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Estamos viviendo un tiempo en que Dios está alumbrando; no es que alguna vez no lo hizo sino que está apresurando el tiempo de su venida y por tanto, está alumbrando los ojos del entendimiento de su pueblo.La Bibliadice que el enemigo cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz de Cristo, pero en este tiempo la iglesia de Jesucristo está recibiendo más revelación, como nunca antes ha sido manifestada. Dios está preparando a su iglesia para un encuentro muy especial; su iglesia es su esposa y pronto estaremos de casamiento. Y hay un impulso del Espíritu por alumbrar en un área específica, el alma y el espíritu. Hay una división que tiene que ser lograda en el interior del creyente, de hecho, hay una guerra entre el alma y el espíritu de cada persona.
Leamos Hebreos 4:12-13: “12Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. 13Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.
Hay dos manifestaciones en la vida del creyente: Las que son propias del alma y las que son del espíritu, cada una de ellas implica un nivel de vida muy distinto. El nivel del alma, que podríamos llamar vida anímica o almática, tiene que ver con la vida natural humana, con la vida del “yo”, que está compuesta por la mente, la voluntad, y las emociones y produce frutos, perola Bibliadice que quienes creyeron y recibieron a Jesús son hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados por voluntad de carne sino por voluntad de Dios. Es decir, Dios engendra en el creyente otro nivel de vida, la vida espiritual. Estamos enfatizando en este tiempo en la necesidad de poder discernir, entender y dividir qué clase de sensaciones, de obras o de frutos provienen del alma y cuáles del espíritu. ¡Necesitamos entender la división que hay entre lo que produce el alma y lo que produce el espíritu! La mayor tentación de un creyente no son las mujeres, no es el dinero, no es la gloria, ni el poder sino emprender con sus propias fuerzas la tarea de servir y agradar a Dios. Hay cosas que a simple vista se ve que son tentaciones; si a ti se te van los ojos cada vez que pasa una mujer taconeando y moviendo esa parte que saben mover tan bien, no cabe duda que se trata de una tentación y que ella domina tu vida, pero es difícil entender cuándo un creyente que tiene celos por Dios, le ama y pretende servirle, está siendo tentado en servir a Dios con una clase de vida que no es la que Él anhela, que es la vida del alma.
Estamos haciendo un esfuerzo en este tiempo por entender mejor la palabra de Dios; en la antigüedad los sacerdotes usaban una espada muy filosa de doble filo y cuando ponían en el altar al animal que iba a ser sacrificado, lo partían en dos a tal punto que separaban las coyunturas de los tuétanos. En el nuevo testamento el apóstol Pablo usa este ejemplo y dice que la palabra de Dios es más cortante que toda espada de doble filo pero que penetra hasta partir el alma y el espíritu. No hay cosa más compleja que poder dividir, discernir y entender cuándo estoy sirviendo a Dios con mi carne, y cuándo lo estoy sirviendo con mi espíritu, porque hay almas que se han especializado en “agradar a Dios”, en ser espirituales, en servir al prójimo, en cantar, pero debe quedar claro una vez más que Dios no recibe ni acepta fruto ni obra del alma humana. Aquellos que hemos creído en Cristo Jesús tenemos otro nivel de vida, poseemos una nueva naturaleza que ha nacido para señorear sobre el alma, para dominar sobre esos impulsos anímicos, y esa clase de vida espiritual es la que a Dios le agrada. Jesús dijo: “6Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6).
A través de una experiencia que he vivido quiero explicarte y hacerte entender cuáles son los resultados de la obra humana. Yo conozco el evangelio desde niño, me llevaron a la iglesia desde la cuna pero en la escuela primaria no gané ningún alma para Cristo, tampoco cuando estaba en la escuela secundaria ni en la universidad porque era un “nabo espiritual”. Toda mi vida amé a Dios y le serví, dirigí el coro, toqué el órgano, fui miembro de la comisión de evangelismo de la iglesia, organicé campamentos, organicé cruzadas de evangelismo… me acuerdo que cada comienzo de año de clases, tanto en la secundaria como en la universidad, decía: “Padre, te pido que en este año tú me permitas ganar a alguien para Cristo”. Pero terminaba el año y no había ganado a nadie aunque todos me admiraban porque era una buena persona. Todos podían decir “¡En Márquez se puede confiar!” Al tiempo me di cuenta que no había predicado a Cristo sino a mí mismo y me sentía orgulloso de que la gente me admirara pero el resultado fue que nunca gané un alma para Cristo y en todo caso, el admirado de mi obrar no era Cristo, sino “yo”. Servía a Dios, le amaba, me cuidaba de no pecar porque quería ser un fiel testimonio del evangelio pero no había entendido que la vida del alma jamás puede producir fruto espiritual.
Me acuerdo que pasé por un desierto muy grande porque como amaba a Dios y le quería servir, Él comenzó a trabajar en mí para que pudiera ser un siervo suyo. Era sincero y le dije: “Señor, ¡quiero que se haga en mí tu voluntad!” Pero en ese transcurso en el que Dios comenzó a cambiar mi vida y a destruir la vida de la carne (todavía lo está haciendo y le está costando) se produjo en mí un quebranto, comenzó a destruir mis fortalezas, llegué a ser muy humillado. Es de Dios ser humillados, cuando lo somos, salta la carne. ¿Has visto una rana en la sartén? ¡Lo mismo ocurre cuando Dios trata con nuestra carne! Hasta que no somos humillados parecemos cristianos espirituales, mas cuando alguien nos humilla, surge la carne y aún decimos: “¿qué te pasa conmigo? ¿te has vuelto en contra de mí?” En ese tiempo de demolición que estaba transitando, tenía una vida cristiana aceptable a los ojos de los que me conocían porque tenía una cultura cristiana, una tradición cristiana, un vocabulario cristiano, no fumaba, pero no producía milagros, no producía conversiones al evangelio, y en mi interior muchas veces me dije: “hay una contradicción porque la iglesia de hoy no es como la iglesia primitiva”. Algunos decían: “¡Ya no es tiempo de milagros! Ahora tenemos los médicos, en la época de Jesús se necesitaban milagros porque no habían médicos…”
Recientemente viví una experiencia extraordinaria; fui a la celebración de nuestra iglesia Misión Vida para las Naciones en la ciudad de Tarariras, en el departamento de Colonia. Hace más de 15 años había llegado a esa ciudad, proveniente de Buenos Aires, que en este momento debe tener como 18 millones de habitantes, seis veces más que la población del Uruguay. Viviendo en la gran ciudad de Buenos Aires me imaginaba y decía: “Dios hará algo grande conmigo aquí”, y cuando decidí dedicarme tiempo completo a la obra de Dios y hablé con mi pastor, me dijo: “¡Me alegro! Justamente Dios me ha hablado de ti, te necesito en el departamento de Colonia, Uruguay”. Yo tragué saliva… Me dijo: “Eso es lo que tengo para ti, ¿vas o no vas?” ¡Pastor, estoy para servir! Comencé a averiguar por esa ciudad y me enteré que tenía alrededor de 15 mil habitantes y había allí una pequeña iglesia que había pasado por una división. En ese momento comenzaron a morir mis delirios de grandeza, mis grandes proyectos y empecé a probar la muerte. Dios escogió la bella cuidad de Colonia para dar de esos mazazos bien certeros en mi vida, ¡si habré ayunado en Colonia! Algunos eran ayunos del Señor y otros por falta de comida. En Tarariras viví la muerte… Un día compré un equipo de sonido, de esos que se ponen arriba de los autos y dije: ¡vamos a evangelizar Tarariras! Llevé un grupo de jóvenes, un poco de música y grabamos un spot publicitario que decía: “¡Queridos vecinos de Tarariras hemos venido a este lugar para bendecirles. A las 18 horas tendremos una reunión en la plaza y vamos a orar por los enfermos… ¡no se pierda esta oportunidad! ¡Venga a conocer el poder de Dios!” Para mí era fácil: La ciudad tenía 5 mil habitantes, aproximadamente mil viviendas, así que la dividimos en cinco, hicimos dos mil volantes y decidimos ir a cada casa. De esto hace ya 17 años atrás… y recorrimos todo. A la hora señalada estábamos en la plaza: “¡Amigos de Tarariras, en algunos minutos vamos a comenzar la reunión y si usted tiene algún problema de salud o familiar, venga!” ¡Y no venía nadie! Yo me estaba poniendo verde porque no venía nadie… esto es para los que creen que el apóstol Márquez vino al Uruguay con dos valijas de dólares… ¡Yo vine al Uruguay a morir! Y si no moría, no habría frutos en mi vida…el Señor dijo: “de cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24)
Lo que es nacido de la carne, carne es y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. ¡Quedó demostrado una vez más esa tarde en Tarariras! Se hicieron las 6 de la tarde y como no venía nadie, tomé el micrófono y dije: “¡Queridos vecinos de Tarariras, quizás tengan vergüenza pero sé que alguien me está escuchando detrás de la puerta, quédense ahí pero atiendan lo que voy a predicar” ¡Y prediqué! Estaba a los a gritos en la plaza, ¡solo!
Cuando terminó ese culto todos los chicos que habían ido conmigo a Tarariras me miraban como diciendo: “¿qué hacemos ahora?” Yo tenía que poner cara de valiente pero estaba experimentando una de las derrotas más grandes de mi vida: Venir de una cuidad que tenía 18 millones de habitantes y ser humillado al ir a una cuidad de 5 mil habitantes donde nadie quiso escucharme. Puse cara de circunstancia y dije: “Este es un pueblo muy duro…”, mas una vocecita dentro me decía: “eres muy carnal, no tienes poder para producir ni un sólo fruto para Jesús”.
¿Sabes de qué estoy hablando? De esas ganas que uno tiene de dar testimonio, de hablar de Cristo y de quedar bien parado pero que no se produzca ni un solo fruto espiritual y el alma en vez de decir: “he sido derrotada”, dice: “el Señor sabe”. No obstante, el Señor arriba decía: “Los frutos son míos, si me dieras lugar a mí…”
Les estoy hablando de la guerra entre el alma y el espíritu. Dice la Biblia: “Grandes multitudes iban con él y volviéndose le dijo si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y madre y mujer he hijo y hermanas y hermanos y aún su propia vida no puede ser mi discípulo y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:25-27).
El alma ama a sus seres queridos a su manera en tanto que Dios ama a la gente a su manera. ¿No es este el Dios que dice amarás a tu prójimo como a ti mismo? ¿Y ahora viene y me dice que tengo que aborrecer a mi padre y a mi madre, a mi mujer, a mis hijos, a mis hermanos, a mis hermanas y aún mi propia vida? ¿A qué se refiere Jesús? La conclusión es esta: No ames a Dios ni a tu familia con el amor anímico de tu alma, ama a Dios y a tu prójimo con el amor de Dios. Jesús aclaró este tema cuando dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34) ¡Nuestros afectos humanos estorban la obra de Dios! Nuestro afecto por Jesús, nuestro amor, el que sale de nosotros, es un grave problema para los planes de Dios. Pedro, después de una gran bendición, dijo a Jesús: “Tú eres el hijo del Dios viviente” y Jesús le responde: “bienaventurado eres Pedro porque no te lo ha revelado carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Pedro fue tocado por una revelación de Dios, “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mateo 16:17-19).
¿Crees que Pedro está en el cielo con las llaves del reino? ¡No! Dios dijo: “a ti te daré las llaves del reino”. ¡Es aquí en la tierra! Se trata de las llaves del reino que Dios le da a la iglesia aquí abajo, para que haga bajar el reino de los cielos a la tierra y establezca su voluntad, para que sus planes se hagan en el planeta tierra. Son llaves para atar lo que debe ser atado y desatar lo que debe ser desatado, para que lo que ocurra en el cielo, ocurra también aquí en la tierra.
Al rato Jesús dijo a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén, padecer mucho de los ancianos y de los fariseos, ser muerto y resucitado al tercer día. Y allí estaba el alma de Pedro dando su opinión; hacía un rato había hablado a través de su espíritu pero en esta oportunidad lo hacía con su alma. Pedro, que se había jactado, aparta a Jesús y le dice: “maestro ven para aquí, no quiero que nadie escuche lo que te tengo que decir, compadécete de ti mismo, nunca tal cosa te acontezca ¡te amo!” Allí Pedro le muestra a Jesús todo su amor y todo su afecto y le está dando consejos acerca de la conveniencia de no ir a Jerusalén; Jesús lo mira de arriba hacia abajo y le dice: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). En otras palabras, Jesús está diciendo: “No he venido para compadecerme de mi mismo, sino a renunciar a mismo y para ello, he decidido ir a la cruz. Pedro, tú que me amas tanto, te estás oponiendo a los planes de mi Padre que están planificados de antes de la fundación del mundo, ¡apártate!” Cuántas cosas hacemos por afectos, porque nos parecen bien, porque nos parece lo correcto, porque es lo que haría cualquier persona de bien.
“Señor, si te amo tanto. ¿Por qué te fallo? ¿Por qué te ofendo?” Es una de las preguntas que me hago. Es que el amor humano fracasa una, dos y tres veces pero el amor de Dios no fracasa nunca. He de morir a mis afectos, a mis obras y a mis planes para servir y amar a Dios, para hacerle bien al prójimo y tengo que ir a la cruz y aborrecer mi vida porque aquel que ama su vida, la perderá y aquel que pierde su vida por causa de mí la hallará.
¡Perder es muerte! Anoche estuve nuevamente en la ciudad de Tarariras; la iglesia cumplió cinco años allí y cuando llegué me acordé de lo que me había sucedido hace 17 años y es como que Dios me dijo: “¿Has visto lo que puedo hacer sin ti en el medio? ¿Te gustan todas las ovejitas que te he dado sin que hayas hecho nada? ¿Te acuerdas cuando eras un estorbo? Mira lo que yo te doy ahora”. Esta iglesia surgió en la época en que predicábamos en CX 14 radio El Espectador; un matrimonio jovencito comenzó a escuchar y como no había iglesia “Misión Vida” en Tarariras, se fue a otra iglesia pero no se hallaba así que comenzó a predicar el evangelio, le predicó a uno, le predicó a otro y un día apareció aquí y me dijo: “Pastor, nosotros los escuchamos y tenemos un grupito pero no sabemos qué hacer; necesitamos que nos vengan a pastorear. Yo los he estado pastoreando pero no soy pastor”. “Pero, ¿de dónde eres tú? ¿De donde saliste?” Me contesta: “Yo me formé escuchándolo por la radio” Y yo me rascaba la cabeza pensando en quién mandar a esa ciudad y el Espíritu me decía: “déjalo, veremos que más hace”, así que le dije: “dale para adelante, algún día iremos”. Siguió, y pasó un año, dos, tres años y me dice: “Pastor, ¿por qué no viene a Tarariras? Queremos hacer un encuentro”. Cuando llegamos, había alrededor de 40 o 50 personas. Dios hizo maravillas en esa oportunidad. Sin mi auto y sin el trasmisor Dios estaba haciendo la obra; es más, me tiene sorprendido que este matrimonio sea tan obediente y tan sujeto. ¿De dónde aprendió este si alrededor mío tengo algunos que me sacan canas verdes?
Nuestra vida anímica, nuestros afectos naturales son formidables obstáculos a la obra de Dios. Tengo que entender que mis mejores sentimientos y mis mejores planes no le sirven a Dios. ¡Debo morir! Me es necesario entender que no son mis obras las que sirven sino que son las obras que Dios hace en mí las que sirven.
“Señor, cuánto necesitamos entender que los afectos naturales son del alma y que no te sirven y estorban tu obra. ¡Todo deberá ser hecho por el Espíritu Santo! Padre, en esta guerra entre el alma y el espíritu, te suplico que me ayudes a perder, te suplico que prevalezca tu Espíritu Señor. Que venga tu palabra y prevalezca tu Espíritu y penetre hasta partir el alma y el espíritu, y que nada haga sin entenderlo. Ahora comprendo por qué no gano almas para ti Señor, porque la naturaleza humana no puede producir fruto espiritual y sé que sin ti, nada puedo hacer. Quiero producir frutos, ven y penetra en mí con la espada de tu palabra. Quebrántame, humíllame y transfórmame. Haz tu obra en mí, que no sea yo el soberano sino tú, que no sea yo quien salga glorificado sino tú y que no sea yo el amado y el reconocido sino tú. Perdón Señor, por cuántas cosas hice amándote con mis afectos y anhelando servirte con mis ánimos, con las fuerzas de mi alma. Que yo pueda decir como el apóstol Pablo, con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo sino que vive Cristo en mí. Tú eres mi Dios y te adoro. ¡Te alabo y te bendigo Señor! En el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.
ANEXOS: