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Muchos cristianos se preguntan: ¿por qué los creyentes tienen que fracasar en algunas áreas tan importantes de sus vidas como es la familia o el matrimonio? ¿Por qué tienen que fallar en esas áreas en las que consideramos que no debieran fallar?
Hablé recientemente con una mujer que habiendo conocido el evangelio, se enfureció con Dios, lo declaró injusto y culpable porque su papá había muerto, también se enojó con los hermanos y se alejó de la Iglesia. Me dijo: “Pastor, he vuelto a buscar a Dios porque no doy más, la cosa se puso peor”. Me contó que su papá era muy fumador y en determinado momento, le vinieron dolores. Los médicos pensaban que eran dolores musculares, así que no le dieron la medicación adecuada ni le hicieron los análisis pertinentes; después de cierto tiempo, finalmente le hicieron estudios, los que mostraron que tenía un cáncer avanzado. Esta mujer decía: “Me enojé con los médicos, llegué a odiarlos, decidí que no me iba a dejar atender por ellos, ¡y también me enojé con Dios! Le pregunté: “¿Por qué le echaste la culpa a Dios?” “Es que yo creía que mi papá iba a ser eterno, ¡no quería que muriera!”
Vemos de continuo creyentes que fallan en su visión de la realidad, que en vez de poner su confianza, su fe y su esperanza en un Dios eterno, la ponen en hombres de carne y hueso. No importa que sea tu esposo o tu esposa, no importa que sea tu padre o tu madre, tu hijo o tu hija, ¡tienes que aferrarte a Dios y confiar en El! ¡Debes recibir de Dios la fuerza, la esperanza y la visión para poder vencer toda circunstancia! ¡Necesitas conocer a Dios y tener su visión!
Esta mujer no podía ver que el cáncer en su papá había sido gestado por el cigarrillo; ella tenía motivos y razones para enojarse con los médicos, con Dios y con la iglesia pero no se le ocurrió pensar que todo fue provocado por su adicción al cigarro. ¡Esto es ceguera!
Hoy atendí a un matrimonio, en el que la mujer había sido infiel; el marido oraba, buscaba ayuda y pedía consejo porque no tenía certeza de esto, pero tenía algunas evidencias, así que ayunó, clamó a Dios y habló con líderes de la iglesia. Le pidió a Dios que le devuelva su esposa, que sea liberada y que saque a luz la mentira y le muestre qué es lo que estaba pasando realmente con ella. ¡Dios sacó a luz y le mostró todo! La mujer desesperada, arrepentida, llorando de rodillas, le decía que lo amaba, que amaba a sus hijos y le pedía perdón. Pero él se endureció… argumentaba que la herida era muy grande, que era difícil volver a confiar. ¡Yo veía a esa mujer desesperada! ¡Estaba arrepentida y no quería perder su hogar! Le pregunté a él si la amaba y me respondió: “¡Es difícil pastor!” Ella llorando le decía: “Pero, ¿no oraste para que yo vuelva y para que me arrepienta? ¡Aquí estoy porque has orado y estoy arrepentida!” ¡Somos duros los creyentes! Pero finalmente el hombre dijo: “Pastor, amar es una decisión y yo hoy decido perdonarla y amarla”. Los puse de rodillas y ambos se pidieron perdón, él también había tenido parte de culpa, pues la maltrataba físicamente, entre otras cosas. ¡Cuánta necesidad tenemos de poder ver la realidad de cada circunstancia!
Una hermana vino a la iglesia llorando y comentando que su marido había llegado borracho a su casa, pateando la heladera, y todo lo que encontró por el camino. Le pregunté cuánto hacía que no venía a la iglesia, a lo que me dijo que fueron cuatro años y que justamente, volvió porque el marido le rompió todo. Le dije: “¡Gloria a Dios! Ojalá te hubiera roto más, si eso es para que vuelvas a la casa de Dios a buscar más de su rostro. Después de haberla ministrado y orado por ella sintió paz y prometió seguir viniendo a la iglesia. Por dentro yo pensaba: “Bueno, mejor que cumplas lo prometido, porque si no, tu esposo te seguirá pateando todo”.
Eclesiastés 9:12 dice: “Porque el hombre tampoco conoce su tiempo; como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se enredan en lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos.” El hombre no conoce su tiempo, ¡los cristianos no conocen su tiempo! Proverbios 9:11 dice que “tiempo y ocasión acontecen a todos”. El día malo les llega a todos, a los malos y a los buenos también. ¡Dios es justo! Cuando llega el día malo, te das cuenta que tu inteligencia, tu sabiduría y tus fuerzas no alcanzan y es en esa circunstancia donde se ve la relación que el creyente tiene con Dios, si confía en su propio corazón, en sus propios razonamientos o sentimientos, o en su creador. El verdadero creyente, vea o no las circunstancias, es una persona que ha aprendido a no confiar en sí misma sino en Dios. No confíes en tus razonamientos, ni en tus pensamientos o sentimientos. ¡Confía en Dios! ¡Conoce a Dios, conoce su palabra y obedece a la verdad! ¡No obedezcas a tu corazón! Dice la biblia, “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9) y “Maldito el varón que confía en el hombre…” (Jeremías 17:5).
No confíes en lo que ves, tú que eres tan visionario, no confíes en tus fuerzas, tú que eres tan fuerte, no confíes en tu velocidad, tú que eres tan ligero. Eclesiastés 9:11 dice: “Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”. Lo importante es qué has visto. ¿Has visto lo que te dicta tu corazón, tu razón, tus sentimientos o has visto la realidad, la verdad de acuerdo a como Dios la ve? La verdad no es lo que tu ves sino lo que Dios te revela y te muestra, ¡no lo que tu piensas o te parece!
“No es de los ligeros la carrera”, afirma el versículo que leímos. ¿Recuerdan el cuento de la tortuga y la liebre? Decidieron hacer una carrera y la liebre salió dejando una polvareda en su camino y a la tortuga atrás; confiada la liebre, que había dejado lejos a la tortuga, se acostó a dormir una siesta, y mientras ella dormía, ¡la tortuga pasó por al lado de ella! Así hay mucha gente ligera o rápida que hoy en día está en la cárcel; cuando los visito, algunos me dicen: “¿Se acuerda de mi? ¡Usted me bautizó!” Las personas que son rápidas tienen la tendencia a confiar en su rapidez, como la liebre, que cuando se despertó miró para atrás extrañada de que la tortuga no había llegado aun, así que se puso a dormir de nuevo, pero cuando vio que anochecía se dijo: “me parece que la tortuga ya pasó”. Empezó a correr y allá vio a la tortuga y se dijo: “¡la voy a alcanzar y le voy a ganar!” ¡Pero la tortuga ya estaba pasando por la línea de llegada y ganó la carrera! ¡No es de los ligeros la carrera!
Tampoco la guerra es de los fuertes. ¡Las naciones que confían en sus armas están perdidas! Me ha enseñado la historia que todos los más grandes imperios que tuvieron en su haber los ejércitos más grandes del mundo, y que poseyeron la mayor cantidad de esclavos, no pudieron prevalecer y fueron vencidas. ¡Los egipcios fueron vencidos! Construyeron esas pirámides tan grandes que todos conocemos, y tenían carros de hierro y armas de las más sofisticadas de la época y aún sus faraones eran iniciados en las ciencias ocultas, como hoy en día, muchos políticos y funcionarios de alto nivel consultan a los poderes de las tinieblas y se llaman a sí mismos iniciados y cultivan las mismas ciencias de Egipto. ¡Pero sepan que Egipto cayó! Habrás estudiado de los babilonios que conquistaron todo el territorio del mundo occidental conocido, pero también sabrás que el imperio babilónico cayó. Después de ellos vinieron los medos, los persas y los griegos que también cayeron, luego vinieron los romanos que levantaron el imperio más grande de toda la historia de la humanidad, ¡y cayó! Porque todos ellos confiaban en sus propias fuerzas, y en su poderío económico y bélico. Pero no es de los fuertes la guerra. ¡No confíes en tus fuerzas ni en tu velocidad!
Continúa diciendo este versículo de Eclesiastés que hemos leído: “Ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas”. Hemos visto algunos necios llenos de dinero y algunos inteligentes muy pobres. Miras a los necios y razonas: “¿Cómo hizo éste para tener tanto dinero? Y te da bronca porque te comparas con él y piensas que eres más inteligente pero él tiene dinero y tú no.
“Ni de los elocuentes el favor”, dice también el autor de Eclesiastés. Si eres elocuente, no confíes en ello; no pongas tu esperanza en tu sabiduría si lo que quieres es tener pan. ¡No confíes en tus fuerzas para la guerra! La enseñanza es que ninguno de los dones o habilidades que tienes te servirá si Dios no está contigo. Puedes ser veloz o prudente pero se te va a escapar una. El día malo vendrá sobre todos y la visión no es la de los prudentes, de los sabios, ni de los ligeros o fuertes, ¡la visión correcta es la de Dios! Si tú no tienes visión de Dios, no eres sabio para vivir, ni eres fuerte para la guerra, ni tampoco ligero para la carrera. ¡Confía en Dios!
“Me volví y vi debajo del sol”. Recuerdo un hombre que se me acercó pidiéndome ayuda porque su esposa lo había dejado; le pregunté, “¿por qué te ha dejado?” y me respondió: “No se por qué me ha dejado. No peleábamos, no discutíamos, no nos llevábamos mal…Nunca hubo ningún indicio…” “Cuéntame cómo era tu relación”, le dije. “Pastor, yo siempre he sido un buen esposo, nunca le dejé faltar nada, salía a trabajar a las 6 de la mañana y regresaba a las 2 de la madrugada ¡Toda la vida consagrado a trabajar y consagrado a mi señora y a mis hijos!” “¿Y cuándo hablabas con tu esposa?” “¡Nunca! Llegaba a mi casa y ella estaba dormida. Pero una cosa sé, que di lo mejor de mi”. Comienza diciendo Eclesiastés 9:11: “Me volví y vi debajo del sol…” ¿Cómo es que yo vi y él no vio? ¡Es doloroso no ver! Tú ves que eres un marido ejemplar, que eres trabajador, que dejas un buen sueldo, que no has tenido una pelea, pero un día llegas a tu casa, te encuentras todos los cajones vacíos, el ropero, la cocina vacía y una carta que dice: “Me tienes harta, ¡no te aguanto más! Me voy con uno que me de cariño”. ¡Parece que las mujeres no sólo se conforman con plata! ¡Falta de visión! No confíes en ti mismo. No confíes en hombres ni en mujeres, ¡confía sólo en Dios!
Aún nosotros mismos nos hemos traicionado alguna vez. Recuerdo el caso de una persona que me dijo: “Pastor no puedo creer que yo haya hecho esto, parece que no fui yo. ¡Jamás pensé que iba a caer en esto!” ¡Reconoce que eres peor de lo que creías! Sé humilde y reconoce que tenías más alto concepto de ti mismo que el que debías tener. Reconoce que eras más pecador de lo que te creías, y más débil de lo que te creías. ¡Se humilde delante de Dios y no confíes en tu corazón! “…el que piensa estar firme, mire que no caiga”, dice 1ª Corintios 10:12. El peor problema es que te has fallado a ti mismo, tú creías que eras “Tarzán” pero resulta que eres la “Mona Chita”. ¡El peor problema es haberte creído más de lo que eres! ¡Confiaste en ti mismo y te fallaste!
Mi oración en esta hora es que Dios nos abra los ojos. La única manera de no caer, es confiar en Dios para que Él me abra los ojos y me muestre la verdad, porque yo no tengo la verdad. ¡La verdad me tiene que tener a mí! Ella es quien me sostiene y Jesucristo dijo “yo soy la verdad”. La victoria está en el poder de alguien que dijo “yo soy el camino, la verdad y la vida”. El poder no está en una doctrina o una religión, sino en una persona que murió, resucitó y está sentado a la diestra del Padre. ¡La garantía es Jesús!
Que puedas sacar tu confianza en ti mismo y en las habilidades que tienes. No son tus dones los que te sostienen… Nunca olvido la historia de un hombre ateo, que le decía a su esposa creyente: “Dios no te da de comer, soy yo el te doy de comer; si yo no trabajo y te doy de comer, te mueres de hambre”. Al poco tiempo estaba en sillas de ruedas, no pudo trabajar más y la esposa creyente salió a trabajar para darle de comer. ¡Lo que genera la soberbia del hombre! Tu mayor o menor ceguera depende de tu mayor o menor confianza en ti mismo o en el hombre y tu mayor o menor cantidad de luz depende de tu confianza y obediencia a la verdad, que es Jesucristo.
“Señor, abre nuestros ojos, que podamos ver y entender nuestras debilidades, que si somos ligeros no será por nuestra ligereza que ganemos nuestras batallas, ni por nuestra prudencia seremos más ricos, ni tampoco por nuestra sabiduría tendremos más pan. Señor, tú eres mi pan, tu eres mi esperanza y mi confianza. Ábreme los ojos, ¡muéstrame la verdad! Muéstrame Señor aquellos pecados que me son desconocidos, líbrame de mis errores y de mi ignorancia. ¡Guíame Señor a tu verdad! Espíritu Santo ven sobre mí, te doy lugar, abro mi corazón Señor… ¡quita mi necedad!”
Salmos 127: 1-2 dice: “Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.” ¿Estás edificando sobre la arena o sobre la roca? ¿Dónde está puesta tu esperanza? ¿Cuántas veces has juzgado a Dios por las circunstancias que estás viviendo? ¿Cuántas veces has juzgado a tu esposo o a tu esposa de acuerdo a tus sentimientos o a tus pensamientos o emociones? Pídele a Dios que te permita ver conforme a la verdad, que te sea revelada y camines conforme a ella. ¡Que te apacientes de la verdad! ¡Que esa sea una oración diaria en tu vida! Señor no me permitas caer ni a izquierda ni a derecha de tu camino. ¿A dónde iré con mis pensamientos Señor? ¡Si tus pensamientos son más altos que los míos! ¿Y a donde iré yo con mis caminos? ¡Si tus caminos son más altos que los míos! Hoy quiero renunciar a la fe en mi mismo, quiero renunciar a mis caminos y pensamientos. Hoy quiero declararme débil, porque en mi debilidad se hace fuerte tu poder. Señor muéstrame mi fragilidad, que aprenda a depender de ti y a buscarte en mis días y circunstancias. Oh Dios mío, que yo no elija una novia o un novio conforme a mis deseos y a mis ojos sino que lo haga conforme a tu voluntad y a tu propósito…”
He visto tantas mujeres fracasar simplemente porque quieren huir de la casa y tener un esposo, una familia, de modo que se casaron con quien no debían. ¡Les ha faltado visión! Dice Proverbios 1:20 que “la sabiduría clama en las calles”. No es que Dios no habla, ¡Dios sí habla! Tres días antes del campamento de niños, para el cual esperábamos 850 niños, vivimos una circunstancia extraña. Un gusano peludo rozó a uno de nuestros líderes en la pierna, la cual se le paralizó por completo y tuvo que ser llevado al hospital, donde se desmayó. Allí lo medicaron y nos advirtieron que había una plaga de gusanos, que varias personas fueron hospitalizadas por el mismo motivo. Ya otras dos personas habían sido atacadas anteriormente y no le habíamos dado trascendencia. Cuando este hermano vino del hospital se acercó a mí y me dijo: “Pastor, esto me ha sucedido para que salvemos a los niños que han de venir el próximo lunes al campamento”. ¡La sabiduría clama en las calles! El necio ve una circunstancia y no comprende nada, mas el entendido ve la circunstancia y se advierte. Así que inmediatamente conseguimos tres máquinas de fumigar con las que desinfectamos todos los árboles. Desde el lunes que comenzó el campamento de niños hasta el sábado, día en que culminó, no hubo ningún caso de ataque de esos gusanos peludos.
Dios te está mostrando en cada circunstancia, lo bueno y lo malo, el bien y el mal. No confíes en tu propia prudencia, ni en tus pensamientos o sentimientos. ¡Confía en Dios! El salmo 23, 1 al 3 dice: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.” ¡Entrégale al Señor ahora la carga que tienes! Hay personas que están a punto de tomar decisiones equivocadas. Mi pregunta es: ¿Tienes temor de Dios? ¿Qué te mueve a tomar una decisión? ¿El resentimiento y la amargura que tienes? ¿El hecho de que eres muy inteligente o muy sabio? ¿O estás tomando una decisión en la certeza total y absoluta de que estás obedeciendo la voz del Espíritu Santo? ¡Qué bueno es tener luz! Lo triste no es sólo que tú te equivoques, sino que hagas equivocar a otros. Si la luz que hay en ti es tinieblas, qué duro es para el mundo. ¡No tomes decisiones sin consultar a Dios! A ti Señor toda gloria, toda honra y toda alabanza. Haz esta oración y dile a Dios: “Padre, renuncio a mis propias percepciones, a mis propias decisiones y acepto tu voluntad en mi vida. Venga sobre mí tu gracia, tu Espíritu y tu luz. En el nombre de Jesús hago esta oración, amén”.
ANEXOS: