DIOS PONE SU MIRADA EN TU AFLICCIÓN - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

DIOS PONE SU MIRADA EN TU AFLICCIÓN

INTRODUCCIÓN

Vamos a abrir nuestras Biblias en Lucas capítulo 5 versículos 12 al 13: 12Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. 13Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él”.

No hay circunstancia difícil que Dios no pueda revertir. Si te embarga el dolor, la angustia, la enfermedad, hoy puedes acercarte a Dios y recibir su toque. ¡Él esta esperando un acto de fe de tu parte! Como ocurrió con el leproso…

 

LA VIDA DEL LEPROSO

La lepra es una enfermedad muy significativa y más lo era en los tiempos bíblicos. El vocablo “lepra” tiene dos traducciones: Significa “mancha” y también “castigo de Dios”. Era una enfermedad típica de aquella época como hoy sería el SIDA. Existía en esa época bíblica todo un sistema jurídico que protegía a la sociedad de de ser afectada con la peste de la lepra; en efecto, un enfermo de lepra era desterrado de su familia y de su ciudad para siempre. Cuando a una persona se le declaraba la lepra, no podía volver a su casa; no había un hospital para leprosos sino que se les asignaba determinadas regiones en el campo, en los desiertos, en las cuevas. Algunos vivían en comunidades o en grupos, otros totalmente solos y allí, en medio del desierto o del campo, tenían que procurarse su agua, su alimento y tenían totalmente prohibido acercarse a personas sanas, de tal manera que estaba reglamentado que debían gritar cuando habían transeúntes en el camino; asimismo debían poseer una campana o un cencerro y tenían la obligación de identificarse y gritar diciendo: “¡Leproso! ¡Leproso!” También estaba reglamentado que no podían acercarse a determinada distancia de una persona sana, por lo tanto, el leproso era uno de los individuos más solitarios, más aislados, más angustiados y afligidos de toda la sociedad. No tenían sistema sanitario que les ayudara a aliviar su enfermedad. Había diferentes tipos de lepra, algunas muy malignas, producían unas llagas profundas de tal manera que la carne salía a flor de piel y comenzaba a supurar y aún empezaba a descomponerse y a caerse. No había gasas ni alcohol, no había algodones, ni canillas de agua, imagínense lo que era soportar esa enfermedad en el desierto, envuelto con trapos que no podían ser lavados en lavarropas ni con jabón. ¡La vida del leproso era por demás dolorosa! Nada le proporcionaba un poquito de fe o esperanza… Nunca más podría ver a su padre, a su madre, a sus hermanos, nunca más podría volver a su casa a celebrar un cumpleaños, jamás podría regresar a su ciudad… cualquier leproso que rompiera estas normas sería apedreado, sería muerto, porque estaría poniendo en peligro a toda la comunidad. Las medidas que tomaba la sociedad de esa época era una manera de protegerse del leproso pero no una forma de proteger al leproso.

Esta semana fuimos a la cárcel de una ciudad del interior del país, Tacuarembó, y allí vimos personas que no tienen lepra pero viven como si lo fueran. A algunos de ellos nadie les visita, no han experimentado el amor de sus padres, muchos de ellos son resentidos crónicos, llenos de indignación, de odio, que no creen que alguien pueda comprender su situación. Muchos de ellos nos dijeron cuando les visitamos: “Ustedes vienen a hablar aquí, ¿pero quién soluciona nuestros problemas? Usted viene a hablarme pero nunca ha estado en mi lugar y jamás ha vivido lo que yo he vivido”. Luego me mostró los dos brazos; los tenía llenos de cortes por todos lados… tuvo varios intentos de suicidio, sus dos brazos parecían un matambre. Otro preso dijo: “El juez no sabe nada de nosotros, no entiende lo que vivimos”. Otro me dijo: “Usted no sabe lo que es ver la sangre de su propio hijo; su propia madre, mi mujer, a la que yo amo, lo mató delante de mis ojos”. Hablamos con una mujer presa, que conoció el evangelio desde pequeña, se apartó de él y se introdujo en la droga. Un día, drogada, mató a su propio hijo; cuando volvió en sí, se enteró del asesinato que había perpetrado. Les dijimos a los presos que lo peor no es la cárcel que tiene barrotes sino la cárcel interior. Hay muchos presos que salen de la cárcel pero siguen encerrados en sus propios sentimientos, en sus propias amarguras, en sus propios pensamientos, de modo que no salen cambiados sino iguales o peores. Les hablamos de la necesidad de que Jesucristo haga una obra nueva en sus vidas, porque si pretendemos una vida mejor de la que estamos viviendo, tendremos que pensar distinto de lo que estamos pensando y tendremos en consecuencia que hablar distinto de lo que estamos hablando y obrar distinto de lo que estamos obrando. Porque solamente cuando se piensa, se habla y se actúa distinto es cuando nuestra vida cambia. ¡Si quieres cambiar tendrás que empezar por cambiar tu manera de pensar! Tu vida no es mala por lo que te han hecho los demás sino porque no has sabido cómo enfrentar las situaciones que se te han presentado. Les dijimos a los presos que tanto adentro como afuera de la cárcel hay personas que viven la misma esclavitud, la única diferencia es la reja pero Jesús puede dar libertad dentro y fuera de la cárcel; él dijo: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Hay una libertad que no te la puede dar el juez, ni tu padre, ni tu madre, ni la iglesia, es la libertad que el hijo de Dios les da a aquellos que creen en él. Si puedes creer en Cristo, tus pensamientos, tus palabras, tus hechos cambiarán y vivirás una vida mejor.

Un leproso era una persona a quien nadie le podía ofrecer nada que valga la pena, nada que lo consolara, nada que lo ayudara en su enfermedad. ¡Era una enfermedad incurable! Pero hay una lepra peor, que es la del corazón; hay heridas, aflicciones, angustias, dolores, resentimientos, situaciones y hechos vividos que están marcados como si fuera con cincel dentro de nuestro corazón y pareciera que jamás obtendremos sanidad en esa área. Hay personas que han golpeado mucho la puerta del cielo pero ésta no se ha abierto y se han preguntado por qué Dios no contesta la oración; he conocido muchas personas resentidas con Dios, que al no encontrar alivio para el dolor, endurecen su corazón y se fortalecen en su odio, en su resentimiento y en su amargura. Estoy hablando no sólo de gente de afuera de la iglesia, sino también de dentro de la iglesia que no ha podido ser sanada de su lepra. ¡Pero hoy Dios quiere hacer un milagro especial! ¡Tú eres una persona muy especial! Todo leproso es una persona muy especial: El corazón de Dios, sus ojos y sus oídos se inclinan de un modo especial para ayudar y salvar a los leprosos. ¿Será posible que hoy lo puedas creer? El leproso es la persona más rechazada, más solitaria y más impotente de la sociedad pero para Dios no hay límites; su amor, su gracia, su poder no tienen límites. Hay enfermedades en el corazón, en el alma que no la pueden sanar los psiquiatras, los psicólogos, ni los tratamientos; no se pueden comprar remedios en la farmacia… yo conozco esos dolores. Cuando se viven esas situaciones extremas, uno busca una palabra, un consejo oportuno que lo aliente; me acuerdo en ese tiempo que mi corazón estaba quebrado, hambriento y necesitado, no había hombre ni mujer en la tierra que me pudiera dar una palabra de aliento. Recuerdo que ni mis padres, ni mis hermanos entendían mi situación y todos callaban; creo que todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido como Job. Iba a Dios y le preguntaba: “Señor, ¿quién me puede ayudar?” ¡Me sentía solo!” Una palabra, esas circunstancias, tocó mi corazón: “No creáis en amigo, ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca” (Miqueas 7:5).

LA TORMENTA NOS ALCANZA A TODOS

Si hay alguien que me ha comprendido toda la vida es mi esposa; le doy gracias a Dios todos los días de mi vida por ella, pero en ese tiempo recuerdo que un día le dije: “Marta, ni tu me comprendes. ¡Ni contigo puedo hablar!” Aprendí un misterio: Hay heridas que Dios las hace para que lo busques a él y a nadie más. Me acuerdo que fui a ver a un pastor amigo para pedirle consejo. Pero él puso su mano en mi hombro y me dijo: “Jorge, Dios te va a bendecir”. ¡Sólo esas fueron sus palabras! No obstante, todo lo que necesitaba era tener un encuentro con Dios y creer que era posible lo imposible a mis ojos. Me acuerdo también de nuestra estancia en Buenos Aires: Vivíamos en la casa de unos amigos. La mujer de mi amigo estaba embarazada, la casa tenía sólo dos dormitorios y estaban viviendo ellos con sus dos hijos en un dormitorio en tanto que mi esposa y yo con nuestras dos hijas estábamos en el otro dormitorio. Nuestra amiga todas las mañanas se levantaba y nos decía: “¿Cuándo se van a ir?” ¡No teníamos a dónde ir! Y yo le preguntaba a Dios: “¿Por qué vine a Buenos Aires? ¡Me equivoqué! ¿Dónde está tu mano? Tú has dicho: No he visto justo desamparado ni su descendencia que mendigue pan”. Pero Dios me hizo recordar que aún no estaba mendigando. En ese tiempo teníamos un apartamento en San Juan, Argentina, pero en Buenos Aires alquilábamos; habíamos arrendado el apartamento que teníamos en San Juan, pero no nos pagaban de modo que eso impedía cumplir con nuestra obligación contraída en Buenos Aires. Todo era complicado, difícil… un día, buscando en la palabra de Dios, encontré un versículo que me impactó: “La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella”. (Proverbios 16:33). Justo en ese tiempo me llamó un hermano desde San Juan diciéndome que un camionero amigo que se iba para Buenos Aires y regresaría al otro día a la mañana. ¡Podría regresar a San Juan sin gastar dinero alguno! Pero me entró el temor y dije: “Señor, ¿qué hago? ¿Regreso a San Juan? Por lo menos allá tengo techo. Pero, ¿Y si Dios quiere que me quede en Buenos Aires? ¡Señor ayúdame!” Al instante me vino a la memoria Proverbios 16:33 de modo que dije: “Señor, hoy voy a ayunar, y si no me hablas claro durante todo el día, esta noche tiraré la moneda y echaré suerte”. No me habló en todo el día, así que al llegar la noche, con mi señora nos tomamos de las manos, oramos y dijimos. “En tu nombre, si sale cara, nos quedaremos en Buenos Aires; si sale cruz, regresaremos a San Juan”. ¡Y salió que nos quedáramos en Buenos Aires! No les recomiendo este método… sólo les quiero mostrar hasta qué punto mi alma estaba desesperada por una dirección de Dios. Luego, desde San Juan, otra incomprensión más: “¿Qué quieres? ¿Qué te ayudemos o no? Te mandamos un camión para que te salga gratis y lo rechazas. ¿Qué vas a hacer con tu vida?” ¡No me comprenderían jamás si les dijera que Jehová me había mandado a tirar una moneda! En ese tiempo nadie podía entender las locuras que estábamos haciendo… caminábamos por fe y éramos el hazmerreír de la sociedad; todos nos miraban con lástima… no teníamos plata, ni trabajo, ¡no teníamos nada! Pero Dios nos fue guiando por el desierto y fue manifestando lo que quería de nosotros. En ese tiempo estaba luchando con la vergüenza de tener un título y no saber qué hacer con él; me sentía el leproso de la sociedad, no había remedio ni palabra para mí. Estoy seguro que en este preciso instante muchos están atravesando cosas que nadie entiende; en ese tiempo uno se siente como Job, no hay Dios que conteste y no hay amigo que dé un consejo consolador. No había quién le pudiera dar a Job una palabra adecuada; sus amigos no entendían el misterio que había detrás de la prueba que Dios le había enviado. Job había perdido todo lo que más amaba: Su esposa, sus hijos, sus bienes… ¡perdió todo! Y allí estaban sus amigos diciendo: “Algo habrás hecho mal porque Dios no es injusto”. Job quería un consuelo pero sus amigos no podían consolarlo; es fácil hablarle a quien está atravesando una tribulación pero no es fácil sacarle la tribulación. Hay quienes hablan como si supieran aconsejar, pero ellos mismos no tienen el consejo para su propia vida, no han salido bien en sus negocios, pero enseñan a otros cómo salir bien en los suyos. ¡Pero dice la Biblia que Él quitó la tribulación de Job! Dios no le dio explicaciones a Job, simplemente, le dio una orden de orar por sus amigos y cuando él hubo orado por ellos, Dios quitó su aflicción y le consoló. Hay gente que busca explicaciones, he hablado con gente que me dice: “Lo único que quiero saber es por qué Dios permitió esto”. Pero si Dios te dice por qué lo hizo, la aflicción seguirá dentro porque ella no se va con explicaciones ni con consejos, sólo Dios puede quitarla. ¡Nuestro Dios es un Dios de consolación! ¡Él sana la lepra del corazón! Nuestro Dios es un Dios de amor y está anhelando consolarnos y salvarnos de nuestras lepras y manchas. ¡Qué difícil que era la vida para un leproso! ¡Y qué difícil cuando estás solo y no hay amigo que pueda consolarte! Me encanta Dios, él es capaz de detener una conferencia importantísima con los religiosos más importantes de Jerusalén y de todas las aldeas aledañas, porque le bajan un paralítico desde el techo; él detiene todo porque el más importante es el hombre que está paralítico.

 

CONCLUSIÓN

¿Crees que Dios no te conoce, que no sabe nada de ti? El leproso rompió todas las reglas al acercarse a Jesús; de acuerdo a lo que indicaba la ley, Jesús debiera haberle apedreado junto con toda la gente que le rodeaba, porque cometió el delito de acercarse más de la cuenta a gente que estaba sana. Pero el leproso se tiró delante de él y se dijo: “Si me matan, que me maten, pero yo sé que Jesús es mi salvación. Si él quiere, puede librarme”. ¡Necesitas un acto de fe!  ¡Nada ni nadie puede detener la fe! Había una multitud pero Jesús se detuvo y sanó al leproso. El tiene sus ojos puestos en las personas más afligidas. ¿Te estará viendo ahora? ¡Sí! Dios me ha mandado a predicar buenas nuevas a los afligidos y libertad para aquellos que están en la cárcel de su corazón. ¡Dios está viendo tu condición! Dios no está sordo ni ciego, sino que está mirando, simplemente está esperando que tú hagas un acto de arrojo, de fe. A Zaqueo le tocó subirse a un árbol, a la mujer con el flujo de sangre le tocó abrirse paso entre la multitud y tocar el borde del manto de Jesús, ella sabía, por la fe, que si lo hacía, recibiría sanidad. Asimismo el leproso tuvo que romper con todas las reglas, para tirarse a los pies de Jesús y decirle: “Señor, si tu quieres, puedes limpiarme”. Jesús no tomó una piedra y se la dio por la cabeza, sino que dijo: “Quiero, sé limpio”, y al instante la lepra le dejó. ¡Jesús quiere librarte y salvarte en este mismo instante! No hay peor lepra que no poder librarse de los pensamientos y deseos que te atan. Si estás afligido, hoy Dios te dice: “Quiero, sé limpio”. ¡Hoy es tu día! Tu acto de fe es levantarte en esta hora y hacer una oración. Si estás dispuesto, haz esta oración: “Padre amado, he recibido tu palabra. Sé que sólo tu puedes limpiar la lepra de mi corazón. Sáname, porque sólo tu tienes el remedio para mi vida. Vengo con fe y proclamo que la aflicción me suelta ahora. En el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.

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