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Una de las cosas que me ha llamado la atención es por qué algunos hermanos no se sanan aunque oramos por ellos. Nos preguntamos: ¿Por qué a veces cuando una persona está en una situación de angustia profunda, de tristeza, de depresión nos pide que oremos y lo hacemos pero no sale de esa condición? Muchos hermanos viven presos de determinadas emociones, que son maldiciones más que emociones, como la ira y el resentimiento. ¿Cuál es la causa por la que, aunque oremos, las cosas siguen iguales?
Una hermana me escribió en Facebook y me dijo: “Yo no sabía por qué, aunque oraba, la diabetes no se iba y ya hace un año que me estoy haciendo diálisis”. A esto, encontré una respuesta en la Biblia, que ya conocemos, pero Dios ha querido que lo hable para que aquellos que necesitan libertad sean libres, y aquellos que están enfermos sean sanos. Porque, no es que Dios no quiere sanar, no es que no quiere liberar; Jesús dijo: “El Espíritu de Dios está sobre mi por cuanto me ha ungido… me ha enviado a liberar a los cautivos…” (Lucas 4:18). Hay personas que no pueden salir de su estado de soledad, de amargura y esa no es la vida que Cristo compró para nosotros. Él declaró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). También le dijo a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). Varias veces su salutación fue: “Paz” porque los temores les atormentaban y Dios no quiere que vivamos cautivos de ningún tormento, ni del temor, ni de la falta de paz, de la soledad, la angustia, la amargura, tristeza o depresión. Y hay una enseñanza en la Biblia que me ha calado profundo en el corazón y quiero compartirla contigo; es la historia que se encuentra en Mateo 18:23: “23Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos”.
Dios es el Rey en el reino de los cielos y Él quiso hacer cuentas con sus siervos, o sea, con nosotros, sus hijos, no los de afuera, no los incrédulos sino los creyentes, esos son sus siervos, aquellos que han sido comprados por Cristo y lavados en su sangre, cuyos pecados han sido perdonados.
Entonces pues, el rey llamó a dar cuentas con sus siervos. Hay una cierta doctrina que hemos predicado los evangélicos y es que cuando uno recibe la salvación ya no la puede perder; y algunos han llegado a creer que una persona es salva en el espíritu por lo tanto puede hacer con su cuerpo lo que se le de la gana, porque, total, la carne ya está perdida. Entonces hay quienes han llegado a creer que se puede pecar, porque ya el alma está salvada, pero eso está lejos de la enseñanza bíblica. Hemos sido comprados por la sangre de Cristo, hemos sido limpiados y perdonados, se nos ha dado vida eterna, pero se nos llamará a dar cuentas. ¡Tendrás que dar cuentas delante de Dios de tus hechos, de tus obras!
Continúa diciendo Mateo 18:24 al 27: “24Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. 26Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. 27El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda”.
Dice la Biblia que el señor le perdonó toda la deuda, diez mil talentos. El talento era una medida de peso; un talento, más o menos son unos treinta y cinco kilos, lo que una persona puede cargar cómodamente. Algunas versiones señalan que diez mil talentos equivalen a unas trescientas cincuenta toneladas y para otros, en cambio, diez mil talentos son alrededor de doscientas dieciséis toneladas. El talento era utilizado para medir el peso del oro y de la plata. Si fuese oro lo que debía el hombre, entonces, la deuda era, aproximadamente, de cinco mil millones de dólares. ¡Esto es una cifra muy grande! Hablar de un millón de dólares es hablar de mucho dinero, diez millones es aún mucho más, pero, cinco mil millones de dólares, es referirnos a una cifra de la que perdemos un poco la conciencia de cuántos ceros tiene y qué tan voluminosa es. Lo cierto es que cinco mil millones de dólares es una cifra que un siervo no puede pagar en toda su vida. Si es un trabajador y gana un sueldo, por más alto que éste sea, ni siquiera dejando de comer y entregando todo el sueldo para saldar la deuda, ni aún así la podría pagar. O sea que era una deuda impagable.
Para tener una idea de cuántas son trescientas cincuenta toneladas, pensemos en los camiones que vemos en la calle, los cuales son de una tonelada y media, dos, tres, a lo sumo cuatro, y los camiones grandes que se ven en las rutas y cargan cosas pesadas, llevan treinta toneladas; en el caso de la parábola, estamos hablando de trescientas cincuenta toneladas de oro.
Señala la Biblia que el siervo se arrojó a los pies del señor, desesperado, sin saber lo que decir, y le suplicó: “Ten paciencia conmigo, yo te lo pagaré todo”. No era consciente de lo que estaba diciendo, pero sentía una desesperación grande al saber que lo iban a vender a él, a su esposa, sus hijos y todos sus bienes, y que el rey se quedaría con todo lo suyo, incluida su familia. También señala la Biblia que el Señor fue movido a misericordia y le perdonó toda la deuda. ¿A qué deuda se refiere aquí?
¿Has tenido tu alguna deuda impagable? ¿Alguien te ha perdonado algo que no podías pagar? ¡Jesús, en la cruz del calvario, pagó una deuda que tú no podrías pagar jamás!
La Biblia señala en Romanos 6:23 que la paga del pecado es la muerte; de la única manera que puedes pagar la deuda que genera el pecado, es con la muerte, es decir, condenación eterna. Es imposible determinar un tiempo en el que yo pueda saldar mi deuda con Dios por causa de mi pecado, mi deuda se paga con condenación por los siglos de los siglos, eternamente. ¡Y Cristo cargó en sus hombros con esa deuda! Dios dijo: “¡Mi hijo paga!”
Esta deuda de diez mil talentos es equivalente a la deuda por el pecado. Por más que me arroje a los pies del Señor y le ruegue que tenga paciencia conmigo que yo le voy a pagar todo, Él me va a mirar de arriba y dirá: “¡Este no entiende lo que está hablando!”
El rey ya había determinado vender también a la esposa y a los hijos y esto es muy real en la vida de los pecadores, que quienes pagan el pato por los pecados son los familiares y si no pregúntale a una mujer drogadicta cuando le nace un hijo con alguna enfermedad horrible por causa de que se ha drogado durante el embarazo. ¡Los pecados de los padres también lo pagan los hijos! Entonces, esta alegoría del reino de Dios tiene que ver con nosotros; al siervo le fueron perdonados todos sus pecados, le fue perdonada toda la deuda. No olvidemos que esta historia nace cuando Pedro le dice al Señor: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?” Pedro, agrandado le pregunta: “¿Le tengo que perdonar siete veces?” Y Jesús le responde: “No te digo siete veces, sino setenta veces siete. Cada vez que venga tu hermano pedirte perdón, perdónalo, sé una persona perdonadora”. Precisamente te quiero hablar del hecho de que el perdón libera y sana a las personas. ¡Quienes son reacios a perdonar están condenando su vida eternamente!
Salió el siervo de la presencia de su señor, y se encontró en la calle con un consiervo, es decir, un hermano en Cristo; los dos pertenecían al reino de este rey. Lo encuentra, y su consiervo le debía cien denarios. Un denario era una moneda con la que se pagaba un jornal, por lo tanto debía cien jornales; se trataba pues, del sueldo de unos cuatro meses, es decir, no era una deuda impagable. Por eso, las financieras que dan crédito, dan cuatro o cinco sueldos, más no, porque si no, comenzaría a transformarse en una deuda muy difícil de pagar, pero, cuatro sueldos, el consiervo, de alguna manera lo podía pagar. Éste se humilló delante del otro y se arrojó a sus pies como su consiervo lo había hecho con su señor, y le dijo: “Ten paciencia conmigo que yo te lo pagaré todo”. Pero el consiervo lo agarró del cuello y lo obligó a pagarle, entonces lo metió en la cárcel hasta que saldara toda la deuda.
Reflexionemos ahora, cuando Cristo te perdonó tus pecados: ¿Los perdonó todos o quedó alguno sin perdonar? ¡Claro que los perdonó todos, te perdonó una deuda grande! Esa deuda sí que era grande e impagable.
No obstante, he observado una gran cantidad de creyentes ofendidos porque cuando estuvieron enfermos, por ejemplo, ni siquiera los han llamado por teléfono. “¡Se olvidaron de mi! ¡Esta iglesia no tiene amor!” ¡Y dejan de asistir a la iglesia porque se ofendieron! ¿Sabes lo que es esa ofensa? ¡Es no querer perdonar el hecho de que no te hayan llamado! “Estuve en el hospital y nadie me vino a ver, ni siquiera preguntaron por mi”. Está mal que no te visiten y que ni siquiera te llamen por teléfono, ¡pero no agregues pecado al pecado! ¿Estás sufriendo porque cuando has estado enfermo nadie te ha visitado? ¿Cómo vas a no perdonar una deuda tan pequeña?
Eso lo podemos ver bastante seguido y ojalá se arrepientan los creyentes enojados porque no aman a los hermanos, y tienen un resentimiento grande con ellos. Vienen a Cristo, quieren disfrutar el evangelio y dicen que no pueden perdonar a su padre, a su madre u otra persona. La expresión: “no puedo perdonar” es una frase diabólica. Un muchacho se largó a llorar y me dijo: “¡Es difícil perdonar!” y le respondí que, a los duros de corazón les es difícil perdonar, así que a menos que seas duro de corazón no lo podrás hacer, pero aquel que tiene el corazón de Cristo no le es difícil perdonar. ¡No sabes lo feliz que se vive perdonando! Y no sabes, las enfermedades, las arrugas, los dolores, las tristezas y amarguras que te vienen por no perdonar.
¿Qué hicieron los demás siervos cuando vieron este panorama? Fueron al rey y le contaron todo, y lo más triste de la historia fue que el rey mandó a llamar a la persona a la que le había perdonado todos los pecados, a la que le había perdonado toda la deuda y le dijo: “32…Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. 33¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? 34Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía” (Mateo 18:32 al 34).
¿Cuál es la enseñanza aquí? ¡Todo lo que Dios te perdonó te lo cobra de nuevo! Decimos algo que es verdad, y es que Dios perdona y se olvida de tus pecados y no los recuerda más pero resulta que si tú no perdonas, le mueves la memoria a Dios. El señor le dijo: “Siervo malvado, toda esa deuda que yo te perdoné, ¿te acuerdas? ¿No debiste ser tú misericordioso con tu consiervo como yo lo fui contigo? ¿No te perdoné yo a ti? ¿Cómo no eres capaz de perdonar una deuda pequeña?” Las deudas que las personas tienen con nosotros son muy pequeñas, la verdadera deuda es la que tenemos con Dios, la que nos condena y nos manda al infierno. ¡Esa deuda es impagable!
He conocido personas que están literalmente enfermas y llenas de amargura, odian a su padre, el que murió hace años. ¡Cómo puedes odiar a un muerto!
Decía al comienzo, que una doctrina señala, que la salvación no se pierde, pero con la enseñanza que vemos aquí, llegamos a la conclusión de que la salvación sí se pierde. Según esta enseñanza, Dios te dice: “Si tú le reclamas al que te debe algo y no lo puedes perdonar, entonces yo te reclamo a ti”. ¡No les habla a los incrédulos sino a los creyentes que conocen el evangelio!
Mateo 18:34 expresa: “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía”. ¿Quiénes son los verdugos? ¿Son los ángeles? Viene un ángel y te mete una amargura terrible. ¡No! Tú sabes que esos sentimientos rencorosos generan dentro de ti, sustancias que envenenan tu cuerpo y lo enferman; así es como tu alma se envenena con un mal sentimiento. Y como no quieres perdonar a aquel que te ha hecho algo, dices: “No es que no quiero perdonar, lo perdono pero conmigo nunca más”. ¡Eso es no perdonar! “Yo lo perdono que Dios lo bendiga pero no vuelvo más con él” ¿Eso es perdonar? ¡No!
Esto concluye de la siguiente manera: “35Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35). ¡Si no perdonas te estás arriesgando mucho! El espíritu perdonador libera a la persona que te debe, pero por sobre todas las cosas te libera a ti.
Recuerdo una oportunidad en que un hermano me debía dinero y yo muy justiciero, le dije a Dios: “Padre, voy a orar hasta que éste me pague. Te voy a reclamar a ti porque eres el juez justo y harás que él me pague”. ¡Quería que Dios lo apriete y lo acogote! Yo no lo quería hacer, y le decía: “Señor, sé que te estoy reclamando algo justo porque él me debe y me tiene que pagar”. Pasó el tiempo y nada, yo estaba envenenado porque no me pagaba, y se trataba de mucho dinero. Era justo para mí reclamar delante de Dios lo que no me habían pagado porque tenían una deuda conmigo. ¡Un día exploté! Estaba muy mal, pero dije: “Está bien Señor, no te voy a reclamar más, yo lo perdono, si no quiere pagar que no lo haga y mejor si no lo hace. Yo le perdono la deuda Señor. Quiero tener paz”. ¡Yo no tenía paz! No tienes idea de la paz que sentí al tomar la decisión de perdonar. ¡Me olvidé de reclamar esa deuda! A mi ni me hacía más rico ni más pobre tener ese dinero o no tenerlo. ¡Pero yo era un perro bulldog de la justicia! Mas Dios me hizo entender que la justicia sin misericordia no es justicia. Por eso, la justicia más grande que hay es el amor, quien ama hace justicia, no quien reclama.
Muchos se presentan delante de Dios y le dicen: “Señor mío te alabo, te adoro”, pero después no pueden mirar a la cara a su hermano. Hay veces que camino por el pasillo de la iglesia y veo que viene de frente un hermano, el cual se cruza hacia el otro pasillo para evitarme. ¡Yo lo llamo y me saluda de lejos! Si tú no puedes perdonar, tú no sabes amar, no sabes lo que es el amor. Amar es no cobrar, amar es perdonar.
Dice la Biblia que el rey entregó al siervo que no quiso perdonar a su consiervo, a los verdugos. Estos son demonios que generan toda clase de enfermedades. ¿De dónde vienen tus nervios y tus opresiones? ¿De dónde vienen las enfermedades? Tu oras: “¡Señor, sáname!” Queremos la bendición pero resulta que Dios está cargando tu pecado nuevamente sobre ti porque no has querido perdonar. ¿Estoy contradiciendo con esto el texto sagrado? ¡No! ¡Estoy enseñando literalmente lo que dice la palabra de Dios! “35Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35). Si yo te he hecho algo, por favor, perdóname y mírame de otra manera.
Alguno dice: “No me saludó pero a la otra persona sí”, “a algunos siempre los saluda pero a mí no”. ¡Esa persona no está para saludar sino para ver si la saludan! No toma la iniciativa de ir a saludar a alguien sino que está pendiente y juzgando qué hará el otro o qué no hará para poder cargarle un poco más de culpa. ¡Ya te van a agarrar los verdugos!
¡Cuántas veces oramos por hermanos y nunca se sanan! ¡Nunca tienen paz! Tú le ves la cara a alguien y le preguntas si está bien y te responde: “Bien” ¡No se lo cree ni ella! ¡Tendría que verse la cara cuando da esa clase de respuesta, con una sonrisa forzada!
Es duro lo que te digo, porque está en juego la salvación que Dios te ha dado, la sangre que Cristo ha derramado sobre ti. ¡Si pudieras amar!
Tal vez está cerca de ti esa persona a la que tienes que perdonar. Sucede en la iglesia, cuando alguien no anda bien con algún hermano y sabe cuál es el lugar en el que se sienta, que trata de sentarte en otro lado, porque lo que tiene, no le deja tener comunión con él o con ella, pero cuando esa persona sale de la iglesia, la están esperando los verdugos. Éstos son seres que se deleitan en verte sufrir, el placer de ellos es atormentarte, meterte un lindo dolor de cabeza, meterte una gran angustia y que no puedas dormir. Se deleitan en meterte un dolor en el pecho y que tú te asustes creyendo que es un cáncer. ¡Les encanta atormentar! Pero lo más triste es que hay unos chismosos que le cuentan al Padre: “¿Viste lo que hizo este?” ¡Qué el Señor nos libre!
Hoy tienes que perdonar de corazón a quien te haya ofendido, tienes que olvidarte de lo que te hizo, déjalo de lado, no puedes permitir que eso sea una piedra en tu vida que genere enfermedades o angustias, amarguras o tristezas.
No quiero decir con esto que las enfermedades vienen sólo por esta causa, pero sí pueden surgir por no perdonar, te lo aseguro; pueden venir por otras cosas pero esta causa es esencial.
El tema fundamental de nuestra paz, de nuestra bendición y de nuestra vida eterna es que Cristo perdonó todas nuestras ofensas. ¿Por qué? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). ¡Fue por amor! ¡Nos amó tanto que nos perdonó! ¡Quien no puede perdonar, no ama!
Si reconoces de corazón que hay personas con quienes estás resentido porque te han rechazado, te han tratado mal, no te han amado, te han herido, han abusado de ti, por lo que sea, y sabes que dentro de ti tienes un dolor que ahora conoces que no es un simple dolor sino falta de perdón, tienes que pedirle perdón a Dios y decirle: “Señor, no quiero tener que enfrentarte y que me digas que ahora me vas a cobrar toda la deuda. ¡Líbrame Señor! Yo perdono de corazón a los que me han hecho daño. Ahora Señor, te pido perdón a ti por haber retenido falta de perdón. Líbrame en esta hora Padre, te lo pido en el nombre de Jesús, amén”.
“Rompe las ataduras Señor, destruye el poder del infierno que ata las personas. Señor amado, glorifícate en esta hora. Hay personas enfermas y no sabían que la causa de su enfermedad era por guardar rencor, por estar resentidos y no perdonar, lo que lo lleva a no poder mirar a la otra persona a los ojos, ni abrazarla porque han sido ofendidos. ¡Libera de cautividad ahora, Dios mío! ¡Cubro a mis hermanos con la sangre preciosa de Jesús! Sean libres en esta hora, en el nombre de Jesús. Padre que descienda ahora tu gracia, que venga tu paz y que los atormentadores huyan ahora. Te echo fuera de las vidas espíritu rencoroso, espíritu de maldición, espíritu de enfermedad, en el nombre de Jesús, amén”.
ANEXOS: