EL MAYOR ACTO DE JUSTICIA: EL PERDÓN - Misión Vida para las Naciones

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MENSAJES DEL CIELO

EL MAYOR ACTO DE JUSTICIA: EL PERDÓN

Quiero compartir contigo una inquietud que Dios ha puesto en mi corazón y se trata de nuestro deber de relacionamiento con Él y con el prójimo, el cual está regido por un sistema legal llamado la justicia de Dios. Hay una justicia que se manifiesta por la ley, pero hay otra que se manifiesta por la gracia, por el favor de Dios. Es la justicia que tiene que ver con el amor, la misericordia y la compasión de Dios.

¿Tú concibes a un Dios que se olvida de nuestros errores? Dice el Señor en su palabra: “Me olvidaré de tus pecados, serán enterrados en lo profundo del mar” (Miqueas 7:18-19). ¡Tenemos un Dios que nunca nos va a echar en cara los pecados que nos ha perdonado!

Hay creyentes que han sido perdonados, ya Dios no se acuerda de sus pecados pero ellos sí se acuerdan. Pero Dios es tan poderoso que tiene la virtud y la potestad de olvidar. Cuando cometes un pecado contra Dios y Él te perdona, también se olvida de lo que has hecho. ¡Así es Dios! Porque su justicia incluye su amor, su misericordia y su compasión por ti.

He leído en twitter una frase que ha puesto el Dr. Gerardo Amarilla, diputado nacional y cristiano evangélico, que dice lo siguiente: “El mayor acto de justicia es el perdón”. El perdón da por terminado el juicio; el perdón levanta la culpa y extingue la deuda.

Hay cristianos que no pueden caminar en libertad por la vida porque no pueden creer que haya un Dios tan bueno que les perdone tanto. “No, es que antes de conocer a Cristo hice esto y aquello…” ¡Tonto, Dios ya se olvidó! ¡Te perdonó! La definición del término perdón es: “Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. Y remisión es el acto de eximir o liberar de una obligación; es alzar la pena.

            PERDONAR: ¿ES FÁCIL O DIFICIL?

Parece ser que a muchos creyentes les resulta muy difícil el hecho de perdonar, y a veces creen haber perdonado pero no lo han hecho. Viene a mi memoria una chica que nunca se ha podido relacionar con su padre porque éste es muy complicado. Un día la trajimos del interior del país donde vivía, a uno de nuestros centros comunitarios y se sentía muy feliz porque pudo superar la etapa de relacionamiento que tenía con su papá. Se llevaba bien con él, especialmente porque estaban distanciados. Cuando fue a visitarlo le pregunté si habían podido hablar tranquilos y me dijo que por un rato sí, y agregó: “Yo a mi papá ya lo perdoné”. “Y si él levanta la voz y se enoja, ¿qué haces tú?” “¡Me levanto y me voy!”, me respondió. Muchos son los que creen que la distancia produce el perdón, produce liberación; no te veo más, ya no tengo más problemas contigo. ¡Pero no es así!

Se me acercó una mujer, feliz, y me comentó que sentía una libertad tremenda porque su marido se fue a España. ¡Se terminó el sufrimiento! Se fue tan lejos que el odio, el resentimiento y todo lo demás se le fue, pero no es así, ¡es mentira! Porque después de seis meses volvió el marido y la mujer volvió a sentir el mismo odio y resentimiento que tenía. ¡Ahí estaba el bicho escondido! ¡Ahí estaba ese espíritu del diablo, del infierno, acobachado, guardado, esperando mostrar la oportunidad de hacerse ver!

¡La distancia no sana el juicio! ¡La distancia no libera de culpa! ¡No sana las relaciones! ¡El perdón sí! ¡Lo que se necesita es verdadero perdón! Algunos creen que el tiempo sana las relaciones, pero no; el tiempo no sana las relaciones. En la reunión anterior pasó a ser ministrada una abuela de sesenta y cinco años de edad, cuando llamé al frente a todos aquellos que querían pedirle perdón a Dios por su tozudez, por la dureza de su corazón, por no poder olvidar ni perdonar; entonces, la abuela, chiquita, doblada, cuando le impuse las manos, comenzó a sacudirse. ¡Tenía un demonio adentro! El problema era que no había podido superar lo que había sucedido en su niñez con su papá. ¡Tenía resentimiento en su corazón!

Tú puedes tener sesenta, setenta, ochenta o noventa años, pero si Dios no te limpia y te quita ese espíritu maligno, ese pecado que significa retener en tu corazón lo que te han dicho o te han hecho, eso que retienes dentro, te puede llevar a la muerte. Genera enfermedades en tu cuerpo, no te deja dormir. Entonces, ni la distancia, ni el tiempo subsanan una herida que tiene que ver con algún problema en el relacionamiento con alguien, como tus padres, tu cónyuge, tus hijos, etc, porque es un problema espiritual.

Muchos me dicen: “¡Lo que me han hecho no lo perdono! Lo que pasa es que usted no está en mi pellejo pastor, entonces no me entiende”. Yo tengo que predicar lo que dice la Biblia, y ésta señala que si no perdonamos de todo corazón lo que nos han hecho, nuestro Padre que está en el cielo no nos perdonará a nosotros. ¿Qué hago entonces? ¿Arranco esa hoja? ¡Yo tengo que enseñarte lo que dice la palabra de Dios! Su palabra dice que Él no te perdonará a ti si tú no perdonas de todo corazón a quien te ha ofendido. ¡Dios está dispuesto a perdonarte todo a ti!

 “¡Es muy difícil perdonar pastor!” ¡Pero yo te digo que no es difícil perdonar! ¿A Dios le resulta difícil hacerlo? ¡No! ¡Le sale naturalmente! ¡Le sale del corazón! “¡Ah, pero yo no soy Dios!” ¿Quieres ser como Dios o no? Es fácil porque el perdón está ligado al amor, entonces, quien no puede perdonar es porque no tiene amor. Dicho de otra manera, quien tiene amor puede perdonar, porque el fruto natural y el más importante del amor es el perdón. El amor sabe esperar, sabe sufrir, todo lo soporta, etc, y entre otras cosas, el amor tiene una capacidad de perdonar extraordinaria. Una persona que no puede olvidar, tiene rechazo y resentimiento contra alguien aunque hayan pasado muchos años; pero el amor te lleva a perdonar y olvidar. Así que si no puedes perdonar ni olvidar, si cada vez que te acuerdas de esa persona cuando ves una foto o te enfrentas con alguien que tiene rasgos parecidos o habla igual, si te habla fuerte como la otra persona y tú tiemblas, y te vuelven los recuerdos, si te sucede eso, te está faltando amor. Entonces, si te falta amor, concuerdo contigo que es difícil perdonar y olvidar, pero si tienes amor no lo es. ¡Y Dios es amor! Entonces, si te falta amor, te falta perdón, y te falta Dios. ¡Lo que tú necesitas es a Dios! ¡Si Dios viene a tu vida entonces hay amor y si hay amor hay perdón por lo tanto no es difícil perdonar!

Señala la Biblia en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

El amor es capaz de entregarse hasta la muerte, por lo tanto, lo que necesitamos es arreglar nuestra relación con Dios para poder perdonar. Tenemos que venir a Dios reconociendo que nos está faltando lo más importante. Jesús nos dijo que Dios no nos iba a perdonar a nosotros si nosotros no perdonamos de todo corazón a aquellos que nos han hecho daño y nos enseñó a orar: “…Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, es decir, a aquellos que nos deben algo. O sea que asumimos que Él nos perdona de la manera que nosotros perdonamos. El corazón de Dios está lleno de amor y Él está dispuesto a perdonar, pero la condición es que tiene que llenar tu vida con su presencia y al llenarte con su presencia te llena con su amor y si su amor está, tú no tienes problemas en perdonar.

Entiendo que tal vez has tenido heridas muy graves; quizás te han abusado sexualmente, te han golpeado o denigrado, pero viene Dios y te dice: “Vamos a comenzar un nuevo camino, yo te voy a dar una vida abundante, te voy a llenar de gozo. ¿Quieres que te bendiga? Yo te voy a ayudar a perdonar a quien te ha ofendido pero si tú no perdonas, te dejaré así como estás”. “¡Dios, lo que me han hecho es muy grave!”

Algunos dicen: “Yo ya perdoné, hice una oración y le dije a Dios que lo perdonaba, pero no sé por qué me vuelvo a acordar y me vuelve a hervir la sangre, porque yo lo perdoné…” Hay un perdón racional y hay otro que es de verdad, de corazón. Si te vuelve a la memoria, si te hierve la sangre, es porque falló el amor, le faltó amor al perdón.

Está el otro tipo de perdón: “Yo lo perdoné, que Dios lo bendiga pero conmigo nunca más. ¡Que Dios le de otra mujer!” “Pero mira que si Dios lo toca a tu marido vas a tener un nuevo hogar, es el padre de tus hijos”. “Como padre no tengo nada que decir, es buenísimo, pero yo ya no quiero saber nada más con él”. Y se amparan bajo la frase: “¡Que Dios lo bendiga, que le dé mucho más y lo multiplique!” ¡Eso es resentimiento, amargura, rencor!

¡Tenemos tantos argumentos para no perdonar! Debo advertirte que una persona que retiene un resentimiento, que retiene un recuerdo de algo que le han hecho o dicho, tiene un bicho dentro, que va a querer seguir comprando parcelas. Un niño llega a odiar a su padre y ve en él un modelo de Dios, de autoridad, entonces, después tiene bronca contra Dios y contra otras personas que están en autoridad en la iglesia o en la sociedad. ¡Es increíble pero sucede! Ese resentimiento comienza a gobernar tu vida y si es así entonces no es Dios quien la gobierna, y ese resentimiento crece y crece.

Una mujer tenía un odio tremendo por su papá que aumentó con su esposo y decidió vengarse de todos los hombres, entonces los seducía aunque estuviesen casados con la única intención de destruirles el hogar. ¡Hombres que no le habían hecho nada! ¡Pero el resentimiento y el rencor, ya estaban instalados adentro! “A mí me la hicieron, yo también las voy a hacer”.

            LA HISTORIA DE SAÚL

Le sucedió a Saúl quien se enojó con David, cuando no debía hacerlo, sino que tendría que haber celebrado con él organizando una gran fiesta. Eso ocurrió el día en que David mató a Goliat. ¡Nadie se animaba a matar al gigante, mucho menos enfrentarlo! ¡Estaban todos amedrentados, hasta el rey Saúl! Entonces apareció David, un muchacho que tomó una honda y unas piedras, se la pegó en la cabeza y lo mató, transformando un día de miedo en un día de victoria. La gente salía a la calle cantando y danzando alabando a Dios, entonces hubieron unas mujeres que cantaron: “Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles”. Lo escuchó Saúl y dijo: “¡Este me va a querer quitar el reino! ¡Lo único que falta es que le den el trono!” Señala la Biblia que desde ese instante, Saúl nunca más vio con buenos ojos a David. Ahí comenzó una suerte de ira, de celo y odio que le envenenó el corazón hasta el punto de desear matarlo. Primero lo quiso ensartar con una lanza en el palacio, después siguió con otras persecuciones hasta que David huyó. Pasaron los años y ese odio creció y creció… ¡No podía conciliar el sueño por el rencor que sentía por David! Un día llega a Saúl la noticia de que David estaba en el desierto de Zif y decidió ir a buscarlo, y para ello juntó tres mil soldados escogidos. ¡Mira hasta qué punto llega la bronca! ¡Movilizar un ejército para perseguir a un hombre en el desierto!

David se enteró que Saúl iba en su búsqueda, entonces fue hasta el campamento donde estaban el rey y su ejército, de noche, mientras todos dormían. Saúl estaba en el medio y a su alrededor todos los soldados; su lanza estaba clavada en su cabecera y tenía al lado un recipiente con agua, y David iba esquivando a los soldados hasta que llegó a Saúl. El que estaba con él dijo: 8Entonces dijo Abisai a David: Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe, y no le daré segundo golpe” (1ª Samuel 26:8). ¡Cuánto amor! ¡Qué espíritu perdonador! La ley permite la legítima defensa o defensa propia o sea, salvar la vida ante una agresión mortal; si David hubiera matado a Saúl estaba haciendo un acto conforme a la ley, pero la ley de Dios es superior, es la ley del amor, que establece dar la vida por el enemigo, y no quitársela. ¡Ese es el corazón de Dios! Así que para Dios hay una justicia superior que son los hechos producidos por el amor.

David tenía una estrategia y es la del amor y del perdón. Mira al rey durmiendo y siente compasión por él, entonces le dice a uno de sus hombres: “Pero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y vámonos” (1ª Samuel 26:11). Luego relata la Biblia que David se puso a lo lejos y dio voces al pueblo que estaba con el rey Saúl: 13Entonces pasó David al lado opuesto, y se puso en la cumbre del monte a lo lejos, habiendo gran distancia entre ellos. 14Y dio voces David al pueblo, y a Abner hijo de Ner, diciendo: ¿No respondes, Abner? Entonces Abner respondió y dijo: ¿Quién eres tú que gritas al rey? 15Y dijo David a Abner: ¿No eres tú un hombre? ¿y quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey tu señor? Porque uno del pueblo ha entrado a matar a tu señor el rey. 16Esto que has hecho no está bien. Vive Jehová, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, al ungido de Jehová. Mira pues, ahora, dónde está la lanza del rey, y la vasija de agua que estaba a su cabecera” (1ª Samuel 26:13 al 16).

El rey se despierta y comienza a temblar cuando se da cuenta que aún está vivo y que podría haber perecido esa noche porque David tuvo la posibilidad de matarlo aunque no lo hizo. Y le gritó: “… ¿No es ésta tu voz, hijo mío David? Y David respondió: Mi voz es, rey señor mío” y agregó: 18¿Por qué persigue así mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho? ¿Qué mal hay en mi mano? 19Ruego, pues, que el rey mi señor oiga ahora las palabras de su siervo. Si Jehová te incita contra mí, acepte él la ofrenda; mas si fueren hijos de hombres, malditos sean ellos en presencia de Jehová, porque me han arrojado hoy para que no tenga parte en la heredad de Jehová, diciendo: Ve y sirve a dioses ajenos. 20No caiga, pues, ahora mi sangre en tierra delante de Jehová, porque ha salido el rey de Israel a buscar una pulga, así como quien persigue una perdiz por los montes. 21Entonces dijo Saúl: He pecado; vuélvete, hijo mío David, que ningún mal te haré más, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. He aquí yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera. 22Y David respondió y dijo: He aquí la lanza del rey; pase acá uno de los criados y tómela. 23Y Jehová pague a cada uno su justicia y su lealtad; pues Jehová te había entregado hoy en mi mano, mas yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehová” (1ª Samuel 26:18 al 23). “¡Sea Dios quien haga justicia, sea el quien tenga misericordia de mí! ¡Sea Dios quien te juzgue a ti pero yo no levantaré contra ti mi mano!” David es tipo de Jesús.

La ley le hubiera permitido a él defender su vida, pero la ley de la gracia y del amor que está por encima de la otra ley le indicó a David que debía considerar preciosa la vida del rey por cuanto era un ungido de Dios; era un hombre que estaba haciendo daño, estaba pecando pero no era David quien debía juzgarlo sino Dios y le dijo a su colaborador: 9Y David respondió a Abisai: No le mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente? 10Dijo además David: Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o su día llegue para que muera, o descendiendo en batalla perezca…” (1ª Samuel 26:9 y 10). En otras palabras, si Dios no lo juzga yo no voy a juzgar; yo no lo voy a tocar, prefiero caer muerto pero no voy a tocar a mi prójimo.

Saúl era pariente de David, es decir, era descendiente de Jacob, no era el enemigo. ¿No es verdad que es más difícil perdonar a los parientes? Las heridas más grandes que tenemos no son de parte de los extraños sino de nuestros parientes. ¡Qué complicado es eso! Repasemos el tema: Si yo no tengo amor, no tengo capacidad de perdonar, se me hace difícil hacerlo, pero Dios me exige perdonar, entonces para ello necesito amar. Algunos dicen: “Si Dios quiere que lo ame que me de amor, porque yo no lo siento”. Lo que Dios quiere es llenarte de Él porque Dios es amor, entonces te dice: “Tú me dejas entrar a mí, te arrepientes y me pides perdón porque no es culpa de la otra persona que tú la odies, es culpa tuya”.

Supongamos que tu padre te golpeaba mucho, ese era su pecado, hoy tú sientes odio hacia él y ganas de que se muera, pero ese ya no es el pecado de tu padre sino el tuyo. ¡Tu padre tiene que arreglar su pecado delante de Dios y tú debes arreglar el tuyo! Tienes que pedirle a Dios: “Arregla mi corazón, en el nombre de Jesús, perdóname porque tengo sentimientos malos contra este hombre que es muy malo pero tú no me has enseñado a odiar ni a vengarme sino que quieres que yo lo ame. ¡Límpiame Señor! ¡Hay resentimiento y maldad en mi corazón!”

Una joven me dijo: “Voy a orar para perdonar a mi padre, le voy a pedir que me dé fuerzas para hacerlo”. Yo le respondí: “Dios no te va a dar fuerzas para perdonar a tu padre, quiere que vengas a Él y te arrepientas de tu pecado para que pueda limpiarte, entonces entrará en tu corazón y si Dios está en ti, entonces Él tiene fuerza para perdonar”. Tienes que acercarte a Dios y decirle: “Señor he pecado, estoy reteniendo juicio contra mi prójimo”.

No hay mayor acto de justicia que el perdón. Señor, yo perdono a mi padre, no importa lo que haya dicho o hecho. Perdono a mi esposa, a mi esposo, a mi suegra…. ¡Déjalo entrar a Dios y así podrás perdonar!

Señala la Biblia que Jesús predicó el evangelio del reino diciendo: “Arrepiéntanse para que sus pecados sean perdonados”. Si te arrepientes de tu resentimiento, de tu odio y venganza, Él te perdona y si te perdona te llena, y si te llena es fácil perdonar.

Ayer vino una chica que me odió durante doce años, y me dio un beso y un abrazo delante de toda la congregación. ¡Qué feliz estoy! Por doce años no me podía ni ver pero comenzó a asistir a la iglesia desesperada; había traído una amiga que estaba sufriendo de depresión y tenía ganas de morir y decía: “¡Qué no predique Márquez, ojalá predique el gordito!” Cuando aparecí yo, le dio un codazo a la amiga y le dijo: “Ese es Márquez, el que yo odio. ¡No lo soporto!” Hice un llamado y pasó al frente, entonces se manifestó un demonio que había en ella, el que me decía: “¡Maldito! Yo la tenía a ella porque vos la heriste, por tu culpa está así. Ahora es mía y no la voy a dejar” ¡Pero la dejó! De pronto entró Jesús en su corazón y se le fue un demonio de odio, entonces comenzó a amarme. ¡Doce años que no se podía acercar a mí! Cuando la llevamos a ser ministrada, me miró y me dijo: “¡A usted no lo soporto!” ¡Así empezó la conversación! ¡Por doce años no me pudo perdonar pero lo hizo en un momento! ¿Quién dice que es difícil perdonar? Cuando hay amor, seguro hay perdón. Se te va a ir la anorexia, el insomnio, se te irán tantos males, dejarás de tomar pastillas para sacarte el estrés porque el resentimiento, el odio, los recuerdos, te estresan y te maldicen mucho. La joven se enojó tanto que terminó en la umbanda haciendo barbaridades; me comentó que terminó cometiendo pecados que ni se imaginó cometer. ¡Pero Dios es bueno!  ¡Y ahora trabajará cerca de mí!

            CONCLUSIÓN

¿Quieres tener el corazón de Dios o no? Negarte a olvidar y a perdonar, decir que es difícil, es negar que Dios ponga su corazón en ti, que el Espíritu del Dios bueno entre en tu corazón. Todo lo que está faltando es presencia de Dios en tu vida, pero si te arrepientes ahora y le pides perdón a Dios por haber sido malo y duro, si le dices que estás arrepentido y que necesitas su perdón, Él obrará en tu vida. Declárale que hoy le abrirás tu corazón, pídele que lo llene, y te haga como Él.

¡No aspires a ser menos que Jesús! ¡Él es la medida! Tienes que aspirar a ser como Él; si Él puede perdonar y olvidar, tú puedes hacerlo también. Si tú te acercas a Él, te vas a contagiar, no importa que tan malo hayas sido, ¡tendrás amor y espíritu perdonador!

Si necesitas que te perdone y cambie tu corazón duro, haz una oración sencilla y dile al Señor: “Padre, me arrepiento. He pecado: líbrame Dios mío, he actuado por razonamientos, por sentimientos. ¡Perdóname! Así como te pido que me libres a mí, yo libero a todos aquellos que he tenido atados a juicio delante de ti, Señor. Yo perdono y bendigo en esta hora, de todo corazón a quienes me han hecho mal, en el nombre de Jesús. Recibo la presencia de tu Espíritu Santo en mi vida y en tu nombre y por tu poder perdono, olvido y bendigo. ¡Gracias Dios! En el nombre de Jesucristo hago esta oración, ¡amén!”   

 

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