “Les diste pan del cielo en su hambre, y en su sed les sacaste aguas de la peña; y les dijiste que entrasen a poseer la tierra, por la cual alzaste tu mano y juraste que se la darías”. Pero presten atención lo que dice desde el versículo 16 hasta el 25: 16Mas ellos y nuestros padres fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon tus mandamientos. 17No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste. 18Además, cuando hicieron para sí becerro de fundición y dijeron: Este es tu Dios que te hizo subir de Egipto; y cometieron grandes abominaciones, 19tú, con todo, por tus muchas misericordias no los abandonaste en el desierto. La columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por el camino, ni de noche la columna de fuego, para alumbrarles el camino por el cual habían de ir. 20Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles, y no retiraste tu maná de su boca, y agua les diste para su sed. 21Los sustentaste cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad; sus vestidos no se envejecieron, ni se hincharon sus pies. 22Y les diste reinos y pueblos, y los repartiste por distritos; y poseyeron la tierra de Sehón, la tierra del rey de Hesbón, y la tierra de Og rey de Basán. 23Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo, y los llevaste a la tierra de la cual habías dicho a sus padres que habían de entrar a poseerla. 24Y los hijos vinieron y poseyeron la tierra, y humillaste delante de ellos a los moradores del país, a los cananeos, los cuales entregaste en su mano, y a sus reyes, y a los pueblos de la tierra, para que hiciesen de ellos como quisieran. 25Y tomaron ciudades fortificadas y tierra fértil, y heredaron casas llenas de todo bien, cisternas hechas, viñas y olivares, y muchos árboles frutales; comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad”. ¡Una historia fabulosa que “pinta” a Dios! ¡Nos da una fotografía del Dios que tenemos! Un Dios grande, piadoso, tardo para la ira, grande en misericordia. ¡Tú puedes contar con Dios! ¡El es un Dios bueno!

         LA TIERRA PROMETIDA NO ESTÁ LEJOS

Cuando Israel salió de Egipto se necesitaban pocos días para llegar a la tierra prometida, a la tierra de los cananeos, pero por su desobediencia tardaron 40 años en llegar. Hicieron cosas increíbles; cuando Moisés fue al monte Sinaí a recibir las tablas de la ley de parte de Dios, ellos comenzaron a decir: “No sabemos qué le habrá pasado a Moisés así que para seguir adelante, tenemos que conseguirnos un dios”. Se hicieron un becerro de oro y dijeron: “¡Este es el dios que nos sacó de Egipto!” Era como para aplastarlos… porque Dios había abierto el mar rojo, el que pasaron en seco, y cuando el faraón quiso pasar… el mar se cerró nuevamente… Cuando llegaron a la tierra prometida, dijeron: “Esto es demasiado para nosotros, nombremos jefes y volvamos nuevamente a la esclavitud de Egipto” Dios les dijo: “¿Quieren volver a Egipto? Yo le dí mi palabra a Abraham mi siervo que sus hijos vivirían en la tierra que yo le prometí”. Así que los llevó de regreso al desierto, durante 40 años, hasta que se murieron todos aquellos rebeldes que no quisieron conquistar la tierra prometida y luego sus hijos la conquistaron y heredaron casas que no habían edificado y comieron viñas que no habían plantando.

Esto me llevó a reflexionar sobre la vida del creyente: Muchas veces se ha comparado el desierto con la vida que estamos caminando en esta tierra; para muchos, la salida de Egipto es el día en que Cristo perdona nuestros pecados, el desierto es la vida que vivimos en esta tierra, y la tierra prometida es el cielo; mas algunos han llegado a la conclusión que la tierra prometida no es el cielo, porque cuando lleguemos allí no tendremos que conquistarlo, no tendremos que derribar las murallas de Jericó. ¡La tierra prometida es aquí! Y se cumple en la vida del cristiano lo mismo que sucedió con el pueblo de Israel. Puedes ver creyentes que están 40 años en el desierto… y quizás no entren nunca en la tierra prometida. ¡Se van a los cielos pobres y en calzoncillos!

A nadie le gusta estar en el desierto; la pregunta es: ¿Por qué estamos en el desierto? La respuesta es: Estás en el desierto por tu propia decisión, porque cuando entraste al reino de los cielos, tenías un trecho muy corto hasta llegar a la tierra prometida. ¿Qué es la tierra prometida? Son todas las promesas de Dios. Hay creyentes que llevan 20 años pero no se les ve que estén en la tierra prometida; Dios nos ha prometido prosperidad en todas las cosas, nos ha prometido que nos pondrá por cabeza y no por cola, que quitará de nosotros las enfermedades, nos ha prometido promesas impresionantes que no son para el cielo sino para la tierra. ¡No estamos en el desierto por decisión de Dios sino por decisión propia!

         ¿POR QUÉ NOS TOCA TRANSITAR EL DESIERTO?

Muchos han llegado a decir: “Si esto es la vida cristiana, no merece ser vivida… cuando estaba en el mundo me iba mejor. Llevo 7 años orando de rodillas y Dios no me oye… ¿por qué será? Porque yo siempre fui bueno y nunca le hice mal a nadie… yo no me meto con nadie ni quiero que se metan conmigo”. Lo que estás viviendo no es la tierra prometida, es la consecuencia de no haberte animado a arrebatar las promesas de Dios para tu vida.

Hoy quiero contestar esa pregunta: ¿Por qué el cristiano tiene que pasar por el desierto si es un hijo del Dios viviente, si Dios es el dueño del oro y de la plata y es el creador de los cielos? ¿Por qué tiene que sufrir escasez? También hay otra pregunta: ¿Por qué tienen que sufrir los niños? La respuesta es: Dios no quiere castigar a esos niños, son los padres los que castigan a sus hijos con su vida. Imagínate que los padres dicen: “¡No vamos a entrar en la tierra prometida!” Dios les prometió: “Le daré una tierra de la que fluye leche y miel, les daré casas que ustedes no construyeron, comerán frutos de frutales que ustedes no plantaron y beberán vino de viñas que ustedes no plantaron, ¡esa es mi herencia para ustedes!” Pero el pueblo respondió: “No podremos, porque será muy difícil derribar las murallas”. ¿Te imaginas a Dios contestándoles: “Bueno, vayan al desierto y déjenme sus hijos –porque ellos no pecaron- y bueno… mandaré ángeles y alguna cabra que los cuide y los amamante”? ¡De ninguna manera! ¡Los niños van al desierto con sus padres! ¿Hasta cuándo cuestionaremos a Dios por las maldiciones que traemos sobre nosotros y sobre nuestra descendencia? ¿Qué culpa tiene Dios que administremos tan mal nuestra vida y que le hagamos vivir nuestra vida a nuestros hijos?

Observen a los cristianos en el desierto: “¿Esto es la vida cristiana? Mejor me hubiera vuelto al mundo”. Los israelitas también reaccionaban igual: ¿Por qué tenemos que estar en el desierto? No tenemos agua… no tenemos nada… mejor hubiera sido quedarnos en Egipto!” Y Dios nuevamente les proveía de agua, sacándola de la roca. ¿Era un problema de Dios que ellos estuvieran en el desierto? ¡No! ¡Era problema de ellos mismos! ¡Estás en el desierto por tu decisión! Y Dios que es grande y misericordioso, no ha permitido que te mueras de sed en el camino, ni que te falte el pan, ni que te quedes sin ropa. Estás pasando el desierto por tu culpa, pero Dios, no obstante, te está sustentando. Dios no quiere que estés en el desierto, ni se goza que estés en el desierto. Pero si tienes una visión correcta de las cosas, tu levantas tu cabeza al cielo y le dices: “Señor, gracias porque aun no me has aplastado y todavía estoy vivo. Gracias porque aunque no estoy viendo la tierra prometida, sé que está, tu me lo has prometido, voy a caminar y llegaré a la bendición, ¡entraré al territorio de la bendición!”

Cierta mañana me levanté temprano, aun estaba oscuro; ví que le habían regalado a mi esposa una crema, y me dije: “¿Solo ella quiere tener la cara linda? ¡Me la pondré yo también!” Así que entre sombras y penumbras, saqué un montón de crema y me la puse en la cara. Inmediatamente comenzaron a arderme los ojos y comenzaron a ponerse rojos… ¡estaba horrorizado! Mi esposa me dijo: “¿Te pusiste la crema en la cara? ¡Es para hacer masajes!” Resulta que la crema, como era para masajes, tenía un componente especial para ello. ¿Qué tenia que hacer yo? ¡Tenía que correr a lavarme la cara inmediatamente! Ahora, imagínate que yo dijera: “Dios, ¿dónde estabas? ¿No sabías que esa crema no era para la cara?” ¡Así somos los seres humanos! Pero Dios, que es grande en misericordia, nos aguanta y dice: “No importa que se vuelva en contra mía; ni siquiera se da cuenta que está en el desierto por tomar decisiones en oscuridad”. Estamos como los israelitas, que culpaban a Dios por haberlos llevado al desierto, pero el tema era que ellos no habían querido entrar a la tierra prometida.

          CONCLUSIÓN

Te voy a decir quién es Dios: Dios es quien en tu desierto, te pone una nube de día, para que no te queme el sol, y que a pesar de tus rebeliones y que no cumples con sus mandamientos, aunque dices “No le hago mal a nadie”, en las noches, te envía una columna de fuego, para que sepas por dónde andar. Es un Dios que cuando te metes en deudas, aunque te advirtió que no te metas, te ayuda a salir de las mismas, él es escudo alrededor de ti, él es quien te provee en medio del desierto para que no perezcas y llegues al territorio donde Él quiere que entres. ¡Ese es Dios! Tú esperas que él se acuerde de ti, de todas tus cosas, de tus añadiduras, pero no piensas en el reino de los cielos, no obstante, él cuida de ti. Dios hoy te dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Cuántas cosas has hecho mal y después te has ofendido con él y has dicho: “No entiendo a Dios…” Necesitas volver tu rostro a Dios, buscarle con todo tu corazón y trabajar en su reino. El tiempo de tu prosperidad y bendición es el tiempo de tu obediencia a lo que Dios te demanda.  Si Dios te ordena: “Entra a la tierra prometida”, ¡entra! ¡Allí está tu sustento! Hoy es tiempo que vuelvas a Dios. Haz esta oración ahora mismo:

“Señor, he caminado por el desierto, pero no he entendido que yo mismo me dirigí hacia ese desierto. En tu gran misericordia, no me has hecho volver a Egipto. ¡Me has guardado de no volver a la esclavitud! Me has sustentado, me has dado agua y alimentos donde no hay; me has guiado en medio de mi oscuridad. Perdóname Señor, yo soy culpable de mi desierto. Me vuelvo a ti con todo mi corazón y te pido que limpies mis pecados con la sangre preciosa y poderosa de tu hijo Jesucristo. Hoy creo, que si te obedezco me irá bien y entraré a la tierra prometida; hago un pacto contigo, de buscarte primero a ti, antes que mis añadiduras, antes que mis necesidades y creo por la fe, que tu me dará el resto. En el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.

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