Av. 8 de octubre 2335
Montevideo
WhatsApp:(+598) 095333330
Cuando una persona cumple 59 años de edad como yo, está bien que haga algunas reflexiones acerca de su vida. En este tiempo estoy evaluando si valió la pena o no que haya venido a Uruguay, si valió la pena o no que haya dejado mi carrera de arquitectura o que haya dejado mi familia, mi tierra y mi iglesia. Yo era el director del coro en mi iglesia, recuerdo cuando lo armé; en algún momento tuve que entregarle todo a Dios, la tierra que amaba, la familia, la iglesia que amaba, el coro, la profesión y la patria que amaba, para venir a Uruguay.
La vida de Jesús también tuvo su momento de evaluación, de reflexión. Marcos 14:26 y 27 dice: “26Cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos. 27Entonces Jesús les dijo: Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas”. Jesús había celebrado la pascua con sus discípulos, Él había llamado a los más cercanos, a los que le habían seguido más y a los que más le habían amado; participó con ellos del pan y del vino y les dijo: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es entregado y esto es mi sangre que por vosotros es derramada, haced esto en memoria de mi” (Lucas 22:19). Mientras Jesús decía esto y participaba de la cena más íntima que había tenido como nunca antes con sus amados, sabía que había uno ahí que le iba a entregar, Jesús sabía que esa misma noche, todos sus discípulos se iban a escandalizar de él e iban a huir dejándolo solo, y así fue; cuando terminaron la cena y salieron al huerto de los olivos, cuando ya estaban allí, Jesús les adelantó que esa misma noche todos lo iban a abandonar. En ese momento empezó la discusión porque todos amaban a Jesús, y le decían: “Maestro, yo no te voy a dejar”; y entre ellos, Pedro, que era el más impulsivo dijo: “29Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no. 30Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces” (Marcos 14:29 al 31).
Aquí estamos frente a un problema y es que nosotros no nos conocemos pero Jesús nos conoce bien. ¿Tú crees que los discípulos eran falsos? ¡No! Ellos eran sinceros en lo que decían, no eran hipócritas. ¿Crees que alguno pensó en darle ánimo porque lo iban a matar y para que no esté triste le dijo que se iba a quedar con él? Yo creo que todos eran sinceros en cuanto a lo que sentían, tenían un amor genuino por Cristo, lo que sucede es que ellos no conocían bien la naturaleza humana; la Biblia dice que sólo Dios conoce el corazón. Si quieres conocer tu corazón, y no es como dicen algunos, por medio del método de autoayuda o de autoanálisis, no tenemos que mirar hacia adentro sino hacia arriba; hay muchos que enseñan que hay que mirar para adentro, pero la Biblia dice: “En tu luz veremos la luz” (Salmo 36:9). La palabra dice que es Dios quien alumbra el corazón, si quieres conocerte tienes que pedirle a Dios que te alumbre y te enseñe quien eres realmente. ¡Tú no sabes quien eres!
¿Alguna vez heriste a alguien que no querías herir? ¿Después que la heriste dijiste que nunca más lo volverías a hacer pero lo hiciste? ¡Y te lo has propuesto de verdad! También lo has hecho con Dios y le has dicho: “Señor, te prometo que no voy a mentir más” y lo has vuelto a hacer; “Señor te prometo que no peco más” y lo hiciste; porque la naturaleza humana no puede ser dominada por la naturaleza humana, lo que es nacido de la carne, carne es y lo que es nacido el espíritu, espíritu es, por lo tanto necesitamos el dominio del Espíritu Santo sobre nuestras vidas para que hagamos lo que Dios quiere y no lo que quiere la carne. El tema esencial de esta enseñanza es que necesitamos de una manera imperiosa que Jesucristo sea verdaderamente nuestro Señor y que le demos a Él de verdad las riendas de nuestra vida. ¡Hasta que Cristo no sea el Señor, yo no dejaré de hacer la voluntad de la carne!
Leamos Marcos 14: 43 al 50: “43Luego, hablando él aún, vino Judas, que era uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los escribas y de los ancianos. 44Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ése es; prendedle, y llevadle con seguridad. 45Y cuando vino, se acercó luego a él, y le dijo: Maestro, Maestro. Y le besó. 46Entonces ellos le echaron mano, y le prendieron. 47Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja. 48Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos para prenderme? 49Cada día estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me prendisteis; pero es así, para que se cumplan las Escrituras. 50Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron”.
¡Qué situación más triste! Jesús estaba tomando la decisión de entregar la vida por nosotros, y no se trataba de que le quiten la vida sino que él la puso por los que más amaba, entre los que se encontraban sus discípulos y aún los que habían venido a prenderle. Jesús les dijo: “¡Han venido a buscarme como si yo fuera un ladrón, no hay necesidad de que vengan a mí de esta manera!” Cuando los discípulos vieron la turba se olvidaron que le habían dicho a Jesús: “Señor, no te dejaremos”, se olvidaron que le habían dicho: “Señor, si es necesario daremos la vida por ti” y ni te cuento lo de Pedro, Jesús le dijo: “Esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces tú me negarás tres”.
Antes de que Jesús fuese prendido en Getsemaní, ese lugar y esa noche para él fue una verdadera prensa; la palabra “Getsemaní” significa: prensa de aceite. Ahí, Jesús fue presionado, apretado como nunca antes en su vida, esa noche dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte”, esa noche le dijo a sus discípulos: “Orad y velad para que no entréis en tentación”. Les pidió que oren y lo acompañen en oración, tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan para que estén más cerca de él, después se alejó y oró, y lo hizo intensamente, tanto es así que su sudor eran grandes gotas de sangre por causa del terrible sufrimiento que le estaba produciendo el momento que se avecinaba, sumado a la soledad y a la traición.
En ese momento Jesús estaba evaluando si valía la pena entregar su vida o no. Unas horas más y muchos de los que habían sido sanados por él seguramente dirían: “Yo no lo conocía”, unas horas más, y muchos que lo habían seguido gritarían: “¡Crucifíquenle! ¡Crucifíquenle!” El hijo de Dios iba a estar solo delante de los soldados endemoniados, porque, solamente un endemoniado puede azotarlo y burlarse de la manera que lo hicieron con Jesús. Le pusieron una corona de espinas, le vendaron los ojos y con palos lo golpeaban y le decían: “¡Profetiza! ¿Quién es el que te golpeó?” ¡Se burlaban de él!
Jesús oró al Padre: “Señor, para ti todas las cosas son posibles, si es posible pasa de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesús le expresó al Padre: “Señor, mi voluntad es no ir a la cruz, pero yo no he venido para hacer mi voluntad sino la tuya. Si queda alguna ventanita abierta para que yo me salve de ir a la cruz, te pido Padre que apartes de mi esta copa, pero si no, hágase conforme a tu voluntad”. Jesús estaba evaluando si su causa y la del Padre valían la pena para que él entregase su vida, mas él dijo: “Padre, hágase tu voluntad” y allí oró y oró intensamente pero se dio cuenta que el Padre no iba a cambiar cosas, y aunque todas las cosas son posibles para Dios, el Padre decidió que el Hijo tenía que ir a la cruz. ¡Qué momento más intenso y terrible! Entonces, Jesús se levantó y al ver a sus discípulos les dijo: “¿Están durmiendo, no han podido velar conmigo una hora? Duerman ya, ahora vienen a buscarme”. ¡Y en ese instante llega la turba para arrestarlo!
Los cristianos también tenemos que evaluar si vale la pena entregarle la vida a Cristo o no vale la pena; hay cristianos que hacen una especie de negocio “trucho” con Cristo, pasan al frente y le dicen: Señor te doy mi vida”, y cuando termina el culto se llevan la vida de nuevo. ¡Lo hacen una y otra vez, y siguen con sus mismos planes como si no le hubieran dado la vida a Cristo! Tengo una noticia para ti: ¡No hay sólo una cruz para Cristo, hay una cruz para cada creyente! Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). Algunos creyentes confunden el significado de la cruz y creen que es la suegra. ¡Me ha tocado la peor suegra del mundo! ¡Esa no es tu cruz! Algunos padecen enfermedades y dicen: ¡Esta es mi cruz! Todos creen que la cruz que tienen es demasiado grande, entonces hay personas cuyo cónyuge es infiel y dicen: ¡Qué cruz me ha tocado! ¡Es muy grande para soportarla! Y cuando se refieren a su cruz señalan: ¡Yo no me merezco esta cruz! ¡Pero nada de eso es la cruz! La cruz es para clavarte la mano derecha, la izquierda y los pies, no significa que tu marido te saca canas verdes, la cruz es para que nunca más puedas mover tus manos, que tu carne nunca más pueda hacer su voluntad y que nunca más pueda tomar sus propias decisiones. La cruz no es una circunstancia, es la muerte total y definitiva de la naturaleza carnal del creyente, la cruz es una decisión, así que yo decido; Jesús no dijo: “Me quitaron la vida”, sino: “Yo pongo mi vida”.
La relación con Cristo es un trueque, Él nos da su vida y nosotros le damos a Él la nuestra. Yo tenía muchos planes para seguir a Dios, era arquitecto, estaba formando una empresa constructora y tenía mil planes para servirlo, así que le dije: “Señor, yo te voy a servir todo lo que tú quieras, pero nada de ser pastor”. Lo que menos quería ser es justamente pastor, sólo quería ser un creyente fiel, un laico, pero uno importante, no cualquiera, posiblemente un diácono, porque en la iglesia a la que pertenecía los diáconos manejaban a los pastores, en alguna otra son los ancianos los que manejan a los pastores y en otra son los tesoreros. ¡Gloria a Dios! ¡Me ha dado una iglesia donde ninguno me maneja! Yo era un “diablócono” muy importante, quiero decir, diácono, yo tenía más peso que el pastor en la iglesia, así que a mí no me convenía ser pastor porque mi opinión como diácono pesaba mucho. Para mí ser pastor significaba pertenecer a una clase inferior, habíamos llegado a creer que el pastor era un empleado de la iglesia, es más, todos los años se hacía una asamblea y lo confirmábamos en el cargo mediante votación o le decíamos que se fuera, así que en la iglesia a la que pertenecía yo, ser pastor era ser de segunda clase, ¡y yo quería ser de primera! Entonces, yo tenía mil planes para servir a Dios de cualquier cosa menos de pastor, ¿y podrás creer que a Dios se le ocurrió que yo fuese pastor? Yo le di mi vida al Señor, pero en un momento Él me dijo: ¿Cómo dices que me das tu vida si no quieres ser pastor? Lo quería convencer de que yo tenía un título de arquitecto, que iba a hacer mucho dinero, que sería diácono en la iglesia, que iba a dirigir el coro y a formar parte de la comisión de finanzas de la iglesia, de la comisión de evangelismo, de la de educación cristiana; le ofrecí a Dios cualquier cosa menos mi profesión, y Él me hizo entender que su voluntad no era mi voluntad.
Pedro sentía que no lo iba a abandonar a Jesús, que no lo traicionaría, ningún discípulo pensaba en eso, así que lo que yo siento no es la mejor evidencia para saber cuál es la voluntad de Dios; por tanto, los creyentes no deben decir más: “Yo siento hacer esto o lo otro”. El día que puedas decir: “El Señor me está obligando a tal cosa y yo estoy tratando de obedecerle” ahí yo me quedo tranquilo porque aunque estás luchando con la voluntad de Dios, quieres obedecerla, pero no mientras quieras retener algo: “Señor te doy mi vida pero no te permito que me quites esto o lo otro”. ¡El trato con Cristo es un cambio de vida! Y Jesús dijo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Marcos 8:35). ¿A qué se refiere Jesús? A que hay una vida anímica y biológica que tiene planes propios y Cristo tiene otra vida que no es ninguna de las ya mencionadas sino que es espiritual, con otro propósito y otro designio, y te dice: “Si tú me das esa vida biológica, anímica y carnal que tienes yo te doy mi vida eterna. Yo voy a poner en ti mi Espíritu” Entonces, hay que perder todo lo que tenemos para ganar lo que Cristo tiene para nosotros, es una pérdida total, del cien por ciento para una ganancia total del cien por ciento; una pérdida de mis planes, de mis ambiciones y deseos para ganar el cien por ciento de la vida de Cristo en mí y es totalmente distinta a la que yo pierdo.
Hace veinte años yo vine a parar a Uruguay y muchas veces me pregunté si me había mandado Dios. En veinte años todavía hay pastores que no me han mostrado su cara. Recuerdo uno en particular, al que llamé por teléfono, yo ya me relacionaba con él previamente porque en el tiempo en que pastoreaba en la ciudad de Colonia, Uruguay, le alquilaba unas películas de videos cristianos ya que él era el representante. Cuando llegué a la ciudad de Montevideo lo busqué para presentarme y no lo encontré ya que estaba de viaje; tiempo después lo llamé por teléfono y le dije: “Pastor, yo quiero hablar con usted, quiero presentarme porque voy a abrir una iglesia” a lo que él me respondió: “Yo a usted no lo quiero conocer”. Recuerdo que había un periódico cristiano y en un titular decía algo así como: “Esos pastores que vienen de Argentina con la cultura de Minguito”. ¡Se referían a mí! Eso no es todo, me han acusado de traficar menores, salí en una página completa de un diario local. ¡Me han sucedido cosas increíbles en Uruguay!
He hablado con un matrimonio que vino desde la ciudad de Artigas al norte del país, sintiendo un llamado de Dios para venir a servir a la capital, me dijeron que sienten fuertemente desarrollar su ministerio en nuestra iglesia Misión Vida. Yo los miro y les pregunto: ¿Ustedes están seguros? “Sí”, me responden, y agregan que como salieron obedeciendo el llamado se encontraban en el momento sin trabajo y se hospedaban en la casa de unos hermanos muy buenos según ellos. ¿Pero no tienen problemas con ellos por venir a Misión Vida? les pregunté. “No, no pastor”, son muy buenos. A los días viene la hermana llorando y me cuenta que la mujer que la hospedaba le dijo: “Ya no sos más mi amiga”. ¡Todo porque ella había dicho que se iba a congregar en Misión Vida!
¡Cuando llegué a Uruguay era una guerra muy fuerte de afuera, de adentro, de todos lados! ¡Era para regresar de nuevo! En algunas iglesias señalaban: “Estos vienen a buscar diezmos y se va a ir”. Por otro lado se aparecían en la iglesia muchos endemoniados, nos quedábamos después de los cultos echando demonios hasta las dos o tres de la madrugada… ¡ya estábamos enfermos de echar tantos demonios! Y habían algunos que venían todos los días para ser liberados, al final nos dimos cuenta que no venían para ser libres sino para agotarnos. ¡Así que era todo muy difícil! Entre otras cosas no teníamos donde vivir, una hermana nos invitó a hospedarnos en su casa y cuando llegamos no había ni un solo mueble, sólo nos habían tirado unos colchones en el piso, entonces esta hermana me dijo que era la esposa de un pastor que estaba en juicio con él y le había embargado todos los muebles. Su esposo era un “gran pastor” de una iglesia en Montevideo y ella era la segunda esposa, en ese momento iba por la tercera. Hacía calor y no teníamos agua fresca, hacía días que veníamos comiendo mal y decidimos comprar unas chuletas bien grandes, pero mi señora las había dejado sobre la mesada, cuando volvimos la buscamos por todos lados… ¡Las chuletas! ¡No estaban! De pronto vemos a un perro que se llevaba nuestras chuletas…
Una hermana se enteró que estábamos mal y nos dijo que como ellos se iban de vacaciones por treinta días nosotros podríamos ir por esos días a su apartamento mientras encontrábamos donde vivir. Resultó ser que esa segunda esposa de pastor era bastante liviana y me estaba echando los carros a mí, quería hacer consejería sólo conmigo, así que gloria a Dios que nos fuimos de ahí. Nosotros más contentos en el apartamento de la hermana que se fue de vacaciones, pero resulta que a la semana de haberse ido, su hijo se arrepintió y se volvió de las vacaciones al apartamento, con la novia, y se quedaban a dormir juntos. Mi hija Cecilia le preguntaba a mi esposa: “Mami, ¿son novios o están casados?” Vivimos muchas experiencias y pasamos muchas cosas, gracias a Dios nunca perdimos la certeza de que fue Él quien nos había enviado a Uruguay. Podría contar ciento de anécdotas pero a lo que voy es que, ahora, yo estoy en condiciones de evaluar si valió la pena pagar el precio o no, el precio de dejar mi tierra, a mis padres, mi profesión, el precio de dejar el coro, el lugar de organista de la iglesia. A mí costó dejar todo lo que amaba y estuve en la posición de ese matrimonio que vino de Artigas, viviendo de prestado en una casa de una amiga la que le dijo que se terminaba su amistad. La mujer vino angustiada y me dijo: “Pastor, ¡no puedo creer lo que me está pasando! Yo creía que Dios me envió y que todo iba a estar bien”. Le respondo: “¿Hija, todavía crees que eres una sierva de Dios? “Sí”, me dice. ¿Todavía crees que Dios te mandó a Montevideo? “Sí, pero, ¿por qué tengo que vivir lo que estoy viviendo?” Es que tendrás que pagar un precio por hacer la voluntad de Dios, satanás se va a oponer, y tendrás que pagar el precio; si Dios te habló que tenías que venir a Montevideo, vas a sufrir prueba por causa de la palabra, si has oído la voz de Dios, entonces vendrá prueba sobre ti para ver si crees o no crees, para ver si vas a permanecer o no.
¡Gracias a Dios permanecimos! Después de veinte años de ministerio en el Uruguay les tengo que decir que mil veces valió la pena perder todo. Si me preguntas si yo volvería a tomar la misma decisión y pasar por los mismos problemas que atravesé, hoy les digo que estoy dispuesto, doy gloria a Dios que oí su voz y no retrocedí. Conozco muchos que retrocedieron, se asustaron, pusieron las manos en el arado y miraron para atrás; no hay nadie que no sea probado, que no sea zarandeado. “¡Pero esto es muy fuerte pastor!”, me dijo esta hermana, yo le respondí: “Hija, esto es señal de que lo que viene es muy grande, mientras más grande es la oposición, más grande es la victoria”. Hay algunos que todavía no han entendido lo que significa darle la vida a Jesús, pasan al altar y le dicen: “Te doy mi vida” y se van, y siguen en sus planes y deseos, y se preguntan por qué Dios no hace lo que ellos quieren, se preguntan por qué Dios no contesta o por qué permite que pase tal o cual cosa. La Biblia dice: “Aquellos que dejan padre, madre o casa por causa de mí y del evangelio recibirán cien veces más aquí en la tierra, casas, padres, madres, hermanos, hermanas y en el cielo la vida eterna” (Mateo 19:29).
En el día de mi cumpleaños recibí muchos mensajes que me quebrantan y quiero compartir uno de los tantos: “Le damos muchas gracias a Dios por tu vida y a vos por permitirnos compartir la intimidad de tu vida; somos privilegiados y nos sentimos honrados, te admiramos y damos gracias también a Dios por tener en vos un ejemplo de entrega, de pasión y devoción a Dios. No te cambiamos por ningún otro, muchas gracias. Oramos para que Dios te siga proveyendo en todo y sigas siendo de tanta bendición para muchos más. Te amamos”. He recibido ciento de mensajes como este y Dios me dijo: ¿Viste que yo te he dado cien veces más? Al finalizar un culto de la mañana una mujer de unos treinta años de edad se acercó y me abrazó. Yo la atendí una sola vez; ella me dijo: “¡Gracias por ser mi papá!” Yo le respondo: “¡Qué fácil me ha resultado ser padre! ¡Cuántos hijos tengo!” Muchos me dicen que yo soy su papá y hay algunos que no saben qué hacer con el único que tienen, padres que tienen un hijo y hubieran preferido abortarlo, pero yo soy un padre que quiere tener más y más hijos. Lo que yo gané aquí en la tierra por haber entregado mi vida y mi familia en las manos del Señor es mucho más de lo que esperaba. Si hemos sembrado amor debo decir que hemos recogido multiplicado. Hay gente que me llama del exterior o me escribe al facebook dándonos gracias y bendiciéndonos, así que tengo hijos por todo el mundo. Debo decir que aunque nos dolió y lloramos con mi esposa, todas esas lágrimas valieron la pena. Creo que Cristo, cuando estaba en el Getsemaní estaba evaluando: “¿Qué hago con estos muchachos que me van a abandonar? ¿Doy mi vida o no la doy?” La escritura dice: “Y Jesús menospreció la burla y el oprobio por causa de la cosecha que iba a recibir” (Hebreos 12:2). Yo creo que Jesús desde el cielo ve cada iglesia, en cada rincón, cada casa donde alguien le ama y le adora, el Señor está diciendo: ¡Valió la pena! ¡Valió la pena descender al mundo y dar la vida!
Ahora, Dios te pone a ti en la encrucijada de morir porque darle la vida no es otra cosa que morir a uno mismo, morir a sus propios planes. El Espíritu Santo hoy está golpeando y te dice: “Tienes cara de cristiano/a pero no me has dado toda tu vida, te has reservado varias cosas que no me quieres entregar. ¡Me quieres servir pero no me has entregado esas cosas que te he demandado!” Con Cristo se es o no se es, no hay término medio. ¡Cuidado con los tibios! A éstos el Señor hoy les dice: “Yo les vomitaré de mi boca”. No se trata de entregarle una parte y quedarte tú con la otra, el Señor hoy te dice: “¡Me tienes que entregar todo! O eres frío o caliente, tibio no. Si eres de los que reconoce que debes entregarle a Cristo tu vida aunque hayas pasado al altar alguna vez, si reconoces que debes renunciar realmente a tus propios planes y que debes ponerte en disponibilidad para que Dios haga lo que quiera de ti, quiero ayudarte a hacer una oración; debes orar con fe, con decisión, no tiene que ser un balbuceo porque indicaría falta de decisión y de fe. ¡Tu palabra tiene que salir de tu boca como un dardo! Tienes que aprender lo qué es la fe; repite esta oración y di: “Señor, estoy aquí porque sé que no te he dado mi vida de la manera que tú me demandas. Te pido Señor que me tomes en esta hora, quiero darte mi vida, quiero darte mi corazón y hoy delante de ti renuncio a todo lo que soy, a todo lo que tengo, a todo lo que amo, todo lo pongo en tus manos, te lo doy a ti Señor, recíbeme, cúbreme, te lo pido en el nombre de Jesús. Perdona mis pecados y lléname con tu Espíritu Santo, en el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.
ANEXOS: